España se juega su madurez

El pacto no está bien visto. Cada vez parece más incomprensible lo que sucedió en la transición. No porque fuera una gran componenda –para la nueva izquierda esa es la cuestión, que ahora se quiere romper– sino porque dio pie a acuerdos entre fuerzas políticas muy dispares. A la luz de la España de 2016, los pactos de la Moncloa parecen ciencia ficción. Pero la situación, aunque se pueda pensar que es muy distinta, no está tan alejada. Los cambios en el modelo productivo están siendo tan grandes que los dirigentes políticos deberían ser conscientes de que están jugando con fuego.

España, en relidad, se juega su madurez como país. Es muy cierto que los sistemas políticos deben garantizar la alternancia, y que los partidos deben ser sólidos. Pero también deben ser capaces de colaborar. Ese es el mensaje de Mariano Rajoy en la sesión de investidura, con el objeto de que el PSOE adopte una posición constructiva, a pesar de estar absolutamente roto y desencajado. El problema es que Rajoy no ha practicado ese diálogo que ahora defiende, aunque siempre es positivo rectificar.

El tono, las formas, las palabras precisas, son cruciales cuando se busca el pacto. Por eso no se entiende que Rajoy lanzara pullas al PSOE, aunque se pueda pensar que lo hacía con toda la buena intención. «Estoy de acuerdo con que ustedes hagan oposición», le espetó Rajoy a Antonio Hernando, que asumía un papel muy complicado tras haber defendido el ‘no es no’ de su ex jefe Pedro Sánchez. ¿Qué quiere decir? ¿Que le perdona la vida, que le deja el derecho al pataleo en aquellas leyes que el PSOE no pueda de ninguna manera apoyar?

Esas formas son las que se deben cuidar al máximo. Lo debe hacer también Pablo Iglesias, si quiere ser respetado como dirigente de un partido de la oposición que podría ser la gran referencia de la izquierda, si el PSOE no remonta. Y, aunque moderó su verbo, se le escaparon algunas salidas de tono.

Y también deben adoptar otras formas los independentistas catalanes, en concreto los republicanos, liderados por Joan Tardà, cuyo lenguaje bélico es constante. ¿Qué gana con ello? ¿Tensar a los suyos? ¿Es ese el concepto de democracia que tienen?

El periodo que se abre en España, con la investidura de Rajoy este sábado, con un Congreso fragmentado, y con el PSOE a la espera de la batalla que puede plantear un dolido y herido Pedro Sánchez, obliga a grandes acuerdos, de todos, conscientes, además, de que España, como sus socios europeos, han cedido buena parte de su soberanía a la Unión Europea.

Aunque se pueda establecer una gran batalla por los presupuestos, entre el PP, Ciudadanos y el PSOE, con el PNV también en el ajo, quien tendrá la última palabra es Bruselas. ¿Por qué no comenzamos a admitirlo?  Y si se pretende modificar porcentajes –ya se ha hecho– de déficit, España debe buscar complicidades en el seno de la UE, con Francia e Italia principalmente. ¿Alguien habló de ello en la sesión de investidura?  

Hay muchas otras cosas que dependen de la política estrictamente nacional, como el trato fiscal a las autonomías, o las leyes de educación. El problema catalán es uno de los temas que Rajoy se comprometió a abordar, aunque descartando por completo la convocatoria de un referéndum. Y, respecto a la aprobación de una ley de educación consensuada –es uno de los verdaderos problemas del país– no se admiten más excusas para no hacerlo. ¿O lo que están mostrando Rajoy, Hernando –de momento–, Rivera, Iglesias, Esteban (Aitor), Homs o Tardà es que es una tarea imposible?

La complejidad es cada vez mayor. Pero España demostró en su día que se podía llegar a grandes acuerdos. Seguramente sólo se pueden producir cuando la fragmentación es enorme. Pues ha llegado, curiosamente, el mejor momento para ello.

A veces a los gobernantes les llega un momento crucial. Aunque España ha pasado una crisis económica brutal, para el Gobierno ha sido relativamente fácil gobernar con una mayoría absoluta. Es ahora cuando Rajoy debe demostrar si puede o no conducir este país, y si el resto de dirigentes están o no preparados y si los ciudadanos están dispuestos a seguirlos.