España va bien, ¿otra vez?

Hace ya sobre dieciocho años que el entonces presidente del gobierno José María Aznar hizo célebre la frase «España va bien», que los medios de comunicación se hartaron de repetir. En aquella ocasión, me atreví a negarlo con una respuesta que titulé «España no va nada bien». 

No sirvió de nada. Nadie quiso publicarme aquel artículo que, según se me dijo por voces muy distintas, era políticamente incorrecto, francamente inoportuno y desconsiderado, además de erróneo. Desde luego, el artículo no llegó a ver la luz. Hablando en plata, fue sometido a la más feroz de las censuras y condenado al silencio eterno.

Sin embargo, yo tenía razón. Era cierto que en aquellos tiempos la economía española crecía a una tasa envidiable, vista desde la precariedad en que el país se sumió desde fines del 2007. El vehículo avanzaba deprisa y tendía a acelerar su marcha con el paso del tiempo. Avanzaba, sí. Pero avanzaba hacia el abismo.

Hoy se nos repite machaconamente que España va bien otra vez, aunque orillando aquella expresión para evitar el jolgorio del personal. El telón de fondo de tales afirmaciones, como casi siempre en este juego de soltarla lo más grande que se pueda, es el horizonte electoral previsto para la jornada del próximo 20 de diciembre. Alguno espera repetir la jugada y seguir sentado en la poltrona del Palacio de la Moncloa. Después, ya se verá…

Pues hay que decirlo bien claro: no es cierto que España, la economía española, vaya bien. La pura realidad es que va mal. Hay algunas señales claras de aumento del consumo privado, lo que resulta muy reconfortante contemplado desde la indigencia de los últimos ocho años. También es verdad que las cifras del desempleo han experimentado una leve reducción. Pero casi nada más. 

El aumento del consumo de las familias no nos sacará de la crisis, pero puede hundirnos más en ella. A corto plazo, provoca cierta euforia compradora. Los comerciantes que ven aumentar sus ventas experimentan un alivio, que buena falta les hace. Lo que está dando algo de aire al enfermo es el momento dulce de nuestro turismo receptor. No soy de lo que se van de finos y le ponen mala cara al turismo. Todo lo contrario.

Pero mejor no engañarse con el tema. No se puede desconocer que la evolución del turismo extranjero de las áreas del Mediterráneo europeo, incluyendo a Portugal, Francia, Italia, Malta, Croacia, Grecia y Chipre, han registrado comportamientos semejantes.

Las causas del reciente auge turístico de estas zonas tienen que ser las mismas para todos ellos y se relacionan, indudablemente, con el deterioro dramático de la situación en el Norte de África y el Próximo Oriente, especialmente desde el inicio de la «primavera árabe» en 2011, el terrorismo islámico y las guerras civiles en varios países de la región. El turismo ha tenido que desviarse por pura necesidad, para esquivar el riesgo de la vida. 

Nada ha cambiado en el fondo de los problemas que aquejan al enfermo desde hace ocho años. El gobierno conservador se ha limitado a gestionar algunos recortes del gasto público, básicamente colgándole el muerto a las Comunidades Autónomas, subir impuestos a la industria cultural y a tutti quanti y meter la mano en la hucha de las pensiones (Fondo de Reserva de la Seguridad Social).

Es muy probable que el humilde repunte que se comienza a percibir resulte puramente episódico. La bonanza tiene escaso recorrido y durará muy poco tiempo si no va acompañada de otras pautas más sólidas. La clave estaría en el crecimiento de la inversión y en el incremento de la competitividad, de la actividad productiva y del empleo. Para eso harían falta reformas, muchas y verdaderas reformas.

Pero la posición del gobierno conservador se limita a ponerse de perfil y esperar algún milagro. El presidente Rajoy es un verdadero maestro en el arte de mirar siempre para el otro lado. Como dijo él mismo, «lo de Grecia no va a pasar en España porque éste es un país serio». Pues eso.

Dicho sea de paso, y con no poca desesperanza, las propuestas de los partidos de la oposición no anuncian cambio alguno. Los que se atrevieron, tiempo atrás, a avanzar alguna fórmula renovadora, ya la han escondido en el fondo del armario. Seguramente saben que, en este país, eso no te da votos, sólo te los quita. Temo que tienen razón: los electores no están para monsergas.

El Banco de España no parece tampoco muy convencido de que España, otra vez, vaya bien. Justamente, acaba de anunciar que espera una recuperación del crecimiento potencial de la economía de hasta una tasa del 1,5 % para los próximos veinte años. De suceder esto, en la más optimista de las hipótesis, conseguiríamos alcanzar un ritmo de crecimiento de nuestro bienestar colectivo inferior a la mitad del que conocimos desde 1950 hasta 2007. ¡Para lanzar las campanas al vuelo!