Falsos acorralados

La idea subyacente a la patraña del golpe de Estado consiste en presentar al Gobierno y a sus aliados como asediados

Circula a toda mecha la especie según la cual hemos entrado en fase golpe de Estado, perpetrado con las nuevas y sofisticadas armas que brinda el estado en el siglo XXI. A falta de votos, la derecha pretendería derribar al Gobierno mediante el fuego cruzado de las baterías del poder judicial y el mediático. ¿Hay algo de eso? La respuesta es no.

Para que haya golpe de Estado deben concurrir diversas circunstancias, la primera de ellas es el propósito de asaltar el poder mediante procedimientos ilegales con el fin de instaurar un nuevo orden. La segunda, que para ello se requiere una minuciosa preparación conspirativa, a poder ser secreta.

Todo lo que tienen en sus manos los inventores de la teoría de la conspiración es el episodio de la destitución del coronel Diego Pérez de los Cobos, supuesto personaje clave de una investigación judicial que acabaría condenando al gobierno por haber autorizado la manifestación feminista del 8-M a sabiendas de las consecuencias mortales de la extensión de los contagios.

Puestos a sumar, añaden las manifestaciones de Vox a la hostilidad con la que los medios de derechas tratan a los gobiernos de izquierdas. ¡Caramba! Las protestas fueron de corto alcance y efímeras. La confrontación entre ideologías es universal y no supone amenaza sino que es medular. Sin pluralismo no hay democracia.

Eso es muy poco, casi nada, y aunque llegara a prosperar no comportaría cambios en el poder. Como mucho, como muchísimo, alguna que otra inhabilitación. A cargo depuesto, cargo de repuesta y aquí paz y allá gloria.

Que el ministro Fernando Grande-Marlaska ha mentido a la descarada sobre los motivos del cese del mencionado coronel es algo que no puede dudarse, y menos después de las contradicciones entre las diversas versiones que lo ponen en palmaria evidencia.

La política española se trata de convertir al rival en enemigo

En no pocos países, por no decir en todas las democracias de larga y bien enraizada tradición, los ministros-Pinocho renuncian avergonzados. En España eso no ha sucedido jamás. Si alguno es forzado a dimitir es para aliviar la presión de un gobierno cuando se vuelve insoportable. Los motivos son siempre lo de menos.

Pero claro está, por mucho que duela la lejanía de la ética protestante y por poco que el mal de muchos consuele a los menos tontos, está claro que no dimitirá ni será relevado por su superior, por lo menos a corto plazo. No se trata de mostrar debilidad sino unidad y fortaleza ante los ataques del enemigo.

Porque de eso se trata en la política española, de convertir al rival en enemigo. La derecha, aduciendo que la izquierda es enemiga de la economía y por lo tanto del bienestar y la izquierda contraatacando por la vía del supuesto golpismo.

La idea subyacente a la patraña del golpe de Estado consiste en presentar al Gobierno y a sus aliados como asediados. De este modo al considerarse asediados con tropas y arsenal no democráticos se convierte a los defensores de la democracia en héroes, se ensalzan las mentiras, se prorroga, por la vía conspirativa, el estado de emergencia que el virus ya no justifica y se llega al buen fin deseado por Pedro Sánchez: prolongar el mando único, finalidad presidencial que minimiza los métodos.

O conmigo o contra mi. O defensor de la democracia o cómplice de los que la asedian. De este modo se persigue desacreditar a los rivales políticos y se consigue, por ahora sin percances, la adhesión inquebrantable de quienes, en circunstancias que no fueran de excepción, pondrían algún precio a sus imprescindible votos.

En estas estamos. Mediante el cuento del acorralamiento, léase asedio no democrático, deslegitimación del resultado de las urnas o golpe de Estado encubierto, se corre un espeso telón tras el cual el gobierno en vez de rendir cuentas, se reviste de defensor exclusivo de unos principios que deberían ser de todos pero no son los de nadie.

Cuando el único principio es el cinismo se va acercando el abismo

Bueno sí, son los de muchos pero sobrevivimos condenados por el poder a llevar una venda en los ojos, y eso es precisamente lo contrario, lo opuesto, el mas agraviante e insoportable antónimo de la tan cacareada transparencia.

Lo malo es que Pablo Casado y el PP no representan una alternativa de reforma y mejora. Lo peor es que quienes la representaban o decían representarla se han convertido en lo que tanto criticaban.

Cuando el único principio es el cinismo se va acercando el abismo.