España y Marruecos: separados por 13 kilómetros… cúbicos

Esta afirmación resume en sí misma la distancia física, económica, social, política y hasta temporal que hay entre ambos lados del Estrecho

Durante mi etapa como corresponsal de TVE en Marruecos (2001-2007) dediqué la mayor parte del tiempo a tratar de entender por qué nuestro vecino del sur resulta tan incómodo.

La diplomacia española siempre se ha movido en este país con pies de plomo. Hasta el punto de que es tradición que la primera visita que hace el presidente del Gobierno al exterior sea a Rabat. Tradición que, por cierto, se ha roto con Pedro Sánchez.

Eso no ha gustado a los marroquíes y parece que se lo van a hacer pagar al presidente del Gobierno atrasando a febrero la cumbre que estaba prevista para dentro de unos días. Y menos les ha gustado aún que se haya querido introducir al vicepresidente Pablo Iglesias en la delegación tras sus inoportunas declaraciones sobre el Sahara.

El reconocimiento, por parte de Donald Trump, de la soberanía marroquí en la excolonia española ha cogido a la administración española con el pie cambiado. EEUU ha conseguido que, a cambio del reconocimiento de la soberanía sobre el Sahara, Rabat reconozca a Israel. España queda en un segundo plano en este movimiento geoestratégico y así se lo hace ver Marruecos aplazando el encuentro.

En cualquier caso, cada vez que hay una cumbre con Marruecos al más alto nivel, es decir, con el rey alauita, las crónicas de los medios de ambos países se llenan de tópicos: “Dos vecinos condenados a entenderse”, “el colchón de intereses” que supuestamente nos une y sobre el que debería descansar una relación estable y equilibrada o “la historia común de hermandad” de ambos pueblos.

Lo cierto es que lejos de todos esos lugares comunes sobre los que descansan los discursos oficiales yo me quedo con la frase que un día escuché a un veterano corresponsal español y que define, como pocas, por qué resulta tan difícil entender lo complicadas que son las relaciones entre Madrid y Rabat: “De Marruecos nos separan 13 kilómetros… cúbicos”.

Cada uno que se va de Marruecos es una boca menos que hay que dar de comer

Esta afirmación resume en sí misma la distancia física, económica, social, política y hasta temporal que hay entre ambos lados del Estrecho. Un escalón que en relación con el PIB per cápita es de 1/10. Cuando por ejemplo el que hay entre México y EE.UU. es de 1/7.

Marruecos, con una población superior a los 35 millones de habitantes, es un país demográficamente muy joven. Nada que ver con la envejecida España. El 42% de los marroquíes tiene menos de 25 años. Desocupados en su mayoría, sumidos en la pobreza y sin futuro, son una olla a presión que el régimen contiene gracias a un represor sistema policial que lo controla todo.

Un sistema que abre y cierra la válvula de la olla a su conveniencia. Cuando quiere deja salir la energía de esta legión de jóvenes para que se monten en una patera y se lancen hacia nuestra costa sin reparar en el peligro que eso supone.

Cada uno que se va es una boca menos que hay que dar de comer. Y con suerte, si se establece y consigue trabajar en Europa, mandará dinero a su familia en Marruecos. Se calcula que nuestro vecino del sur recibe al año unos 8.000 millones de euros en concepto de remesas de sus emigrantes, de quienes legal o ilegalmente se marcharon a Europa.

Es algo más del 9% de su PIB. Una lluvia fina de dinero que se extiende por las capas más necesitadas del país y que ni siquiera ha sufrido merma durante la pandemia.

La inmigración ilegal procedente de Marruecos es históricamente un quebradero de cabeza para nuestra clase política, gobierne quien gobierne. Se ha tratado de frenar de muchas maneras. Con cooperación económica, inversiones, acercamiento diplomático…

Al final solo una ha funcionado. Y siempre de manera provisional. Llevando una carretilla de dinero para que el sultán lo reparta entre los suyos. Lo que allí se conoce como el Majzen. Es decir, los que mandan.

Sánchez llegará a Rabat y mantendrá diversos encuentros que durarán lo que tarde el rey en recibirle en el palacio

La inmigración es, por lo tanto, una herramienta que Marruecos utiliza para presionar a España haciendo gala de un excelente olfato de la situación política de nuestro país.

Cualquier debilidad, crisis o división que suponga falta de reacción del Gobierno ante la llegada masiva de pateras es aprovechado por Rabat para abrir la válvula. O lo que es lo mismo, no tiene inconveniente en mirar para otro lado ante la frenética acción de unas mafias que nada harían sin su consentimiento.

Si Sánchez quiere frenar esta crisis migratoria tendrá que pasar por caja. Y parece que lo hará en febrero siguiendo el protocolo. Es decir, llegará a Rabat y mantendrá diversos encuentros ya organizados con diferentes instituciones. Encuentros que durarán lo que tarde el rey Mohamed VI en decir que le recibe en palacio.

Y lo hará en un salón presidido por un mapa del “Gran Marruecos” en el que aparecen las islas Canarias, Ceuta y Melilla. Y al despedirse, seguramente, pronunciarán la única frase cierta del encuentro: “Hasta la próxima”.

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