Felip Puig, ¿un parche de Mas o la virtud que se supone pero no se ve?
Los filósofos griegos fueron pensadores preocupados por la virtud. En aquella época de la historia, descubrir el valor de la virtud, detectarla y analizarla era no sólo una ocupación de los intelectuales, sino que también constituía una preocupación general del pensamiento.
En el anterior gobierno de la Generalitat –supuestamente el de los mejores–, Artur Mas tuvo la ocurrencia de situar en la importante consejería de Empresa y Ocupación a un hombre venido del sector académico. En concreto, el destinatario de aquella aventura fue el profesor de Esade Francesc Xavier Mena. Tal fue su desatino, que hasta el propio presidente del Ejecutivo catalán se dio cuenta de la barbaridad y lo relevó del cometido en la primera oportunidad que tuvo: fue tras formar nuevo gobierno en 2012.
A Mena le sustituyó en el cargo Felip Puig, político nacionalista de larga experiencia en tareas gubernamentales. Si el gobierno de los mejores fracasó en las políticas empresariales y de ocupación, el segundo ejecutivo formado por Mas tampoco recorre mejor camino. Su coartada es de sobras conocida: la virtual quiebra de la Generalitat impide hacer política. Bien, por más que se repita no servirá para que nos la creamos, pero por esos vericuetos circula la excusa.
Ni la industria catalana, ni sus empresas, ni sus parados y ocupados, nadie recordará a Puig como un consejero con una sola idea original o una aportación de mínimo nivel en la gestión. Su paso por el cargo es tan plano en términos de encefalograma como lo fue el de Mena. Por si eso fuera poco su trayectoria política arrastra algunas sombras. Acumula una distinción, es cierto: Puig, por su dimensión política, puede aparecer en los medios de forma constante para pronunciarse en nombre de CiU sobre la abstención en la ley de abdicación real; no le hace ascos a cualquier comentario sobre el proceso soberanista; tercia en cualquier foro que se precie con el mismo lenguaje político previsible y anticuado… Son las virtudes que algunos próximos o desinformados le reconocen.
Eso también ha facilitado que los mismos sindicatos y patronales, asociaciones, lobistas y mundo económico en general que presionaron para conseguir la destitución de Mena no se atrevan siquiera a planteárselo con Puig. Son igual de críticos con sus limitadas capacidades de gestión, pero le tienen cierto respeto político (las hipotéticas virtudes), incluso cuando les aplica la tijera en las subvenciones. Es cierto que le consideran algo menos que unos años atrás, cuando incluso se le valoraba como un hipotético delfín del nacionalismo convergente. Hoy ese papel tiene connotaciones políticas más profundas y para ese segmento de la opinión es mucho más útil un consejero de perfil más bajo como Germà Gordó.
La duda que les planteo es si Mas pretendía que Puig dejara alguna huella como consejero del área económica, era un parche de circunstancias o aspiraba a que utilizara esas supuestas otras virtudes de las que algunos le invisten. La respuesta quizá esté también en los clásicos. Decía Aristóteles que “las virtudes más grandes son aquellas que más utilidad reportan a otras personas”. Y por ahí no parece que Puig vaya a cosechar muchos agradecimientos colectivos.