España ¿un país de saldo?
España está en venta. La crisis ha transmutado al país a una virtual bancarrota. Las administraciones, tuteladas y sostenidas desde Europa y sus mercados viven de la caridad comunitaria, del euro. Las empresas privadas están endeudadas hasta las cejas y algunas de ellas vendiéndose a precios de derribo al capital exterior. Muchas familias no andan mejor, con sus hipotecas, sus dramas de desempleo y su falta de expectativas para los más jóvenes.
Unos japoneses compran Everis por casi 600 millones de euros. Una petrolera china puede hincarle el diente a Repsol. Los rusos y los chinos se están comprando el parque inmobiliario desocupado… Hasta el modelo cooperativista e internacional de Mondragón, ese sí que era identitario y patrimonialista, hace aguas. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que el Banco de Santander se compraba la City, o Telefónica media Suramérica! Los años de espejismo, al que apodamos círculo virtuoso. Otra cosa no, pero toreros lo somos un rato largo, incluida la Catalunya que los ha prohibido.
La crisis tiene esos efectos colaterales, como los bautizarían los estrategas de la geopolítica. La pérdida de soberanía sobre sectores y empresas estratégicas es el más nocivo a medio y largo plazo en un mundo tan globalizado. Mientras, los campesinos franceses siguen teniendo su luz, su agua, su telefonía, su gas y sus coches bajo la tutela pública. Por no hablar de los alemanes, a los que el poder industrial no se lo disputan ni los asiáticos del dumping. Incluidos los más liberales, esa diferencia con nuestros vecinos debería obligarnos, cuando menos, a una reflexión.