Espadones de agosto
Nada obliga al Rey de España a la perfección en un mundo tan complejo y cambiante como el que vivimos, y si se equivoca, pues se dice y no pasa nada
Es una irresponsabilidad dejar el futuro de la monarquía en manos de algunos monárquicos cuyo deseo no es otro que privatizarla y quedársela solo para ellos. Me refiero a esos cuyo modelo de monarquía soñada es la de un rey al estilo de Alfonso XIII (o si me apuran, Fernando VII), es decir alineado con posiciones políticas ultramontanas en lugar de la constitucional que los españoles nos dimos en la constitución de 1978.
Afortunadamente para el Rey, nada conspira de forma más eficiente contra la república que algunos autodenominados republicanos cuyo modelo de república no es la francesa, la alemana o la norteamericana, sino aquella que alcanzó la perfección autoritaria tras la toma del palacio de invierno de los zares por parte de los marinos de Petrogrado.
Naturalmente estoy hablando de la agostil y agostada polémica del espadón bolivariano, una serpiente de verano alimentada artificialmente en España por el exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y su entorno y que, curiosamente, no ha conseguido más que pequeños espacios en la prensa seria de Colombia, el país donde se produjo y a cuyo honor, según el relato de Iglesias y los suyos, faltó gravemente nuestro jefe de estado.
Partamos en primer lugar de lo evidente, el rey no anduvo rápido en este lance, de hecho solo se percató de la bizarra procesión del espadón (y se levantó a su paso) cuando este se recogía ya camino del palacio de Nariño, pero si tenemos en cuenta que hasta la iglesia romana ha decretado que la infalibilidad papal se circunscribe exclusivamente a las materias canónicas, nada obliga al Rey de España a la perfección en un mundo tan complejo y cambiante como el que vivimos, y si se equivoca, pues se dice y no pasa nada.
Lo mismo le pasó al presidente argentino Alberto Fernández, miembro de la internacional nacionalpopulista que tan espléndidamente pastorea Iglesias y que permaneció perfectamente sentado mientras los infantes colombianos paseaban en marcial procesión el espadón Bolivariano sin que nadie en su país -al menos de momento- le haya acusado ni de españolazo, ni de imperialista ni de vendepatrias.
La cuestión no es si Felipe VI se levantó o se dejó de levantar ante el paso de una espada cuya participación no estaba prevista, eso a Iglesias y a todos sus groupies se la trae al pairo, la pelea consiste, como él mismo ha reconocido en su cuenta de Twitter, nada más y nada menos que en menoscabar la reputación del rey y de la monarquía, depositarios simbólicos del acuerdo entre españoles que dio lugar a la transición y a nuestro actual sistema democrático siempre que pueda, asociándolo en nuestro imaginario colectivo a una de las (al menos) dos españas y negándole su papel de jefe de estado de todos los españoles.
Una labor de zapa y de reposicionamiento de la corona a la que, por cierto, han contribuido con un inusitado entusiasmo todos los explosivos patriotas de brocha gorda y adjetivo enhiesto que han salido en defensa de un rey que, al menos en este caso, no necesita que nadie le defienda, ya que le avalan todos sus años de ejercicio de su compleja responsabilidad.
Para otro día dejamos el análisis sobre la prodigiosa capacidad de Podemos y de sus antagonistas para agitar y enzarzarse en polémicas que funciona muy bien en Twitter pero horrorosamente mal a la hora de conseguir votos en las elecciones de la vida real.