España vista desde dentro
Los políticos deben tomar conciencia de que la imagen que tienen los españoles sobre su país empieza a ser la misma que la que se tiene fuera de él
De la misma manera que Nueva York genera más sensación de libertad cuando un amigo nos narra su estancia en ella que cuando uno pasea por sus calles, lo mismo sucede con los países. Francia adquiere dimensión de tierra prometida en la medida en que uno no vive en ella; lo mismo sucede con la luz de España, que es más intensa cuando se percibe desde fuera de sus fronteras.
Siempre sucede así en todos los órdenes de la vida. Uno se pasa la vida deseando cambiar de ciudad y, cuando lo consigue, se da cuenta de que sus problemas siguen siendo los mismos o parecidos. La aritmética parlamentaria en España tiene la propiedad de mostrar con gran precisión cómo vive el país.
Contrariamente a lo que cabría esperar del parlamento, que fuera un espacio de superación de las ideologías, de los intereses partidistas y de cálculos electorales para alcanzar acuerdos que favorezcan a los ciudadanos, actúa como lupa de aumento de las contracciones que operan en la sociedad española.
El político al que se le ha otorgado la responsabilidad de representar a sus votantes no obedece a sus intereses sino a sus pasiones. La España vista desde dentro es frágil por la sencilla cuestión de que el país alcanza para discutir sobre su futuro pero nunca para crear las condiciones necesarias para avanzar hacia él.
Los ciudadanos, si miramos las encuestas del CIS, tienen la misma preocupación desde hace décadas en relación al paro, el mismo temor hacia la clase política y el mismo hartazgo por la corrupción. En España se van sucediendo las crisis económicas, políticas, territoriales y sociales, pero no traen consigo la oportunidad de evolucionar sino la certeza de que todo seguirá igual.
Solo se aceleran los cambios cuando un asunto se ha deteriorado lo suficiente como para poner en peligro la supervivencia del Estado.
La crisis de la Covid-19 ha permitido observar la calidad de país que tenemos y nos ha permitido constatar que la reforma de las pensiones, la congelación del salario de los funcionarios, la falta de medios en educación, los cambios en la reforma laboral, la posición de España en Europa, el modelo productivo o los altos índices de endeudamiento de las familias muestran la imagen de una araña atrapa en su telaraña.
Ha llegado el momento de hacer reformas y dejarse de debates
Y ahora todo son prisas. España vista desde dentro muestra una sociedad asediada por los impuestos o subordinada a las ayudas públicas. La situación contrasta con las aspiraciones de los españoles que solo quieren que sus gobernantes afronten los problemas y generen una sociedad de oportunidades.
Esta situación podría revertirse si los políticos en España empezaran a aceptar una premisa: tomar conciencia de que la imagen que tienen los españoles sobre su país empieza a ser la misma que la que se tiene fuera de él. Cuando desde fuera y desde dentro se llega a la misma conclusión, que España necesita reformas, ha llegado el momento de hacerlas y dejarse de debates.
La oportunidad que tienen ahora los políticos españoles es que nadie discute, desde ningún espacio ideológico, que se necesitan abordar las condiciones para adaptar las instituciones a los retos a los que debe enfrentarse el país, si se quiere dirigir un país y no solo un problema.