España, paraíso del secesionismo 

"Es la venganza de Santiago Abascal, el líder de Vox, que después de años de ser ninguneado por sus antiguos compañeros del PP, preside ahora un partido al que el PP necesita y del que al mismo tiempo se avergüenza"

Con los prolegómenos para la sesión de investidura del próximo presidente del Gobierno, como son la conformación de la mesa del Congreso y la elección de sus principales cargos, estamos asistiendo a una especie de apoteosis de la influencia del secesionismo en España.

Nunca, como hasta ahora, unos resultados tan apretados entre los dos bloques principales de nuestro sistema político (PSOE y Sumar, por un lado, y PP y Vox, por otro) han conferido tanto poder y tanta influencia a los partidos nacionalistas e independentistas, a los que aquí denominamos, en genérico, secesionistas. Primero, porque lo son y segundo, porque juegan con esa opción, permitida por nuestra constitución, para desafiar a todo el Estado y favorecer específica y exclusivamente a las dos regiones, Cataluña y el País Vasco, donde cosechan sus resultados. 

Una cosa es respetar a las minorías, pero otra bien distinta es que dichas minorías decidan por el resto

Estamos asistiendo a un empavonamiento en toda regla (había que ver la llegada de los siete representantes de Junts al Congreso a cumplimentar sus credenciales) de unos partidos políticos que, en el mejor de los casos, representan cada uno de ellos a unos cientos de miles de españoles, frente a partidos que tienen detrás varios millones. La desproporción resulta incluso obscena. Porque una cosa es respetar a las minorías, principio irrenunciable de todo sistema democrático, pero otra bien distinta es que dichas minorías decidan por el resto, que es lo que está en trance de ocurrir en España en las próximas semanas. 

Y no solo eso, sino que un señor que en su día fue presidente de la Generalitat, que es como se llama al gobierno autónomo de Cataluña, y que se permitió declarar la independencia de dicha región (aunque fuera por unos instantes, para luego marcharse a otro país de la Unión Europea como es Bélgica, donde este tipo de actuaciones no tienen ningún carácter delictivo), es quien va a decidir si Pedro Sánchez sale elegido presidente del gobierno de España o no. Un señor que en su momento huyó de España, porque aquí, según él, no hay democracia ni se respetan los derechos de su región, va a ser precisamente quien va a decidir quién es el presidente del gobierno de la nación que, según él, tiene sometida a Cataluña. 

A mí (y a cualquiera, creo yo) todo esto, la verdad sea dicha, tras un primer momento de estupor, me resulta realmente maravilloso, por inconcebible, casi onírico, y no porque me parezca en absoluto deseable, ni mucho menos ejemplar. En realidad, lo que me parece es un auténtico escándalo, un despropósito, una pifia colosal. Incluso se especuló con la posibilidad de que un representante del PNV, el partido vasco homólogo del catalán cuyo líder está en el exterior haciéndose el exiliado, fuera el presidente del Congreso.

El presidente del gobierno en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez (c). EFE/Juan Carlos Hidalgo

Imagínense, un partido como el PNV, que como el resto de los nacionalistas tiene como razón de ser el desprecio a España y a los españoles, porque consideran que son España y los españoles los que tienen dominados y sometidos a vascos y catalanes, podría ser quien rigiera el funcionamiento de la cámara donde está representada, junto con el Senado, nada menos que la soberanía nacional de España. 

No me digan que todo esto no resulta realmente increíble si se lo hubieran contado en vísperas de las últimas elecciones generales, estas del 23 de julio pasado. No me digan si todo esto podría ocurrir en ningún otro país de la Unión Europea. España se ha convertido ya, de facto, en el paraíso de los independentistas y del independentismo.

En ningún otro país democrático de nuestro entorno es concebible que partidos que tienen como fin destruir el Estado tengan toda la oportunidad, ahora mismo, de decidir quién gobierna en ese Estado que tanto les oprime, al parecer, y del que se quieren separar a toda costa. ¿No resulta algo kafkiano, como de pesadilla? Y es que todo está lleno de paradojas que surgen a cada momento.

El expresidente catalán fugado, que, digámoslo de una vez, se llama Carles Puigdemont, va a decidir quién es el presidente del gobierno de España, que, si va a ser Pedro Sánchez, resulta que es el que, en su momento, se sumó al artículo 155 decidido por el presidente Mariano Rajoy para suspender transitoriamente la autonomía de Cataluña, tras la declaración unilateral de independencia. 

Todo indica que los secesionistas vascos y catalanes van a decidir que el presidente del gobierno de España sea Pedro Sánchez, porque es con quien todos ellos han tenido mejor suerte: respecto de los catalanes, porque ha indultado a los condenados por el “procés” independentista y ha suprimido el derecho de secesión y el de malversación para beneficio de todos los que dirigieron la asonada en Cataluña; y respecto de los vascos, porque ha concedido al gobierno autónomo la competencia de prisiones y a EH Bildu el traslado de los presos de ETA a las cárceles del País Vasco. ¿Con quién mejor que con Pedro Sánchez van a seguir consiguiendo para sus regiones y para sus objetivos políticos todo lo que se propongan? 

¿Con quién mejor que con Pedro Sánchez van a seguir consiguiendo para sus regiones y para sus objetivos políticos todo lo que se propongan? 

Los nacionalistas vascos del PNV, sin ir más lejos, ya han rechazado en dos ocasiones, y no sé si mientras escribo esto habrán recibido alguna otra más, las propuestas desde el PP para que se sumen a la investidura de Alberto Núñez Feijóo. Y lo han rechazado contundentemente porque Vox también entra en la ecuación y a Vox no le quieren ni ver, claro, porque es el único partido que está en contra del enorme poder que están adquiriendo en España los nacionalismos periféricos, si lo comparamos con el apenas millón y medio de votantes que han recibido en estas últimas elecciones. 

Pero Vox resulta ser un partido apestado y discriminado hasta por el propio PP, que con quien le gustaría pactar, como es público y notorio, es con el PSOE y con el PNV. Pero la desgracia para el PP es que el único apoyo con el que cuenta para alcanzar el gobierno es Vox. Desde luego, la derecha, en las condiciones actuales, lo va a tener muy difícil, por no decir imposible, para alcanzar el poder.

Primero, porque con los nacionalistas en liza, estos nunca le van a dar su apoyo. Y segundo, y más decisivo aún, por un problema interno de confianza entre sus dos partidos principales, que, de ir unidos a las elecciones, alcanzarían la mayoría absoluta sin que los partidos nacionalistas lo pudieran impedir. Es la venganza de Santiago Abascal, el líder de Vox, que después de años de ser ninguneado por sus antiguos compañeros del PP, preside ahora un partido al que el PP necesita y del que al mismo tiempo se avergüenza.