Fascista es el virus

Pablo Iglesias abandona la política en un momento crucial, justo cuando está por venir una época complicada para España, con recortes económicos, más paro y protestas

Digan lo que digan muchos, que Pablo Iglesias abandone Podemos y todos los cargos políticos no es un buen augurio. No puedo dejar de pensar en el instinto de algunas aves y otros animales cuando huyen porque huelen el humo de un incendio que se avecina o intuyen un ciclón o un terremoto. Sí, ya sé que lo más fácil es recurrir a la metáfora de las ratas que huyen del barco, pero por eso mismo, por demasiado fácil, prefiero evitarla.

Porque el barco, en este caso, sería su partido, Podemos. Pero tengo la sospecha de que Pablo Iglesias huye de algo más. Se escapa de la política que obliga a trabajar, a buscar soluciones, a renunciar en beneficio de los demás y a asumir responsabilidades. Y no digamos si se llega al cargo de vicepresidente del Gobierno en medio de una pandemia que se lleva por delante la vida de miles de personas y deja a muchas más en la ruina o al borde de ella.

Uno llega a la política pensando que va a luchar contra el fascismo para convertirse en un héroe y resulta que el enemigo acaba siendo un virus que te saca las vergüenzas y deja tu capacidad de gestión por los suelos. No eran gigantes, si no molinos.

Pablo Iglesias, a su manera, también está marcado por los “libros de caballerías” de lucha antifascista y de resistencia al franquismo. Lecturas que le sirvieron para aprovechar las protestas del 15-M y toda la carga épica de quienes se sentían desheredados de la tierra. La izquierda más combativa, representada entonces por Podemos, salió al camino, como Don Quijote, para hacer justicia y acabar con una crisis económica que daba la vuelta al mundo.

La lucha del puño en alto como fórmula para acaparar el voto del descontento sirvió durante unos años. Y en Podemos, una vez en el Gobierno, se dedicaron en exclusiva a preparar la argamasa con la que consolidar acuerdos con afines como Bildu o Esquerra Republicana. Eso era hacer política. Garantizarse la continuidad en el Gobierno. El virus no dejaba de ser un problema mundial que ya resolverían otros fabricando las vacunas. En España la prioridad era la lucha contra el fascismo.

El exlíder de Podemos sabe que vienen tiempo difíciles para nuestro país. Recortes económicos, más paro, protestas…Nada que haga aconsejable seguir en un puesto de alta responsabilidad

Pero el verdadero fascista era y es el virus. Y quien más y mejor ha luchado y lucha contra él se lleva el reconocimiento de la gente. Ha pasado en Madrid y me atrevo a pensar que podría ocurrir en cualquier otra parte de España y, especialmente, en unas elecciones generales. En los pasados comicios autonómicos de Galicia, País Vasco y Cataluña el peso de la gestión de la pandemia no jugó aún un papel clave. Quizás ahora sería diferente, aunque hay casos, como el del ejecutivo de Iñigo Urkullu, donde ni siquiera estar en el furgón de cola de contagios y vacunaciones les afecta. Pero esto es harina de otro costal.

La cuestión es que el virus ha dejado a Pablo Iglesias sin discurso. Buscar fascistas por la calle cuando al más peligroso de todos lo tienes metido en las residencias de ancianos, que eran su competencia, no parece muy eficaz. La eficacia estaba en la gestión, la asunción de responsabilidades y la renuncia a justificarse con discursos puramente ideológicos para echar balones fuera. Y esa política es la que ha echado a Pablo Iglesias. Y no al revés, como se quiere hacer ver.

El ya exlíder de Podemos sabe que vienen tiempo difíciles para nuestro país. Recortes económicos, más paro, protestas…Nada que haga aconsejable seguir en un puesto de alta responsabilidad y tener que aplicar medidas políticas que le impidan salir a la calle incluso con el puño en alto.

Toca retirarse a los cuarteles de invierno. En este caso, según apuntan distintas informaciones, Pablo Iglesias tiene ya cerrado un acuerdo con el empresario catalán del audiovisual, Jaume Roures, para iniciar diferentes proyectos. Roures, de hecho, recibió recientemente un crédito del ICO, con aval de Estado, por valor de 55 millones de euros.

El moño que luce Pablo Iglesias no es puramente estético. Cumple su función. La coleta podría engancharse en cualquier puerta giratoria.