¿Qué queda después de la crítica al ‘procés’?
Ya ha pasado un lustro desde que arrancara el 'procés' y, con él, infinidad de páginas escritas sobre cada paso que ha dado el independentismo
Tras cinco año de crítica o entusiasmo periodístico alrededor del proceso hacia la consolidación de la república catalana, debemos preguntarnos qué queda después de tanta página escrita. Muchos escritores describen el horror vacui que les asalta ante la página en blanco al hablar de las dificultades del proceso de creación de una obra; sin embargo, en este caso, el vacío se ha convertido en claustrofobia provocada por la saturación de tantas hojas impresas sobre el proceso y sus consecuencias, sin dejarnos espacio para respirar.
Son muchos los que creen que nada se puede hacer ante la cerrazón del otro. Otros piensan que la crítica sólo ha servido de alimento para nutrir al proceso en todas sus formas. Pero lo más notable de estos cinco años de ascensión a la cúspide de la montaña es que una gran mayoría de los montañeros, incluidos los sherpas, eran conscientes de que no alcanzarían su objetivo. Tantas páginas escritas no han podido descubrir los secretos de la tierra incógnita del independentismo para lograr así descifrarlos.
El mayor acierto del procés es haber conseguido que sus detractores lo definan con mayor intención política que sus creadores
La marcha, la huida, el juego al despiste o el viaje de Anna Gabriel a Ginebra, la misma ciudad que vio nacer a Rousseau, autor de El contrato social y de Pygmalion, desborda una buena parte del itinerario previsto por la crítica. El acierto del procés es haber conseguido que sus detractores lo definan con mayor intención política que sus creadores, como ocurrió con el movimiento cubista, bautizado asi por Louis Vauxcelles, su más feroz crítico, al describir despectivamente una de las obras de Braque, diciendo que estaba compuesta por “pequeños cubos».
A medida que avanzan las conjeturas, los análisis, las entrevistas y las informaciones de primera mano sobre el objetivo real de la decisión de Anna Gabriel de marchar a Ginebra se deja de pintar para pasar a esculpir la realidad. Tras las críticas y las valoraciones no se descubre el truco, sino que quedamos seducido por él. Una buena parte del llamado proceso ha conseguido triunfar en el imaginario de los ciudadanos cuando la crítica contraria a la proclamación de la República es capaz de proyectar mayor fascinación que aquellos que la auspician.
El procés necesita utilizar la palabra más que otras manifestaciones artísticas para poder llegar a su comprensión
El famoso hartazgo que vive Madrid, celebrando reiteradamente y con demasiada prisa el final del proceso, contrasta con nuevas informaciones de la creativa vida que aún consiguen irradiar sus protagonistas. La capital de España lleva cinco años colocando esquelas en los periódicos sin conseguir fijar el día exacto del entierro del proceso.
Lo que queda después de la crítica es más crítica, más voces feroces, más perplejidad y más necesidad de escribir páginas para tranquilizar nuestra falta de información. Uno de los rasgos más distintivos del arte contemporáneo estriba en que lo importante no es la obra sino el proceso que el autor ha seguido hasta materializarla. Tal vez sea ésta la razón por la que el procés, como buena parte del arte contemporáneo, necesite utilizar la palabra más que otras manifestaciones artísticas para poder llegar a su comprensión, aunque ello no suponga informar de nada.