España, ¡80.000 millones en Suiza!

El sistema capitalista es complejo. Se dotó a sí mismo de válvulas de escape, toleradas en su momento, porque obedecían a razones de guerra. Los impuestos al patrimonio y a la renta se comenzaron a imponer tras la I Guerra Mundial, porque los gobernantes no podían dejar de lado a las familias de los soldados muertos. Necesitaban ingresar. Es un hecho, que se explica en las memorias de la nobleza inglesa, que el coste de mantener aquellas espléndidas mansiones, con sus grandes extensiones, comenzaba a ser demasiado elevado porque, por primera vez, tuvieron que pagar impuestos.

El argumento oficial fue que era necesario para muchos europeos tener el dinero a salvo, en momentos convulsos. Comenzaba la aventura de tener títulos y acciones de empresas, (más que dinero en metálico) en los bancos suizos, siempre neutrales en las contiendas bélicas.

Y ahí apareció Suiza. Ese fue su primer gran momento, y todavía mantiene la mejor plaza para guardar el secreto bancario. Las inversiones de las personas con más dinero del mundo se mueven desde Suiza, y a través de empresas pantallas que organizan los abogados de, por ejemplo, Panamá.

En otros paraísos fiscales, son en la mayoría de las ocasiones, filiales de bancos suizos. Todo queda en casa. Pero el problema, el que nos escandaliza, se centra en la propia Europa. Se podría decir que Europa se roba a sí misma, porque muchos recursos se esfuman sin que se sepa ni quien son sus propietarios ni en qué se invierten realmente.

Hasta la fecha, la investigación más detallada sobre los paraísos fiscales la ha realizado Gabriel Zucman, plasmada en su libro La riqueza oculta de las naciones (Pasado&Presente) –la editorial del gran Gonzalo Pontón— . Zucman coteja la propia información de los bancos centrales, y aprovecha dos comisiones internacionales, acreditadas en la segunda mitad de los años 90, que permitieron explorar los archivos de los 254 bancos suizos. Una de ellas la presidió el antiguo patrón del banco central de Estados Unidos, Paul Volcker.

En su libro Zucman –que debemos recuperar ahora—se refiere a los datos que recopila en 2013. Los bancos suizos gestionaban 1,8 billones de euros pertenecientes a no residentes. De ese global, un billón de euros (la deuda total de España en estos momentos, el 100% de su PIB), pertenecía a europeos. Y el 40% de las fortunas gestionadas en Suiza estaban colocadas en fondos de inversión, principalmente luxemburgueses.

No son, por tanto, ni oligarcas rusos, ni dictadores africanos. Son, principalmente, europeos, alemanes, franceses e italianos por ese orden. El patrimonio privado de Europa «es más de diez veces superior al de Rusia o África», afirma Zucman, que recuerda que los países con frontera con Suiza son los que se aprovechan más del secreto bancario suizo: Alemania con 200.000 millones de euros; Francia, con 180.000 millones de euros, e Italia con 120.000 millones. España no se queda muy atrás, con 80.000 millones.

Lo que se produce, además, es una enorme distorsión mundial. Zucman ha calculado que el 8% del patrimonio financiero de las familias está fuera de control. Se trata de unos 8 billones de euros, ocho veces el PIB de España. Eso comporta que los estados pierdan, cada año, unos 130.000 millones de euros de pérdidas en recaudaciones fiscales.

Para entender esa distorsión Zucman pone un ejemplo: un residente francés que posee en su cuenta de Suiza una cartera de títulos norteamericanos, acciones de Google, tal vez. ¿Qué ha quedado registrado? En Estados Unidos un pasivo: los norteamericanos constatan que unos extranjeros poseen acciones en de su país. En Suiza, absolutamente nada, «y con razón: los contables helvéticos observan unos títulos de Google depositados en los bancos suizos, pero ven que estas acciones pertenecen a unos franceses –no son por lo tanto unos activos para la Confederación–.

En Francia, finalmente, tampoco hay nada registrado, pero sin razón: la banca francesa debería anotar un crédito sobre Estados Unidos, pero no puede hacerlo, puesto que no tiene ningún medio de saber que unos franceses tienen acciones de Google en su cuenta de Ginebra».

El caso es que se produce una cosa extraña: más pasivos que activos registrados a nivel mundial. Zucman asegura que se trata de un agujero, con más títulos financieros registrados en el pasivo que en el activo de las naciones. «Es como si el planeta Tierra estuviera parcialmente en poder de Marte», señala.

El autor propone soluciones. No es un fatalista. Apuesta por un catastro financiero del mundo, por el intercambio automático de información y por el impuesto global sobre el capital.

Pero, ¿interesa realmente lo que propone Zucman? Europa es la región más rica del mundo. Las riquezas privadas superan con mucho a las deudas públicas. Hay gestos y sobreactuaciones, pero Suiza sigue ahí, sin inmutarse. Por tanto, parece fuera de lugar escandalizarse. ¿O tal vez sí deberíamos hacerlo?

En todo caso, ¿cómo puede Europa avanzar hacia una unión política y fiscal en estas condiciones?