Federico Trillo: Anticorrupción investiga al ministro que tomó Perejil

Lo ha pillado la caza de brujas de Mariano Rajoy. Cobraba jugosos fees por asesorar jurídicamente a la empresa constructora Grupo Collosa, una licitadora que ocupa el centro de la trama de las eólicas, investigada por Hacienda y Anticorrupción. Y es que, la clase política se autoriza a sí misma lo que no autoriza a los demás.

Federico Trillo, el actual embajador de España en Reino Unido, fue diputado de día y consultor de tarde; movió sus argumentos entre los vientos de Castilla La Mancha, la comunidad de los sepulcros blanqueados del PP más orgánico. Pero su mejor momento corresponde a la etapa Aznar, cuando fue nombrado ministro de Defensa y acabó (maldita geografía) con aquel ¡viva Honduras! ante una parada militar en El Salvador. Siendo jurista militar de oposición con rango de comandante, no es extraño que Trillo a menudo se levantara gallito.

Uno de esos días, mandó un comando a Perejil, un islote perdido, al que el rey de Marruecos, Mohamed VI, le tenía echado el ojo. Trillo reconquistó Perejil para que José María Aznar plantara la roja y gualda en sus acantilados. El ex presidente lucía por entonces aquellos pantalones con bolsillos en las cartucheras que le regaló doña Ana y que tanto gustan a los veraneantes de Benidorm. Fue en los noventas, un tiempo en el que la derecha conservadora impuso la moda del blue gins planchado al vapor.

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Rodeado de uniformes, Trillo se sintió en su salsa. Quiso emular al General de los Caídos, con la Legión y su cabra al frente, deteniendo una Marcha Verde del reino alauí. Solo que, tantos años después de desastre de Anual, hizo un poco el ridículo, como aquel almirante que hablaba de invadir Gibraltar siglos después de la Invencible. Trillo fue un militar sin medallas aquejado del complejo español de Medina Sidonia (el duque de tierra adentro al que Felipe II nombró almirante). Quizá pensó que Perejil consagraba su Lebensraum, el espacio vital de los alemanes. Ahora se extraña de que, curiosamente, sean los ex ministros de Aznar los que reciban el fuego amigo de Rajoy y Montoro. Pero tiene un pase, créanme; por lo menos es más Quijote que el actual ministro de la Guerra, Pedro Morenés Eulate, pragmático de raíz nobiliaria, Cruz de Isabel la Católica, ex presidente de una gran empresa de armamentos y lobbista de un sector que fabrica muerte y desolación. 

Trillo, después de Rato, no es casualidad. «Algo raro está pasando», dice el ex ministro y ex presidente del Parlamneto. Y, en alusión clara a Moncloa, añade la ridícula frasecita shakespeariana: «Algo huele a podrido en Dinamarca». Será debajo de su sillón señor embajador, en la mansión de Belgravia, un barrio residencial de Londres, donde lo primero que hizo Trillo fue buscar mayordomo, aquejado por el síndrome de Downton Abbey. En todo caso, no va mal encaminado respecto a los efluvios venenosos de los monclovitas de Sáenz de Santamaría. Es allí, en la infección de los sorayos, donde se cuece el mal que ha convertido a España en la «patria del auto-odio», como dice Feliz de Azúa en Génesis, su última entrega. Mientras mande Rajoy, el aznarismo será perseguido.

Trillo recaló en la licitadora Collosa como asesor jurídico cuando el consejero delegado era Mario Armero, el hijo de José Mario Armero, el mítico presidente de Europa Press, suarista y hombre clave de la transición. Antes de su periplo constructor, Armero hijo ascendió a la presidencia española de General Electric (GE), gracias al apoyo de Jack Welk, el carismático ex presidente de la compañía líder en capitalización. Ahora, Armero Jr no entiende el revuelo de Hacienda por una simple asesoría externa efectuada por un diputado del Congreso. Está sesgado por el toque anglosajón, un remolino de lobistas a las puertas de Westminster, negociando con los comunes y los lores, cuyos sobresueldos en el mundo de los negocios son legendarios. Así funciona Londres, pero no Francia ni Alemania, ejes de la UE, donde los diputados no pueden trabajar ni tener ingresos fuera de la Cámara legislativa.

En España todo es gris; no hay blancos ni negros. En el paraíso de los bufetes ganan los claroscuros y corren las compensaciones. Así ha sido hasta la gran purga del PP. Llegó Mariano y mandó parar; a todos, menos a él mismo y a sus amigos, manchados en Gürtel y en los papeles de Bárcenas.