España es una tómbola
La ceremonia de destrucción de las armas incautadas a ETA y al Grapo se vendió como un acontecimiento histórico
Desde niño siempre me han llamado la atención los “tomboleros”. Su tono, su discurso fácil para la rifa, su rima tontorrona y su eficacia para empujar a la gente a participar en el sorteo de una muñeca “chochona” o un perrito piloto ¡qué alegría, qué alboroto! El canturreo bajo las luces y subido a un camión transformado tiene un efecto persuasivo comprobado de norte a sur. De feria en feria, como el titiritero que canta Serrat.
Al principio la emoción se reduce al mero hecho de participar. De tener unos números en la mano y esperar a que el artista y su equipo (¡a ver, secretaria!) los canten en alto. Lo de menos es el premio. Antes se podían colocar los toros y las flamencas de plástico encima del aparato de televisión. Ahora ni eso.
Todo el mundo sabe que el feriante está de paso, que la felicidad que reparte es efímera y que el premio seguro no existe. Pero él también sabe que gracias a la ilusión siempre renovada de la parroquia su negocio seguirá funcionando.
Existe una especie de simbiosis. Él seguirá con su espectáculo de ilusionista de barato y nosotros dejaremos que la parodia nos haga parecer que somos felices. Mientras funcione el micrófono la rima infantil se repetirá. Y nos pasará como con esas canciones de verano, que nos parecen graciosas las primeras veces que las escuchamos, pero que acaban resultando tan cansinas que casi estamos deseando que llegue el otoño para olvidarlas.
España, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en eso, en una tómbola de premios que bajo las luces parecen importantes pero que, a la postre, acaban resultando baratijas que solo sirven para ilusionar unos segundos. Un señuelo de felicidad que algunos compran convencidos pero que a otros ya no les hace ninguna gracia.
La puesta en escena de Sánchez
La ceremonia de destrucción de las armas incautadas a ETA y al Grapo se vendió como un acontecimiento histórico. En lugar de subirse a un camión, Pedro Sánchez echó mano de una apisonadora y, con el mejor de los estilos de la mejor tómbola, nos dijo que ahí estaba el premio que tanto anhelamos y que todos merecemos. Por fin se iba a hacer justicia. Las últimas responsables del sufrimiento acabarían como la fosfatina. Y aquí paz y después gloria.
Merecía la pena -pensaron muchos- participar en el juego y experimentar esa legítima sensación de victoria. Aunque solo fuera durante unos minutos.
La puesta en escena ha sonado a cantinela repetida más que a logro histórico
Lo malo es que esta puesta en escena ha sonado a cantinela repetida más que a logro histórico. Entregar premios que no lo son puede resultar incluso divertido al principio. Pero a la sociedad española este juego ya no le hace ninguna gracia. Si a la mala gestión de la pandemia, a la preocupante situación económica y a la cada vez más incierta llegada de la ayuda europea le añadimos trampantojos de memoria antiterrorista, la tómbola se puede caer con todo el equipo dentro.
Hacer pasar un amasijo de armas de todo tipo como responsable del terrorismo que tanto daño ha causado en nuestro país tiene difícil rima. Especialmente si quienes las empuñaron, verdaderos causantes de tanto dolor, se están beneficiando de importantes medidas penitenciarias de acercamiento.
La Asociación de Víctimas del Terrorismo se lo ha reprochado al presidente Pedro Sánchez: se destruyen armas y a la vez se llevan a cabo traslados masivos a cárceles vascas de quienes las emplearon. Algunos de esos terroristas irán a la ciudad donde reside la familia de sus víctimas.
Y se prepara el traspaso de la competencia en materia de prisiones al Gobierno Vasco. Lo que para muchos es como entregar las llaves para ir abriendo las celdas paulatinamente. Un claro mensaje para despejar el camino de los pactos con los herederos ideológicos de todos esos terroristas.
El Gobierno, en esta ocasión, ha huido de la burda propaganda al uso. Y una cansina comparecencia ante los medios sería como volver a la canción del verano. Así que alguien (dicen que Iván Redondo) ha decidido que la mejor forma de vender la idea es rifarla en forma de premio: el fin del terrorismo bajo una apisonadora.
Podía haber sido una aspiradora, pero ahí no cabe tanta chatarra, caballero.