Ornamento político o normalidad social
El relato de la "normalidad política" no es más que otra arma de cada bloque para imponer su versión sobre los pasos que debe seguir Cataluña
Nos encontramos en un punto en que como aconsejaría el arquitecto Adolf Loos «hay verdades que deben callarse. Tirar semillas al suelo pavimentado es un derroche.» El momento en que vivimos es una constante apelación a alcanzar la normalidad, hasta el punto de que ha dejado de tener significado.
La normalidad es entendida para algunos como la recuperación del estado de derecho, el cumplimiento de la ley y poner fin a la unilateralidad; para otros, la normalidad se centra en detener la judicialización del procés, liberar a los que consideran presos políticos, reconocer a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat y que pueda ser investido presencialmente sin riesgo de ir a prisión.
Hay dos escenarios de normalidad política: enterrar la unilateralidad o seguir con el ‘procés’
Se plantean dos escenarios de normalidad que han acabado dominados por la doctrina que rige mantener los antagonismos replicantes. La normalidad a la que aspira el bloque constitucionalista implica la anormalidad del bloque del independentismo político y viceversa. La situación ha llegado hasta tal punto que hay que empezar a decir, sin miedo a la reacción de la sociedad, que avanzamos hacia la consolidación de un escenario de anormalidad política y social que dominará la política catalana durante los próximos años.
La sociedad catalana debe ser consciente de que la normalidad propuesta por cada bloque solo es una herramienta para mantener vivas e intactas las posiciones de ambos, mientras no se encuentre una solución viable. Son muchos los que piensan que no es posible seguir viviendo en un clima político tan crispado y que, consecuentemente, el conflicto tenderá a desaparecer, debilitado por el cansancio y el propio hartazgo de la situación.
Muchos piensan que no es posible seguir viviendo en un clima político tan crispado
El ideal recurrente desde algunos partidos políticos, basado en volver a la Cataluña autonómica, es una fantasía tan poderosa como lo es considerar que la victoria final se conseguirá creando un estado de excepcionalidad perpetua.
Podríamos afirmar que tirar las semillas de la normalidad en el conflicto actual es un derroche. Esta afirmación no está exenta de razones, pues nos dirigimos hacia una legislatura donde se va imponiendo la visión de Junts per Catalunya. Se está planteando una gobernabilidad basada en consolidar un frente contra el estado español desde Bruselas y delegando a Barcelona la labor de intentar recuperar las instituciones para orientarlas hacia un independentismo paciente y contemporizador con la política española. La legislatura está definida, en mayor o menor intensidad, con el propósito de mantener la llama viva del referéndum del 1 de octubre.
Nos dirigimos hacia una legislatura donde se va imponiendo la visión de Junts per Catalunya
La cuestión es mantener la unilateralidad desde Bruselas y renunciar a ella en Cataluña. El pavimento en el que vamos a caminar estará hecho de un material político poco poroso, incluso impermeable, que dejará sin sentido tirar las semillas políticas de la normalidad basada en la estabilidad económica y social tan necesaria. La normalidad propuesta por ambos bloques es mero ornamento, contraria y opuesta a la normalidad como aspiración de alcanzar un espacio de diálogo y acuerdo.
El diálogo, otro término debilitado por el conflicto, es la única herramienta para establecer el camino hacia la normalidad que puede verdaderamente crear estabilidad y ser constructiva. La ansiada normalidad solo será aparente cuando una parte derrote a la otra o será por fin constructiva si finalmente se establece la vía del diálogo. En el primer caso, la normalidad conseguida no dibujará ningún futuro; en el segundo es posible construir un futuro común.