¿Es necesario que Cataluña se paralice?
Sí, el título es una pregunta retórica. Pero es cierto que no la podemos afirmar sin esos interrogantes. Nadie puede decir que le gusta una situación de bloqueo, que prefiere que una sociedad entre en una situación de extrema complicación. Pero los caminos que se vislumbran en Cataluña quizá no dejen otra salida. ¿Qué podría ser mejor para que la política catalana encontrara una solución aceptable y llevadera?
Muchos catalanes, ciudadanos sensatos, votaron el pasado 27 de septiembre a favor de la candidatura de Junts pel Sí. No son independentistas, pero entendieron que era lo mejor para el conjunto, porque con una amplia victoria se podría negociar con fuerza con el próximo gobierno español. Siempre es mejor una posición fuerte y ser creíble con la defensa de un proyecto determinado antes de entrar en una negociación. De hecho esa era la idea de los dirigentes de Convergència.
Pero lo que esos ciudadanos –el porcentaje ahora es lo de menos, porque llegan las elecciones generales y se podrá comprobar— que, con un mayor o menor grado han apostado por el soberanismo, no podían esperar es que diez diputados de la CUP condicionen la estabilidad de la política catalana.
Es todo el conjunto de la sociedad catalana la que se puede ver arrastrada por una formación que tiene sus valores, pero que es minoritaria. Que prefiere no formar parte de la Mesa del Parlament, que no nombra los representantes que les corresponden en las empresas públicas del Ayuntamiento de Barcelona, que no quiere gestionar nada, que habla de ruptura y de cambiarlo todo. ¿Cómo se puede gobernar el día a día con una formación que no tiene nada que ver, no ya con Convergència, sino tampoco con Esquerra?
Vayamos más allá. Como dice Artur Mas, no se trata ahora de gestionar nada, sino de impulsar durante 18 meses un proceso soberanista que debería acabar con un referéndum sobre la constitución catalana. Es decir, si Mas lograra este jueves la investidura –la CUP rechazó hacerlo este miércoles—se iniciaría un periodo de grandes emociones, por decirlo de forma suave.
Y aquí aparece la paradoja. ¿No será lo mejor? Porque ese gobierno no podría durar mucho, ni 18 meses, ni seis meses. La sociedad catalana ha comenzado a reaccionar, pero para muchos ciudadanos, ilusionados con un proyecto que les promete un país nuevo, todo es todavía posible.
Surge entonces la idea de que para que todos abran los ojos –el problema se debe solucionar entre catalanes—sea necesario un golpe brusco con la realidad: que Cataluña entre en un callejón sin salida, que obligue a nuevas elecciones, y el independentismo infantil de los últimos tres años salga ampliamente derrotado en las urnas.
La CUP tiene la palabra este jueves. Piensen en esa idea. Sea con la investidura de Mas, o tras las elecciones del 20D, los catalanes deberemos votar en poco tiempo otra vez para eligir, de una vez, un gobierno que gobierne.