España a la cabeza en loterías, en la cola en educación

En fechas muy recientes se ha dado a conocer la edición para el curso 2015-2016 del ranking Times Higher Education (TEH), considerado el más prestigioso del mundo, en lo que atiende a la clasificación internacional de las universidades por su nivel de calidad. Personalmente, no soy muy devoto de estos ejercicios de clasificación porque los criterios empleados suelen contener bastantes sesgos, pero también creo que no deben dejarse enteramente de lado.

En esta ocasión, los resultados han sido extraordinarios para el sistema universitario catalán, que coloca a tres de sus universidades como las tres mejores de España y, a cinco, entre las nueve primeras de todo el país. La Universitat Autònoma de Barcelona figura en el puesto 146, la Universitat Pompeu Fabra en el 164 y la Universitat de Barcelona en el 174.

Por detrás, nada hasta el intervalo entre el puesto 301-350, en el que aparecen la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Navarra. Entre los puestos 451 y 500, se encuentran la Universidad Complutense de Madrid, La Universitat Politècnica de Catalunya, la Universitat Rovira i Virgili i la Universitat de València. Todas las demás, más atrás.

La Vanguardia en su página editorial opina que estos resultados «no están a la altura» de lo que es, según el diario, uno de los «quince países más industrializados del mundo». Es difícil entender por qué razón se vale de argumentos tan erróneos. Como todo el mundo sabe –y el periódico mencionado no puede ignorar-, el nivel económico de los países se mide según el PIB por habitante. En el año de gracia de 2015, España ocupa la plaza 32 del mundo –no la 15- en PIB por habitante. Por delante están todos los países de Europa Occidental salvo Portugal y Grecia. Y eso sin contar a micropaíses como Andorra, Mónaco, San Marino, Groenlandia o Liechtenstein, que también tienen mayor nivel económico.

Este bajo rango económico del país se dobla en una reducida asignación de recursos para educación. España está a la cabeza del mundo en gasto por habitante en loterías o en futbol y otros espectáculos, pero está en la cola en referencia al esfuerzo económico en educación.

El gasto anual por alumno en enseñanza en España es el más bajo de la Europa Occidental, contando a todos los países de la región que son miembros de la UE –incluidos Malta y Chipre- y a los que no forman parte de ella como Noruega, Suiza e Islandia. Solo Portugal y Grecia van por detrás. Actualmente ya nos ha avanzado, en paridades de poder adquisitivo, Eslovenia y en muy poco tiempo nos adelantarán otros países de la antigua área soviética como Chequia.

Específicamente en el campo de la enseñanza superior, el gasto público de España es sensiblemente igual al de Holanda, que tiene treinta millones de habitantes menos. Lo dicho, ¡un lujo! Es solo un poco más de la tercera parte de países como Francia y el Reino Unido y bastante menos que eso respecto de Alemania. En otras palabras, de nuevo a la cola de Europa.

Entre los países desarrollados, la universidad española luce por su auténtica indigencia. No hay dinero para libros, ni para proyectos de investigación, ni para laboratorios, ni para encender la calefacción cuando hace falta. Cuando comienza el frío, que está al caer, hay que ir a Bellaterra bien abrigado –con guantes y bufanda- los lunes para soportar el gélido ambiente de las aulas. No se puede encender la calefacción a tiempo porque no hay dinero.

No se puede ir a la Universidad en todo el mes de agosto. Para ahorrar. Ni siquiera a por un libro de la Biblioteca. Tampoco se puede ir en sábado o en domingo, para evitar ese inmenso derroche. ¡La Universidad está cerrada a cal y canto en más de la tercera parte de los días del año! Para ahorrar. Mis colegas europeos o americanos se sorprenden y expresan incredulidad cuando les cuento que imparto mis cursos de Historia Económica de España, a grupos de ciento veinte alumnos. Repito, pura indigencia.

La calidad se mide, como todo el mundo sabe, valorando los resultados y también los costes. En términos de coste-beneficio, las universidades catalanas seguramente se encontrarían a la cabeza del ranking mundial.

¿Piensa, acaso, el editorialista del decano de la prensa de Barcelona que los resultados salen por casualidad? ¿Se habrá creído que anda por aquí algún genio capaz de repetir el milagro de la multiplicación de los panes y los peces?