¿España? Menos pasión, más política

El debate político en España se ha enconado. Se sigue viendo al adversario político como un enemigo, del cual es imposible destacar algo que valga la pena. A medida que los partidos políticos eran incapaces de llegar a acuerdos, para impedir la repetición de las elecciones, la animadversión iba creciendo, con lo que se ha provocado una gran bola que ha afectado especialmente al PSOE.

Víctima de esa tendencia, los socialistas buscan ahora cómo enderezar el rumbo, sin tiempo, y con la sensación de que deberán traicionar los valores por los que habían apostado en los últimos años, como la defensa de procesos participativos directos.

El presidente de la gestora de los socialistas, Javier Fernández, ha constatado un principio que no se debería abandonar: «La política no es poesía, es prosa. No es sentimiento, es razón». Eso comporta el análisis de las mejores opciones en cada momento, y actuar en consecuencia, dejando a un lado el estómago y lo que pide el cuerpo.

Existe un debate ahora en el PSOE y en toda la sociedad española sobre la propiedad del partido socialista. ¿Es de los militantes o de los electores? Los electores, es cierto, vienen y van, pero responden a una realidad plural, a clases sociales diferentes, a generaciones distintas, que deberían tenerse en cuenta. Y esos electores, ¿son capaces de ver en el PP a un adversario con el que se puede colaborar por el bien del conjunto, o se les debe girar la cara y negar el saludo por principio?

Al margen de cómo acabe la investidura de Mariano Rajoy, y de la decisión que tome el PSOE, esa es la cuestión de fondo que el conjunto de la sociedad española deberá afrontar. Los partidos representan a partes de la sociedad, y deben reconocerse.

Eso vale para el PSOE respecto al PP, y al revés –algo que no hizo el partido conservador en un momento tan complejo como en mayo de 2010 y que se recordará como un ejemplo de pura actuación partidista—y para los dos grandes partidos respecto a los partidos nacionalistas, aunque ahora parezca imposible.

La política no debería ser el canal para desatar nuestras pasiones. Javier Fernández está aportando gotas de sentido común, aunque ahora quien las deberá asumir es el propio PSOE, que tiene un dilema: ¿ofrecer o no el futuro del partido a través de procesos de primarias?

Fernández asegura que «la tendencia a la democracia directa no está en la cultura del PSOE, que no es una organización partidaria de los plebiscitos y tiene una cultura representativa». Eso es cierto, el problema para Fernández y el conjunto del PSOE es que se decidió lo contrario. ¿Cómo se explicaría ahora ese cambio brusco?

La democracia que tenemos en los países occidentales es una democracia liberal, de carácter representativo. Es el sistema que se desarrolló a partir de la revolución americana y la revolución francesa. Se produjeron avances, claro, en particular a partir de la II Guerra Mundial, pero tiene un carácter representativo. Y otros sistemas no han demostrado que sean más eficaces.

A partir de ahí, los partidos podrían dedicarse a hacer política y a calmar las pasiones.