Estabilidad inestable
A diferencia de la legislatura pasada, las discrepancias se ventilarán más fuera que dentro de Govern
Al parecer, los tres partidos independentistas que negocian la investidura de Pere Aragonès van llegando a un primer acuerdo. De entrada, portarse bien, no mover ficha, o sea no hacer nada que conlleve riesgo de tenérselas que ver con la Fiscalía o causar inquietud a la sociedad.
En cambio, parece algo más difícil confeccionar un calendario con fecha fija para abandonar la inanición y retomar la vía de la confrontación. El plazo puede rondar, según las muy escasas filtraciones que no dejan de ser un buen síntoma de entendimiento, los dieciocho meses. Bueno, con las prórrogas y las dilaciones habituales, nos vamos a media legislatura o, con un poco de suerte, a mediados del 2023.
En tales fechas, según los escasos historiadores que han dedicado parte de su actividad a estudiar el impacto de las pestes que han azotado a la humanidad en distintos tiempos y lugares, nos encontraremos, como el mundo entero en pleno año de la euforia post epidémica.
Apunten, por si no lo tenían claro: 2021, victoria contra el virus; 2022, coletazos de la pandemia, evaluación de daños y estupor ante su magnitud; 2023, recuperación fulminante a caballo de una euforia al galope. A nivel global y a nivel local. Luego ya veremos, pero esta predicción tiene más fundamento que una antología de profecías cumplidas.
Volvamos al presente. Contra lo que parecen indicar los últimos episodios de violencia todo parece indicar que nos hallamos en las puertas de un período de relativa tranquilidad. No de calma tensa a la espera del temporal sino un paulatino retorno de la confianza en el futuro.
En este sentido, el independentismo, vista la inutilidad de la desobediencia, se apresta como decíamos a abonar un compás de espera. Total, tal vez molesten más a los propios los engaños sobre la proximidad del siguiente asalto difundidos por JxCat que las falsas expectativas de solución negociada a las que se aferra ERC.
Supongamos lo más probable, que Aragonès es investido con los votos de la mayoría independentista. Tanto da para el caso si la fórmula es un Govern de coalición a dos, a tres o si al final ERC opta por lanzarse al ruedo en solitario.
Una vez en el poder, el nuevo president, lejos de lanzar proclamas dirigidas a la mitad de la sociedad como su antecesor, se centrará previsiblemente en el día a día de la gestión. Por algo es un tecnócrata al que no se le observan pajaritos revoloteando sobre la cabeza.
La inestabilidad dentro de la estabilidad no vendrá ocasionada por la CUP
Como es natural, tal cosa irritará a JxCat, que vive de la tensión en vez del proyecto. Pero a diferencia de la legislatura pasada, las discrepancias se ventilarán más fuera que dentro de Govern, sobre todo si el nuevo president consigue consellers con perfiles más técnicos que políticos.
Pero ahí no va estar el origen de la estabilidad inestable. Quien de veras se desmarcará más pronto que tarde es la CUP. Lo que hoy aparenta ser mezcla de agua y vino se revelará irreconciliable como agua y aceite. Para los dos partidos responsables de mantener el orden, la CUP no es de fiar. Pero si se amputara el agujón dejaría de ser la CUP.
Y ahí, si la andadura sigue por el camino de moderación iniciado, entran en funciones los comuns. Tal perspectiva se fundamenta en el secreto más conocido pero mejor guardado de los últimos tiempos: a la hora de la verdad, cuando se trataba de aprobar los presupuestos de la Generalitat, ni a JxCat ni a En Comú-Podem se les ocurrió anteponer al mutuo veto la conveniencia compartida. Pues eso.
Contra lo que creen atisbar algunos comentaristas que usan la lupa a guisa de prismáticos, el problema, la inestabilidad dentro de la estabilidad, no vendrá ocasionada por la CUP. Tampoco por los comuns, siempre dispuestos a ponerse medallas de domador en cuanto a calmar fieras se trata.
El problema va a estar, o mejor dicho ya está, en JxCat. La divisoria entre pragmáticos y radicales no separa por un lado a ERC y JxCat de la CUP. Tampoco enfrenta ya, tras la pérdida de la hegemonía en su campo, a la totalidad de JxCat con ERC. La auténtica e irreconciliable frontera entre partidarios de la gestión y abanderados de la tensión se encuentra en el interior de JxCat.
De ahí que, de entrada, opten no tanto por conceder un margen temporal a ERC como por tomarse ellos mismos un tiempo, a ver si entre compañeros con miradas, ideologías y proyectos tan dispares, se aclaran a fin de formar un partido, por supuesto que independentista pero ante todo de orden, o acaban, los radicales, por enfrentarse a los acomodaticios.
Si de momento no lo hacen es porque temen quedar arrinconados. Pero cuánto más esperen, más lo estarán.