Europa, jaque mate industrial
La mera sospecha de que pueda producirse un colapso industrial derivado de la crisis energética requiere de políticas urgentes y valientes, y sacrificios personales
En economía se usa a menudo el concepto “binomio riesgo-beneficio”: a mayor beneficio potencial, más dispuestos estamos a asumir grandes riesgos. En el ámbito profesional, por ejemplo, es habitual enfrentarse al dilema del proveedor único: si le compro todas mis materias primas a un solo proveedor, este posiblemente me ofrecerá una tarifa muy atractiva; sin embargo, asumiré un gran riesgo en caso de que este proveedor quiera dejar de suministrarme o subir los precios unilateralmente. ¿Merece la pena el riesgo? Según el binomio riesgo-beneficio, únicamente si la diferencia en precio respecto a trabajar con proveedores diversificados es muy grande.
Sin embargo, la gestión pública no puede operar bajo estos parámetros. En el peor de los casos, si profesionalmente erramos y el proveedor único nos deja tirados, nuestra empresa acabará en concurso de acreedores. En la política pública, las consecuencias son mucho más dramáticas: pueden suponer un colapso del sistema económico. Este es el marco de la Europa de 2022: caímos en la tentación de vivir bajo una excesiva dependencia de unos pocos proveedores energéticos — fundamentalmente en la relación Alemania-Rusia — porque ello nos garantizaba amplios caudales de suministro a un precio muy competitivo. Se obviaron las complejas derivadas geopolíticas de depender de una antigua potencia comunista con tintes dictatoriales y se ignoró el ejercicio de análisis de riesgos.
Las reservas de gas estarán cerca de agotarse el próximo invierno
A este gravísimo error estratégico se le suman otras derivadas desafortunadas. El particular sistema energético francés, basado en un parque de centrales nucleares que se construyeron más o menos al mismo tiempo, ha envejecido de forma sincronizada, entrando en un domino de averías, mantenimientos y paros imprevistos. A fecha de hoy, únicamente el 38% de las nucleares francesas están en funcionamiento.
Ante este panorama, resulta plausible que este otoño-invierno las reservas de gas estén cerca de agotarse, y, en consecuencia, el precio del gas se elevará a cifras astronómicas. Este fenómeno tiene dos implicaciones: en la esfera doméstica, pasaremos frío, no tanto por un corte en el suministro de gas sino por su coste inaccesible. Nuestro continente —y en particular España— está muy expuesto a las calderas de gas como método de climatización, y no hay tiempo material ni recursos para adoptar de forma masiva tecnologías alternativas como la bomba de calor o las placas solares térmicas para agua caliente antes de la temporada de frío. En la esfera industrial, repercutir los costes energéticos implicaría duplicar o triplicar el precio de algunos productos intermedios. Puesto que esto no será posible en una ventana temporal tan corta, con toda probabilidad veremos paros de producción de la industria cerámica, cementera, de papel y cartón, vidrio, metales y fertilizantes.
¿Qué ocurre cuando la industria para su actividad? En primer lugar, las industrias son negocios intensivos en capital, la mayoría de las veces tienen márgenes de beneficio de un solo dígito. Las industrias que pagan sus compras a sesenta días y cesan abruptamente su producción por la crisis energética no tendrán ingresos para abonar las facturas de lo que consumieron los dos meses anteriores, creando una situación de quiebra técnica en un buen número de ellas. Esto solo podría evitarse si se tuviera una reserva de efectivo suficientemente grande como para aguantar varios meses sin producir, algo impensable en el momento actual, saliendo de una pandemia que llevó consigo un gran endeudamiento. Por otro lado, el paro industrial crea una espiral de escasez de materiales y productos manufacturados — muchos de ellos con demanda inelástica, es decir, deben comprarse sea cual sea su precio porque son de primera necesidad. La combinación de escasez y demanda inelástica lleva a precios extraordinariamente altos. En otras palabras, echaremos más madera al fuego de la inflación.
La caída de la industria europea conllevaría un retroceso grave del PIB, del paro, de la balanza comercial y del valor añadido de nuestra economía. Europa es un continente altamente industrializado que debe al segundo sector una parte importante de su bienestar. La mera sospecha de que pueda producirse un colapso industrial derivado de la crisis energética requiere de políticas urgentes y valientes, y sacrificios personales. No parece que el clima social y político esté interiorizando la gravedad de la situación. Es oportuno que el descanso veraniego no nos relaje demasiado, y no lleguemos al otoño sin planes para atajar el problema.