¿Es el PSOE un partido leal a la democracia?
El PSOE solo volverá a cierta lealtad a la democracia si percibe claramente que su sumisión al sanchismo es considerablemente castigada por los electores
La editorial Alianza ha tenido el acierto de reeditar un clásico de la ciencia política en el que se inspiran no pocas obras actuales sobre la crisis de la democracia liberal. La quiebra de las democracias se publicó por primera vez en inglés, en 1978, y no se tradujo al español hasta 1987, año en el que Juan J. Linz sería reconocido como Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. En su juventud vivió en Alemania y España, conociendo, pues, de primera mano las crisis de la República de Weimar y de la II República española, ambas muy presentes en este libro.
Alternar la lectura de Linz con la prensa de estos días produce escalofríos. Linz nos advirtió de los peligros de la política del resentimiento, de los políticos irrespetuosos con los límites y los controles, de la frustración generada por las promesas imposibles de cumplir o de ciertas hipotecas de la política exterior. Cuando todos estos factores se unen, la democracia está en riesgo. Quizá la prioridad de Pedro Sánchez no sea establecer una dictadura, pero está claro que tampoco es cuidar la democracia. Su único objetivo es el poder, cueste lo que cueste, y con este fin justifica los medios más aberrantes.
El PSOE ha avalado la exclusión del castellano de las escuelas catalanas, ha indultado a los golpistas antidemocráticos, derogará el delito de sedición, rebajará las penas a los corruptos, como ya ha hecho con los violadores, y asaltará el Tribunal Constitucional para favorecer aún más a los políticos independentistas. Todo lo hará al más puro estilo puigdemontista.
Los vientos de septiembre de 2017 soplan hoy huracanados en el Congreso de los Diputados. Y todo lo hará bajo la excusa del apaciguamiento. ¿Qué apaciguamiento? La respuesta de Esquerra Republicana ha sido imponer ya las condiciones para un futuro referéndum de independencia que, los socialistas negarán primero, y después lo defenderán como si fracturar la soberanía nacional y generar desigualdad de derechos fuera lo más democrático del mundo.
Esta historia se la sabía Linz y, por eso, denunció el mal uso del principio de autodeterminación por parte de los enemigos de la democracia. También estableció una clasificación de partidos políticos según su lealtad al sistema democrático, muy útil en estos momentos en los que las fuerzas semileales y desleales están adquiriendo una influencia decisiva en gobiernos y parlamentos. No solo en España. Así, definió a los movimientos secesionistas y al nacionalismo irrendentista como “oposición desleal” a la democracia, a pesar de que en un inicio se escondan tras reivindicaciones culturales o usen una doble retórica, con un estilo diferente en el ámbito regional y en el nacional, “con un reparto de papeles entre sus líderes”. Nos suena.
Superando cualquier determinismo o dogmatismo, Linz pone de relieve la importancia de las variables políticas. Así, el prologuista de esta edición, Juan Francisco Fuentes, puede afirmar que “ni la democracia estaba condenada a muerte en la década de los treinta, ni necesariamente destinada a reinar en todo el orbe cuando cayó el muro de Berlín, como creyeron algunos en los felices noventa”. En gran medida, el futuro de la democracia depende de la calidad de los liderazgos políticos y de los valores de una sociedad. Las mismas leyes e instituciones pueden dar resultados muy diferentes.
El PSOE solo volverá a cierta lealtad a la democracia si percibe claramente que su sumisión al sanchismo es considerablemente castigada por los electores
Y esto es algo que hoy debería preocuparnos. Son muy pocos, demasiado pocos, los socialistas escandalizados por la deriva de su jefe. Las resistencias internas son esporádicas y no se producen por sólidos principios democráticos, sino por miedo a perder el poder autonómico. Emiliano García-Page y Javier Lambán solo han hablado cuando el miedo a perder las elecciones ha superado el miedo a no salir en la foto del partido. De este modo, el PSOE solo volverá a cierta lealtad a la democracia si percibe claramente que su sumisión al sanchismo es considerablemente castigada por los electores.
El narcisismo de Sánchez no cabe en el marco de una democracia liberal. La predisposición a formar gobiernos o pactar con la oposición desleal a la democracia es un grave problema para esta. La debilita y le resta legitimidad a los ojos de un creciente número de ciudadanos. Un partido leal a la democracia debería estar dispuesto a llegar a pactos con los partidos de la oposición leal, aunque sean diferentes ideológicamente, cuando hay una situación de crisis como la actual.
El eterno “no es no” de Sánchez al Partido Popular es una señal grave del viaje del PSOE hacia la semilealtad, un viaje que, además, alimentará el surgimiento de nuevas oposiciones al sistema que progresivamente también cuestionarán parte del pacto constitucional, como, por ejemplo, el Estado autonómico.
Destruir el Estado
En definitiva, Sánchez ha abierto la puerta a una escalada de exigencias de los grupos manifiestamente desleales con la democracia como son Bildu y ERC. Es una irresponsabilidad histórica. En el futuro, recordaremos este momento y algunos lamentarán haber confundido las advertencias sinceras con hipérboles interesadas. Si se sigue por esta senda, habrá un día en el que lamentaremos comprobar la muerte del pacto constitucional y del sistema democrático de 1978, pero ese día no será más que la culminación de un proceso de erosión de las instituciones iniciado mucho tiempo atrás.
La terrible paradoja de la actual política española es que los partidos independentistas son incapaces de crear un nuevo Estado, pero este PSOE sí es muy capaz de destruir el Estado.