Ese País Vasco
Los hechos –algunos sin resolver- siguen ahí y hay que seguir defendiendo y reivindicando a los buenos de esta triste y cruenta historia
Las dimensiones del mundo de la experiencia suelen medirse desde la perspectiva de la vivencia personal o ajena. Y el escritor no solo impone una determinada historia, sino que también confiere sentido a lo narrado hasta transformarlo en lo ocurrido. Es así como lo escrito se transforma en lo real. Y para que lo escrito sea un reflejo de lo ocurrido, la estructura de la narración y el género literario utilizado deben mantener una relación de correspondencia con lo descrito. Con lo vivido.
Mikel Azurmedi, en Tango de muerte (2008), logró esa relación isomórfica entre historia y realidad en una novela que puso al descubierto las claves de un País Vasco sumergido en un mar de intimidación, terrorismo e intereses espurios. Ese País Vasco que dicen que ya no existe, porque ETA hace años que ha desaparecido. Quizá. Pero, los hechos –algunos sin resolver- siguen ahí y hay que seguir defendiendo y reivindicando a los buenos de esta triste y cruenta historia.
Violencia y miedo
A mitad de camino entre la crónica periodística y el thriller, Tango de muerte relata las aventuras y desventuras de unos personajes obstinados en encontrar el lugar en donde fueron enterrados tres jóvenes asesinados por ETA en San Juan de Luz en el año 1973. Por la tela de araña de la narración, van apareciendo y desapareciendo diversos actores principales y secundarios que son/eran el fiel reflejo de la realidad de un País Vasco marcado por la violencia, el miedo y, a veces, el oportunismo.
Pero, siempre hay un heroico Philip Marlowe –el profesor periodista, el etarra realmente arrepentido, la detective o la mujer miembro de la Benemérita- que, jugándose literalmente la vida en el empeño, continúa avanzando en la solución del caso al tiempo que toma partido por la libertad y la dignidad.
Una novela moral y una reflexión política
Más allá de la crónica periodística y el thriller, Tango de muerte –cambio de género- es una novela moral con ecos de Dostoievski. Con ese Dostoievski que mantiene la atención del lector, que denuncia la humillación de las personas, que describe los comportamientos patológicos de nuestros semejantes, que se detiene en unos héroes cotidianos situados en coyunturas extremas, que examina los conflictos individuales, que defiende la libertad.
A diferencia del torturado Dostoievski, en la novela de Mikel Azurmendi la razón se impone a la pasión. Y emerge –otro cambio de género- una reflexión política que se difunde por el libro. Una reflexión que evidencia el fanatismo terrorista, que descubre el delirio de quienes buscan una razón para morir que les impide vivir y dejar vivir, que denuncia la figura del falso terrorista arrepentido, que señala el colaboracionismo de la izquierda abertzale, que critica la mitificación de la raza, el pueblo y la lengua vasca.
El odio visceral a lo español
Una reflexión que muestra el odio visceral hacia lo español, que pone en entredicho la buena fe del nacionalismo vasco moderado, que constata el miedo de una población. Una reflexión que advierte la obscena perversión de un lenguaje que al asesinato llama lucha armada, a la víctima llama verdugo y a los asesinos denomina hijos predilectos del pueblo. Finalmente, el libro –una vez resuelto favorablemente el caso a sangre y fuego- concluye con un doble colofón poco esperanzador.
La mayoría de los protagonistas del bando de la libertad huyen de su tierra. Y está el poema de Paul Celan –Fuga de muerte– con el que Mikel Azurmendi cierra el libro: “Negra leche del alba la bebemos al atardecer/ la bebemos al mediodía y en la mañana y en la noche/ bebemos y bebemos”, dice el poeta.
La imagen del mal
En uno de sus relatos, de título Fuego infernal, Isaac Asimov nos cuenta que un grupo de científicos, analizando a cámara lenta la explosión de una bomba atómica, descubre la imagen borrosa del mal encarnado en Lucifer. Mikel Azurmendi ha hecho algo parecido en un trabajo que versa sobre el mal y la dificultad de combatirlo. Y lo ha hecho con un relato –si bien se mira, un trabajo de campo- en que experiencia vivida y ficción se complementan.
Un relato –ya dijimos que Mikel Azurmendi ha escrito una novela moral con ecos de Dostoievski- que, a la manera del realista ruso, desvela la moral insanity de quienes, ofuscados por la ideología y el interés, se muestran insensibles al sufrimiento ajeno. O se aprovechan del mismo.
A vueltas con Dostoievski, conviene recordar que Umberto Eco escribió que “al final de Crimen y castigo quedaban saldadas las cuentas con la intriga, pero no con los problemas planteados por dicha intriga”. Algo semejante ocurre con Tango de muerte. Y es que si es cierto que Mikel Azurmendi resuelve la intriga de su novela –el paradero de los tres jóvenes asesinados por ETA en el año 1973-, no es menos cierto que quedan sin resolver los problemas planteados por dicha intriga. Si leen la novela sabrán por qué.