Feijóo en su salón

No me cuesta mucho trabajo imaginar la placidez del presidente Feijóo en la salita de estar de su demesurada residencia de Monte Pío, una muestra más del despilfarro de la era fraguiana.

No tengo duda ninguna de que estará muy preocupado por las cifras de paro, precariedad y destrucción de puestos de trabajo.

Seguro también que le incomodan las críticas por los recortes en la sanidad, en la educación y en el bienestar. Esos recortes que la gente de a pie ya percibe y sufre en su día a día y que él aplica de manera implacable.

Posiblemente no lo fastidie tanto el discurso progre, que se revuelve cada vez que opta por privatizar innecesariamente determinados servicios de la sanidad pública. Ahí toma decisiones propias, que no le imponen ni Madrid ni Bruselas, y en las que sintoniza con el discurso neoliberal de su partido.

Y seguro que se le asoma esa sonrisa mefistotélica –que la mí me recuerda a la de los peliqueiros de Laza, con perdón– cuando observa el panorama político gallego. Tiene la agenda política controlada, gracias al generoso apoyo mediático y a la sesuda torpeza con la que se manejan las tres fuerzas de la izquierda parlamentaria (PSOE, AGE y BNG). No hay problema: El PSOE se autoinmola en sus habituales crisis locales (imputación de Orozco, lucha lamentable de Ourense, cristo en las oficinas de Ferrol). AGE se gripa en su propio laberinto. Y el BNG abraza con pasión el discurso soberanista, muy minoritario en Galicia.

Feijóo, tranquilo en su salón, viendo Aída y entreteniendo al personal con un populista recorte de escaños que no se va a aprovechar para mejorar otros aspectos de la representación popular que se reclaman a voces en las calles. La izquierda tiene tantos votos como él, pero la legislación electoral le garantiza la mayoría de escaños con su 45% de votos aglutinados alrededor de las únicas siglas del centro y de la derecha, las del Partido Popular. Así que basta con que la izquierda siga así, dividida y fraccionada en partidos y partidiños, con sus dogmas, utopías y luchas de campanario por delante, para hacer imposible cualquier confluencia que amenace la hegemonía de la derecha.

Mientras se hace una gestión cotidiana de la Xunta rutinaria y sin pulso político, cuando haga falta bastará con esgrimir el éxito –parcial o total– del desembarco de Pemex para rellenar la pequeña casilla de servicios prestados en la lucha contra la crisis. No me extraña que, en la modorra de su país asolado, aproveche para afinar su inteligente discurso y consiga marcar criterio propio cuando deambula por Madrid. Para el futuro.