España, una cuestión de principios
La política española se convirtió en una cuestión muy personal cuando, no hace mucho, debía subordinarse a los intereses generales de la nación
Hacía mucho tiempo que el Gobierno de España no era una cuestión de principios. En muy poco tiempo, se ha pasado de apelar a los intereses de España a retomar el camino de los principios y de las convicciones particulares o de partido.
Hoy sabemos que no habrá entendimiento entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, no solo por la desconfianza entre ambos, sino por haber convertido sus principios políticos en trincheras para defenderse. Resulta paradójico que hoy sean más importantes la ofensa, la dignidad y el orgullo cuando, no hace mucho, todo debía subordinarse a los intereses generales de la nación.
En síntesis, hoy la política española se ha convertido en una cuestión personal, muy personal, aunque el PSOE intente desmentirlo. Las “importantes diferencias”, esgrimidas por los socialistas con respecto a Unidas Podemos, deben ser leídas como un nuevo episodio de desconfianza.
A nadie se le escapa que en septiembre habrá una encarnizada contienda por dirimir entre la vía propuesta por Sánchez, basada en un gobierno estable, fiable y con dirección única, o una vía propuesta por Iglesias, basada en un gobierno de izquierdas inestable, cambiante y con múltiples direcciones. El factor que puede orientar a favor o en contra de una u otra vía será el factor humano, más que el político.
La Historia determina que primero se producen los hechos y luego, los cronistas los ajustan para decantar un poco más la victoria al ganador de la batalla. Pero una buena parte de las estrategias, de ambos partidos, parten del esquema contrario: determinar quién ha ganado la batalla antes de que se haya producido.
No son las grandes palabras ni los grandes retos, desafíos o problemas los que marcarán la acción política en septiembre
Nos hablan de estabilidad económica, de poner en marcha la fórmula portuguesa de gobierno, del impacto negativo del brexit sobre España o de la necesidad de disponer de un gobierno fuerte capaz de gobernar el deteriorado clima social que se puede dar en Cataluña como consecuencia de las sentencias judiciales, para así mostrar lo mucho que está en juego.
Sin embargo, no son las grandes palabras ni los grandes retos, desafíos o problemas los que marcarán la acción política en septiembre, sino las pequeñas palabras que han sido esparcidas y vertidas con ánimo de ofender al contrario durante el mes de junio y julio.
Pequeñas palabras negativas que, pretendiendo condicionar la reacción política del contrario, han conseguido el efecto opuesto, provocando su enrocamiento. Son palabras pequeñas orientadas a descalificar al otro, a menospreciarlo, que abren un mayor abismo que las diferencias de partidos en políticas económicas o territoriales.
Hablamos de términos como “usted no es fiable”, “ustedes nos han engañado”, “manipulan los acuerdos”, entre otras tantas que se han ido pronunciado mientras se realizaban, supuestamente, las negociaciones.
Sólo a través del respeto, los pequeños gestos, la rectificación y el perdón parece posible que los principios no justifiquen la repetición de unas nuevas elecciones generales.