Explicando Podemos en el país del peronismo

Tengo buenos amigos en Buenos Aires. He vivido allí unos cuantos años. Me sucedió que quedé subyugado por la ciudad en dos viajes separados veinte años en el tiempo. Mi primer viaje fue disparatado y barroco; una misión periodística increíble con princesas falsas y de verdad, palco en el teatro Colón y crucero privado por el Río de la Plata. Los detalles quedan para otro artículo.

Luego regresé en el 2003, cuando todavía humeaba el corralito, como se llamó al default. Se había terminado la barra libre de Menen, el cambio uno a uno con el dólar. Los argentinos pensaron que los pesos que tenían en el banco eran dólares, y amanecieron un día que les informaron que a partir de ahora el dólar costaba tres pesos en vez de uno. Ahora el cambio está a 16 pesos por dólar y la inflación ha conseguido que Argentina sea más cara que España. Me enamoré de la ciudad y me vine a vivir a Buenos Aires.

Nos reunimos la otra noche amigos viejos y otros nuevos. Cenamos pescado; en realidad es un esnobismo en un país con cinco mil kilómetros de costa. Me perdonaron que no les diera carne. El lenguado estaba fresco porque lo pesqué esa misma tarde en el barrio chino, que es el único lugar en donde se alojan los productos del mar en Buenos Aires.

Si algo adora un porteño es la circulación de la palabra. Todavía se conversa con empeño.

Hablamos de Podemos. Intenté una síntesis imposible.

Recordé una anécdota del general Perón. Un periodista extranjero le preguntó por las querencias políticas de los argentinos. Y él les relató la existencia de radicales, socialistas, comunistas, fascistas… A lo que el periodistas le increpó: «General, se ha dejado usted a los peronistas». Él les contestó a bote pronto: «ah, no, peronistas somos todos».

Para ser de Podemos solo hay que formar parte de la «gente» y abominar «la casta». Es muy sencillo ser de Podemos; el censo está en Internet y puede apuntarse cualquiera. Ahora mismo está abierto para votar en el próximo congreso.

Es un partido muy joven con muchas crisis. Es la única forma de convivir anticapitalistas, populistas puros, socialdemócratas, independentistas. Como en Argentina, todos son de Podemos.

Ahora hay una lucha de poder envuelta en la pretensión de una definición ideológica imposible. Yo viví esas tendencias durante el franquismo: gastábamos más tiempo en decidir si la dictadura del proletariado era inevitable que en redactar panfletos convocando a la huelga.

Para que quepan quienes son de orígenes tan desiguales necesariamente tiene que ser un partido de ideología ambigua; o lo que es lo mismo, tan detallada que resulte imposible de definir. Llegamos al punto en que el debate se centra en si tienen que discutirse y votarse al mismo tiempo los proyectos y las personas o por separado. Son solo envoltorios de cuestiones de poder.

Todo se hace en Twitter. Que es mucho más sencillo porque todo se sintetiza en eslogan de 140 caracteres.

La única forma de organizar un populismo que se precie es mediante un férreo liderazgo con poder para cambiar las definiciones a 33 revoluciones por minuto, como los discos de antes. Y en eso, el maestro inigualable es Pablo Iglesias.

Nos entendimos rápido, porque los argentinos son los únicos capaces de explicar el peronismo y su supervivencia tras las muertes de Evita y del general Perón. Realismo mágico a los dos lados del Atlántico.

Perón estuvo de verdad contra la casta porteña. Y ella manejaba las donaciones vestida de Chanel y Cristian Dior con una soltura increíble. Podemos recolectaba dinero en Irán y Venezuela para preparar el asalto a los cielos. En un caso y en otro, nadie preguntaba de donde venía la plata.

No hay duda de que la pelea por el poder la va a ganar Pablo Iglesias, por la sencilla razón que hay días que Iñigo Errejón parece amable y razonable. Podemos necesita un discurso duro para ser ellos mismos. Necesita estar cabreados, ser agresivos y demostrarlo. La amabilidad y la educación les mataría.

«Bueno, el Peronismo nunca fue amable con sus adversarios», terció uno de los invitados. «Aquí, quien no era peronista era ‘gorila'»; en el fondo es posible que Pablo Iglesias tuviera éxito en la política argentina. Aquí todo parte de la indefinición y de la adhesión al líder.

Acabamos el lenguado con la última botella de sauvignon blanc. Oscurecía y la noche era templada. Como corresponde a esta época del año. Nos despedimos satisfechos de que nos habíamos entendido.