Eusebi Cima, en la Terrassa salista, en la escopeta nacional y la espuma patronal
Camina seguro sobre el alambre de los de arriba. Se forjó en la herencia pre-democrática de un Ayuntamiento franquista, antes de dar el salto al reformismo municipal de Terrassa, su ciudad natal. Eusebi Cima fundó empresas y galvanizó la poderosa CECOT. Recientemente, una sentencia judicial ha avalado la representatividad de su patronal, Fepyme, y le ha abierto de par en par la puerta de los órganos consultivos del poder político. La maraña del derecho administrativo le ha servido de ascensor social; la sentencia promulgada por el TSJC le sienta ahora al lado de su jefe natural, Joaquim Gay de Montellà, presidente de Fomento y, al mismo tiempo, refuerza su trinchera española, en una de las vicepresidencias de la CEOE.
El mundo corporativo es una selva intrincada. Un escenario ideal para un aficionado a la caza en el Serengueti o en el río Congo, territorios del África catalana anticipados en las crónicas cinegéticas del paisajista Nicolau Rubió i Tudurí y de su hermano Fernando, patrón de los laboratorios Andrómaco. Como buen emprendedor, Cima se mira en el espejo de los ancestros, aunque su gusto venable ha seguido más bien un curso paralelo al de otros africanistas coetáneos, como el hotelero Jordi Clos (Cadena Derby), el ornitólogo Joaquím Maluquer Sostres (ex secretario general de la Generalitat en la primera legislatura de Jordi Pujol) o el cineasta maldito, Jacinto Esteban. Se diga lo que se diga, el correaje cruzado y los cartuchos tienen un claro ascendente en la Catalunya de los negocios y de las leyes. Es el hilo del SCI Chapter, el club de caza presidido por Francesc Martí Jusmet (socialista y ex Delegado del Gobierno en la etapa de Felipe González), producto de una tradición que sedujo a empresarios, como Lluís Ferrer-Vidal (la Fábrica del Mar) o Jaume Raventós (Codorniu), a historiadores como Joaquim de Nadal o Duran Sampere, y también a artistas como Ramon Masifern o el mismo Santiago Rusiñol, cazador del yacaré, según su propio testimonio, recogido en el insólito libro Del Born al Plata.
La pólvora engancha o eso creímos algunos el pasado mes de febrero al ver a Cima, junto a los sindicalistas Pepe Álvarez y Joan Carles Gallego, en la manifestación de apoyo al juez Garzón, procesado por investigar los crímenes de la Dictadura. Habían transcurrido casi dos años de la famosa cacería de Cabeza Prieta, que le costó el puesto al ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo y que le restó partidarios a Garzón. En aquella localidad jienense se encuentra el coto vedado del empresario José Peñas Pérez y de su esposa Sandra Polo, accionistas de un grupo farmacéutico y socios de Cima.
Nieto paterno de un reconocido maestro de la escuela pública y de un empresario por parte de madre, Cima pasó por la Pia de Terrassa y por la Escuela Industrial para especializarse después en Alemania en materias relacionadas con el género de punto. Los veranos en la casa del abuelo Mollet (el materno) sucedían a los cursos escolares en el Vallès oscuro del medio siglo. Vivió una educación pinzada entre el ensueño rural del pairalismo y la severidad devota de los niños en fila frente a las aulas o endomingados en abundosas ceremonias pastorales. Su actividad pública arrancó en el Centre Social Catòlic, donde el joven Eusebi seguía los pasos de su padre Ermenter (“el inolvidable paje Xiu-Xiu, glosado por Manel Sarrau). El Congreso Eucarístico y el miedo festoneaban entonces el reducto ocioso de una mayoría adocenada. Pero pronto, Cima convirtió la plataforma civil en una palanca para llegar al consistorio municipal del alcalde Josep Donadeu, un ex diputado provincial de los Tercios Corporativos del antiguo régimen, vinculado al Opus Dei y militante histórico del Frente de Juventudes. Cuando Donadeu cesó para convertirse en subgobernador de Barcelona con Sánchez Terán, Cima conservó su cargo en el equipo del nuevo edil, Domènec Jofresa; y más tarde, se mantuvo en el de Manel Royes, el primer alcalde democrático de Terrassa. Cima y Royes mantuvieron una colaboración fecunda en los años de remodelación urbanística y reivindicaciones sociales. La Terrassa salista (dormida en la memoria de Alfonso Sala, conde de Egara, proteccionista arancelario, fundador de la Unión Monárquica y antiguo cómplice en el golpe de Estado de Primo de Rivera) se hundía para siempre dando paso a una ciudad marcada por los nuevos negocios y por la dura reconversión textil.
Cima alcanzó pronto la presidencia de CECOT. El empresario vallesano encaja en la conjura; vive de lleno la conspiración y, a lo largo de su camino, la entraña corporativa nunca ha sido un obstáculo para él. Ha contado con el apoyo de dos de sus mejores colaboradores: Joan Antoni Pujals y el abogado David Garrofer, un hombre crucial en la modernización y expansión de la organización empresarial. Por otra parte, a Cima, la presidencia en la Mútua Egara y su cargo de vicepresidente de Mútua de Terrassa, contrapartidas tradicionales del dueño de CECOT, le sirvieron para ennoblecer la imagen pública de un modelo de responsabilidad corporativa inspirado en el mundo germánico, que él admira.
La política y la empresa juegan al gato y al ratón. Cima se entendió con Pujol, pactó con Maragall, contribuyó al consenso catalán del primer Aznar (el de 1996) y hasta le echó algún capote a la etapa de Zapatero. Desde entonces, su neutralidad aparente ha sido capaz de dar y recibir ante cualquier ideología. Ahora cuenta con CiU, la referencia patronal, pero solo hasta que llegue la hora de la independencia, el momento de la “inseguridad regulatoria”, según un criterio consensuado entre los empresarios catalanes y el Rey en las entrevistas opacas, que se están celebrando estos días en Zarzuela.
Su naturaleza esquiva doctrinas. Muy pronto, Cima volverá a ponerse a prueba con el abandono de Pere Navarro, como alcalde de Terrassa, en busca de un lugar bajo el sol con el PSC dividido por la ruptura soberanista de Ernest Maragall. Equidistantes respecto a CiU, el partido amigo, las patronales dirimirán hegemonías por su cercanía al PP y PSC. La economía productiva está tan lejos del pensamiento débil de Navarro como de la vía impostada de Sánchez Camacho, pero siente un temor secular ante “separatismo rojo”. Fomento y Fepyme, dos patronales equiparadas en derechos por la sentencia del TSJC, caminan juntas mirándose de reojo.
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