Estados Unidos y la cultura de la subvención ineficiente
Existe entre los europeos la concepción de que en Estados Unidos no hay política social ni sanidad pública, que los pobres y los ancianos mueren de hambre y de achaques a la puerta de los hospitales sin que nadie haga nada por ellos, y que todo ello deriva de que los ricos no pagan impuestos y de que el Estado funciona mediante una política de laisser faire que deja a cada ciudadano a su aire.
Sorprenderá, por tanto, saber que el Gobierno de los Estados Unidos realiza más inversión pública sanitaria per cápita que el nuestro. El gasto gubernamental en sanidad supone, a datos de 2012, el 21,99% de todo el que se realiza en el país, más del doble de lo que dedica a su por otra parte hipertrofiada sección de Defensa, y cubre a millones de ciudadanos a través del Medicare y del Medicaid, así como de programas minoritarios como la asistencia médica a los pueblos indígenas. Para no ser prolijos, en Estados Unidos el gasto público sanitario es del 8,09% del PIB, mientras que en España, a 2012, es el 6,2%, y no hace falta señalar que tanto el PIB en cifras absolutas como el PIB per cápita es mucho mayor en el país norteamericano. A esto hay que sumarle las cuantiosas exenciones fiscales para seguros médicos privados de trabajadores, dinero que el Estado deja de percibir y que, en principio, van destinados a mejorar la salud de los ciudadanos.
A mayores, como el gasto privado es elevadísimo, el gasto en salud anual por estadounidense sube hasta los 8.895 dólares, según el Banco Mundial. En Alemania es de 4.683 dólares; en Reino Unido, de 3.647, y en nuestro país, de 2.808. En Cuba baja hasta los 558 dólares, y, sin embargo, la esperanza de vida en Estados Unidos empata con la cubana en 79 años y su tasa de mortalidad en menores de cinco años es mayor, al igual que la mortalidad infantil y la neonatal. Algo falla.
Ocurre lo mismo respecto a otras políticas sociales: 46,6 millones de estadounidenses comen gracias a que reciben bonos gubernamentales para adquirir alimentos. Entre ellos, 22 millones de niños, el 29% de los que hay en el país. Para ser un país con reputación tan liberal, ¿no resulta extraño que casi uno de cada seis estadounidenses reciba la comida directamente del Estado? Debemos reformular nuestra visión de Estados Unidos. No es que no se inviertan recursos en política social y en sanidad, ni siquiera que no se inviertan recursos públicos en forma suficiente: es que se invierten mal, de forma ineficiente.
Quizás nuestra falsa percepción provenga de que estamos acostumbrados al discurso político que ha equiparado inversión a resultados. Esto es, a que cuanto más dinero se destine a un asunto, mejor irá este, exista o no una relación de causalidad que lo justifique. Por eso, cuando percibimos un sector como disfuncional, lo achacamos a que no recibe fondos suficientes.
¿La cultura española no arranca? Eso es porque el Estado no invierte lo suficiente en ella; si le dedicara más recursos, funcionaría mejor. ¿Muere determinado número de mujeres a manos de sus parejas? Hay que destinar más dinero a luchar contra la violencia de género. ¿Y de qué manera se van a conseguir esos resultados y cómo va a ayudar a ello invertir dinero? Ah, eso ya no importa, se da por supuesto que la Administración se está tomando en serio el problema y se está haciendo cargo de él. Cómo lo va a hacer queda en segundo plano. En los titulares llaman la atención las cifras, no los razonamientos, que son complicados y que se pueden malinterpretar, incluir errores de planteamiento, tener importantes omisiones y puntos flacos a la vista. Las argumentaciones se pueden discutir, en resumen. Pero los millones de euros son millones de euros, y, gastándose, siempre dan la impresión de que “se está haciendo algo” en todas estas ocasiones en las que “algo hay que hacer”.
Si se percibe un problema, si los ciudadanos no están satisfechos, las dos soluciones que nos ofrece nuestra administración (y que le pedimos) son legislar más y dedicar más dinero. Y eso no vale, se queda en la superficie, es contraproducente porque disminuye nuestros niveles de exigencia y reduce la respuesta gubernamental esperada a los problemas al gesto y no a la solución razonada. A menudo, ni la legislación ni el aumento de la inversión obtienen ningún resultado, y, entonces, si el problema sigue en el foco mediático, la respuesta es meter más dinero y regularlo más, entendiéndose que no se ha hecho lo suficiente hasta ahora. Recordando a la citadísima y supongo que apócrifa definición de estupidez de Einstein.
Con este texto, me adelanto a la indignación de algún lector, no quiero decir que hacer recortes en materia de inversión pública sea bueno en todos los casos, ni que nunca invertir dinero produzca resultados, ni que no se necesiten recursos para llevar a cabo cualquier política. Pero cada euro invertido, cada porción de trabajo y esfuerzo del erario público debe destinarse a un propósito útil. Ya ha pasado el momento, espero, en el que el derroche nos hacía sentir ricos.