España, en el 2015

Si hay alguna unanimidad entre fuerzas políticas tan dispares como PP, CiU, Podemos o PSOE es que 2015 va a ser un año trascendental en muchos sentidos, un año en el que muchos van a jugarse el ser o no ser. Y esta vez parece que son sinceros, que no repiten un tópico desgastado. Vamos a ver, desde mi punto de vista, cuáles son esas cuestiones ineludibles que definirán, ahora sí, el futuro de este país.

Las elecciones municipales y autonómicas a celebrar en mayo no son unas elecciones más. Hay demasiadas cosas en juego. Quizás antes haya habido también elecciones autonómicas anticipadas en Cataluña, de cuyo resultado pueden derivarse consecuencias de una gravedad que a nadie se le escapa o debería escapársele. Aún antes, el 25 de enero, hay elecciones generales en Grecia y parece que van a ser una buena piedra de toque, en primer lugar para los griegos, pero también para Europa y aquí para el emergente Podemos (en línea con la Syriza helénica).

Pero sin rebajar un ápice la crucial importancia de todas estas citas, más allá de los desenlaces de esas confrontaciones electorales, España necesita reformas de calado sin las cuales no parece posible remontar el descrédito que invade desde hace tiempo la actividad política y cuyo reflejo más hiriente es la corrupción y, el dato más revelador, los cientos de cargos públicos imputados que esperan juicio, algunos de una categoría excepcional.

Estas reformas políticas deben orientarse a cambiar el funcionamiento de los partidos, carentes de vida orgánica y en los que una reducidísima cúpula controla todo el poder, para que puedan ser generadores de ideas y propuestas y no meros gestores; a asegurar una auténtica división de poderes de manera que no sean precisamente esas cúpulas las que acaben controlando también la justicia o cualquier institución pública con presupuesto; y a promover niveles reales de transparencia en la actividad partidista, en la administración… para promover la participación de la ciudadanos y, sobre todo, un efectivo control de los diferentes gobiernos.

Existe la posibilidad de que enfrascados en las diferentes citas electorales, los partidos mayoritarios acaben despreciando estos cambios o postergándolos una vez más. En ese caso, parece evidente que discursos como el de Podemos, o similares, tienen aún bastante terreno que ganar. Como parece lógico que sea difícil lograr resultados eficaces en el sobado «problema» catalán, pues, aunque sean urgentes decisiones inmediatas, el tema de fondo es la pérdida de peso del relato España entre amplios sectores de la ciudadanía de esta comunidad autónoma.

2015 debe ser la fecha del inicio de grandes reformas políticas en España –también económicas, claro, pero las políticas son más urgentes y facilitarían la puesta en marcha de las otras–. Si es así, se cambie o no la Constitución, haremos posible una nueva transición hacia un sistema democrático capaz de dar respuesta a los interrogantes que a día de hoy tenemos abiertos y ante los que, de momento, no se está aportando más que confusión o discursos a la defensiva. ¡Así les va a las formaciones tradicionales! Esperemos la valentía suficiente en algunos políticos para ponerse el frente de la manifestación y evitar –ellos y algunas instituciones actuales– ser arrollados por la rabia de la gente de no ser así.

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