Escocia tiene la solución
La pasada semana el Tribunal Supremo británico negó la posibilidad al Parlamento escocés de convocar un referéndum de independencia
Lo más terrible, desde el punto de vista democrático, ocurrido en aquellos días de 2017, fueron los hechos en el Parlament de Catalunya cuando una parte del Estado, la Generalitat, intentó darle un golpe a la legalidad al propio Estado. Fue una situación que de haberse producido en cualquiera de los países europeos que nos rodean hubiera acabado con la inhabilitación segura de sus impulsores.
En los últimos días, nos enrocamos en debatir sobre el cambio del delito de sedición y sus consecuencias en la malversación, cuando lo crucial se sitúa en el momento en que una institución decidió atribuirse competencias que no tenía. Como si las ciudades de Barcelona o Soria optaran por independizarse de sus provincias o Comunidades Autónomas a través de sus plenarios municipales. En eso, el término sedición queda descolocado.
El ejemplo nos lo ofrece el Reino Unido, aunque ahora el independentismo catalán no le interese mirar a las islas. La pasada semana el Tribunal Supremo británico negó la posibilidad al Parlamento escocés de convocar un referéndum de independencia. Lo decidieron por unanimidad los cinco magistrados que componían la sala. Y eso en un país donde hace unos años fue Westminster quien pactó esa consulta.
Escocia
El Supremo de la Gran Bretaña fue algo más allá. Además de sentenciar que Escocia no tenía competencias para convocarlo, añadió que tampoco podía hacerlo de forma consultiva porque sus «efectos prácticos» serían nulos, pero podrían perjudicar la democracia.
Los magistrados determinaron esta conclusión a través de la argumentación de la mayoría de los estudiosos sobre consultas y referéndums. El “sí” y el “no” funcionan cuando existe un texto anteriormente acordado por las partes y no de parte. Pero, sobre todo, cuando a la institución le compete convocarlo. De no ser así, entramos en el territorio de la irresponsabilidad.
Todo eso parece más importante que si debatir sobre la reforma de la sedición. Algunos se lo toman como la posibilidad de volver a conducir a Cataluña a una de sus épocas más tristes y lamentable, aunque fuera con falsas sonrisas y mentiras. O “faroles”, como recordaba Clara Ponsetí, la que fuera consellera.
Lo que no puede volver a ocurrir es un plenario como aquel del 6 y 7 de septiembre del año de marras. ¿Cómo detenerlo? Esa es la cuestión que deberían estar evaluando y considerando lo que aquellos días se pusieron a favor de la democracia. Porque aquel Pleno fue cualquier cosa, menos democrático.
Y de ahí, los males. La fuerza y la cárcel nunca son una solución razonada. La determinación, sí. Y la educación. Y la responsabilidad. Conocer las consecuencias de los actos es fundamental para que no se generen otra vez situaciones como aquellas. Y los políticos del procés, recuerden, estaban convencidos de que el Estado no sería tan contundente.
Delimitar esas acciones sí es responsabilidad del Estado. Ahora ya lo saben, pero no estaría de más legislar sobre ello y con la pedagogía suficiente para que el resto de Europa entienda el contexto. Qué no veo a un lander alemán independizarse de Alemania. El ejemplo es bien sencillo.
Claro que cuando un presidente gobierna para el plazo corto, aquel que es útil durante la semana, las cosas se complican al estar mal hechas. Pedro Sánchez es un especialista en lo instantáneo. Y de ahí, el resto.