¿Está cabreado el empresariado catalán?

 

«Toda batalla se basa en el engaño.
Si tu enemigo es superior, evítale.
Si está enfadado, irrítale.
Si estáis igualados, combate.
Y si no, reposa y medita»

Tsung-Tzu. El arte de la guerra.

“Mira, si tengo que definirlo estoy entre la decepción, la depresión, el cabreo contenido, las ganas de largarme a Suiza o de patearle el cuello a algún político [sic]. Yo estoy así, otros están todavía más cabreados”. Esta frase es la respuesta a una pregunta: ¿Cuál es el estado de ánimo del empresariado catalán en estos momentos?. El interrogado, que se omite por razones obvias, es uno de los grandes; una de esas familias burguesas con intereses empresariales diversos.
Incluso aunque el interlocutor impostase y amplificase la negatividad de su estado de ánimo, es cierto que entre el empresariado catalán se ha instalado un cierto run run que tiene varios orígenes y diferentes motivaciones, pero que coincide en un discurso único.

Madrid nos ha jodido con el tema Spanair, ahora sólo falta que les entreguemos La Caixa”, subraya otro. El cierre de la aerolínea, incluso para los que jamás creyeron en el proyecto, ha abundado en el pesimismo del empresariado catalanista. Los rumores llegados desde Madrid sobre una eventual operación Bankia-Caixabank son igualmente vistos como una amenaza de colonización económica del supuesto centralismo español. Otra más, según insisten algunos de los notables con los que intercambio opiniones y a los que, modestamente, intento tranquilizar.

Será porque la crisis ha aguzado el ingenio, pero los empresarios barceloneses están soliviantados. Digo lo del ingenio, porque de intentar pasar inadvertidos y ser pulcros y discretos, empiezan a emerger del cascarón con opiniones y posicionamientos casi rallanos en lo chulesco. Quienes antes sólo inspiraban, ahora también expiran. Curioso, pero respirar no era un ejercicio común empresarial, al menos en esta parte del Ebro.

Fíjense por ejemplo en una de las recientes reuniones de la junta directiva de Foment del Treball, la patronal catalana que preside Joaquim Gay de Montellà. Me refiero a la del pasado 9 de enero, donde en vez de asentir y votar (¡a qué se va a Foment, si no es a eso!), los asistentes se calentaron la cavidad bucal y ejercieron un pequeño aquelarre piramidal en el que el último que intervenía era más arrojado que el anterior.

Todo se produjo después de que Gay de Montellà informase de cómo iban las conversaciones de la CEOE y los sindicatos sobre la reforma del mercado de trabajo, los presupuestos de la Generalitat de 2012 y las medidas financiero-fiscales del nuevo gobierno del PP. Martí-Carles Llaràs, del sector de los aparcamientos, fue el incendiario. Pidió al presidente de la patronal que se dejase de explicar qué hacen las administraciones y explicase qué iba a hacer Foment.

Luego habló José Manuel Basáñez, burgalés catalanizado y representante de un poder tan establecido como nebuloso, y dijo: “Es necesario actuar decididamente para hacer cambiar de criterio al gobierno tanto del Estado como de la Generalitat, que están llevando adelante políticas de austeridad extrema y equivocadas. Fomento se ha de rebelar contra estas políticas con determinación, porque la situación lo reclama”. Con dos… Después intervinieron Manuel Milián Mestre, Pedro Mier, Joan Canals, Jordi Comas, José Luis Solano, Joan Gaspart, Francisco J. Caballé, Ramon Termens, Roser Moré

Es obvio que Gay de Montellà tiene un gallinero agitado, pero no más que cualquier otro foro o entidad empresarial. Dicho lo cual, el presidente de Foment entiende que no hay ningún problema específico, que sencillamente los empresarios tienen inquietudes y que, en consecuencia, esperan cambios que les den otra dimensión estratégica diferente de la actual.

¿Son esas inquietudes una bandera del cabreo colectivo? Posiblemente, pero después de todos los retos que han marcado la actualidad empresarial barcelonesa de los últimos meses, tampoco es algo nuevo o diferencial. El empresariado catalán está enfadado, cabreado y huérfano. ¿Por qué, se preguntarán ustedes? Aunque puedo retratar opiniones y situaciones coyunturales, siempre habrá una razón estructural. Una razón que no explicarán los medios del Grupo Godó ni tampoco del status quo nacionalista. Una razón a la que sólo podemos llegar por oposición, y no por composición.

Si han llegado hasta aquí bien se merecen un consejo: miren a su alrededor y cuenten cuántos empresarios conocen descontentos con el nacionalismo dominante, con el nacionalismo opositor y, si me apuran, con el nacionalismo mesetario. Al final, el problema siempre es el mismo: nacionalismo, sea cuál sea su origen, procedencia o justificación política.