Esto no es un Gobierno de coalición
Sánchez e Iglesias compiten por un electorado muy similar en su intento por consolidarse como los grandes referentes de la izquierda
Poco ha durado la luna de miel que mantenían Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras acordar el primer Gobierno de coalición de la democracia. A principios del pasado mes de enero, PSOE y Unidas Podemos plasmaron en un papel las normas de convivencia y comunicación que, a partir de entonces, regirían el funcionamiento interno del Ejecutivo para que, a pesar de las discrepancias que pudieran surgir, tanto el discurso como la acción política fueran consensuados previamente, evitando así una imagen de división y enfrentamiento.
Para ello, crearon una Mesa Permanente, integrada por diez miembros de ambos partidos, cuya principal misión es revisar el cumplimiento de dicho pacto, así como dirimir los posibles problemas y divergencias que se produzcan durante el mandato. Pero este listado de buenas intenciones ha quedado barrido por la cruda realidad que impone el ejercicio de la política. La tensión que subyace entre PSOE y Podemos ha aflorado a la superficie tras los roces de los últimos días.
Las recomendaciones que se sacó de la manga la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, sobre el modo en el que las empresas deberían afrontar la crisis del coronavirus provocó un choque frontal con Sanidad, al entender que había invadido sus competencias. La chapucera Ley de Libertad Sexual que presentó apresuradamente Podemos para coronarse en la marcha del 8M también levantó una intensa polvareda, después de que Justicia, en manos de los socialistas, tuviera que corregir buena parte del texto, con el consiguiente enfado de la pareja Iglesias-Irene Montero.
Y lo mismo sucede con el intento de Podemos de abrir una comisión de investigación sobre el rey Juan Carlos y su supuesta donación millonaria a su amiga Corinna Larsen, a pesar de que su figura está blindada en la Constitución, tal y como ha tenido que recordar la portavoz socialista en el Congreso, Adriana Lastra.
El Gobierno, a través de su vicepresidenta primera, Carmen Calvo, insiste en restarle hierro al asunto, afirmando que es habitual que surjan debates internos, pero que la sintonía entre ambos grupos es buena y seguirá mejorando en el futuro. El problema es que no sólo no es cierto, sino que los socialistas se equivocan de plano al pensar que este episodio es algo excepcional. Esto no es un Gobierno de coalición al uso, sino un Gobierno condenado a la tensión permanente.
Cuando dos o más partidos se alían para desempeñar tareas ejecutivas es lógico y normal que acaben existiendo desavenencias, pues los intereses políticos de unos y otros son diferentes, pero la clave aquí es que esta particular pugna es fruto de una estrategia muy concreta por parte de Podemos. Iglesias busca y desea que haya tensión con el PSOE, ya que es consciente de que es la única forma que tiene Podemos de sobrevivir como marca bajo una coalición.
Sánchez ha metido al enemigo en casa
Sánchez e Iglesias compiten por un electorado muy similar en su intento por consolidarse como los grandes referentes de la izquierda. Y esta competencia obliga al líder de Podemos a distanciarse de los dictados socialistas para evidenciar sus señas de identidad y no quedar desdibujado bajo una acción conjunta del Gobierno. Todo está perfectamente medido. Los comunistas usarán sus ministerios al servicio de sus intereses partidistas, cuyo fin no es otro que robar votos al PSOE.
Así pues, este tipo de tensiones, lejos de resultar excepcionales, serán la tónica de este Gobierno. Sánchez ha cometido un gravísimo error pactando con Iglesias. En primer lugar, porque ha logrado revivir a un partido que estaba condenado a la irrelevancia política tras el descalabro sufrido en las últimas citas con las urnas. En segundo término, porque su acceso al poder les ha facilitado un enorme altavoz mediático, además de una eficaz herramienta a la hora de comprar votos.
Y, en última instancia, porque, siendo su principal competidor a nivel político, Iglesias se valdrá de su posición para torpedear a Sánchez en la medida de lo posible, mediante el desarrollo de una cuidada estrategia a medio y largo plazo para lograr su ansiado sorpasso. Sánchez ha metido al enemigo en casa y, no contento con eso, le sirve la comida en bandeja de plata. El PSOE acabará pagando muy caro este error histórico y lo peor es que también lo pagarán todos los españoles en forma de profundo deterioro institucional y democrático.