Es la escala, estúpido

Hace unos cuantos años, Amazon era una anécdota. Una anécdota que servía para ilustrar el mundo loco de las punto com. Empresas cada vez más grandes, con un crecimiento exponencial en su capitalización bursátil pero, y menudo pero para nuestra miedosa mentalidad, que nunca daban beneficios.

Pasó la crisis punto com. Desaparecieron un buen número de las empresas nacidas al calor de esa se suponía pasajera moda. Otras, pocas, permanecieron como pesadas reminiscencias en los balances de compañías tradicionales, hasta que el tiempo hizo desaparecer sus marcas por el desagüe de la historia. Los más conservadores pensaron: ¡Bah, otro movimiento especulativo más! Amazon, sin embargo, resistió bien y salió airosa.

Una buena parte de los que situaban a Amazon en la categoría de anécdota y disfrutaban a mandíbula batiente del estallido de las punto com eran los grandes medios de la industria tradicional de la información, convencidos –hoy aún lo están algunos– de que su privilegiada situación les permitiría mantenerse eternamente en la cresta de la ola.

Hoy, Jeff Bezos, fundador y consejero delegado de Amazon, ha comprado sin despeinarse –literalmente, pues como ustedes saben es calvo– uno del símbolos del mejor y más tradicional periodismo, el The Washington Post. Ahí es nada: el diario de los Graham, que tiene entre sus accionistas al inefable Warren Buffet; influyente donde los haya en la política norteamericana, o sea en el mundo; el medio que echó a Nixon al estercolero y que acaba de dar la exclusiva del espionaje generalizado de la administración Obama…

En afortunada imagen del periodista de El Mundo, Pablo Pardo, Bezos ha comprado el Wapo como quien sale a cenar y se toma luego unas copas. El mes pasado, por si no se lo creen, gracias a la bolsa, Bezos ganó 2.130 millones de euros. Efectivamente, un sencillo cálculo desdramatiza la operación pues con esas ganancias el líder de Amazon podría comprarse un diario como el The Washington Post cada 3 días y sin que su cartilla de ahorros se pusiera nerviosa.

¿Por qué esa anécdota que era Amazon puede hoy comprar sin inmutarse uno de los buques insignia de la poderosa –ya menos– industria tradicional de la información? Hay, lógicamente, un sinfín de respuestas, de las que todos ustedes ya conocen la mayor parte: la pujanza actual de Internet, la crisis de la publicidad y la consecuente caída de los ingresos para los medios, los nuevos hábitos de consumo de la información, etc., etc. Todas ellas explican bien la posición de venta del WaPo pero no la de compradora de Amazon.

Para entender la fortaleza de Bezos cuya fortuna se calcula hoy en más de 20.000 millones de euros hay que comprender muy bien los cambios que se están produciendo en el mundo actual. Amazon, ciertamente, ya da beneficios –aunque perdió el año pasado unos 30 millones de euros, si bien ganó el anterior casi 400— pero sus resultados no explican por sí solo la valoración que los inversores hacen de la compañía y la manera en que está gestionada, su modelo de negocio.

Lo que sustenta el valor de Amazon es su ambición. A Bezos nunca le bastó tener una librería virtual. Él quiere ser el proveedor universal –acaba de abril una galería de arte con más de 40.000 piezas– y, por supuesto, su horizonte no cabe en los límites geográficos al uso –él busca el mundo conocido y el por conocer–. Por eso, Amazon no duda en invertir continuamente su caja, aunque ello castigue sus beneficios, y los inversores, algunos inversores, así lo han entendido. Parafraseando a los asesores de campaña de Clinton, un Bezos burlón explicaría así su éxito: “Es la escala, estúpidos, es la escala en que imagináis vuestro negocio” y de espaldas, manteniendo su perfil discreto, pensaría para sí en el bocado de acaba de dar al tiburón que es Warren Buffet, accionista actual del The Washington Post.

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