Con todos los focos puestos sobre el pacto de las pensiones, las dramáticas cifras de la EPA del cuarto trimestre han pasado por la actualidad con más pena que gloria. La reforma de las jubilaciones le ha robado los mejores planos al paro y ha servido, voluntaria o involuntariamente, para que los medios de comunicación dedicáramos nuestros mejores recursos a inmortalizar las declaraciones de Rubalcaba, Valeriano Gómez, Toxo y Méndez, en vez de a escrutar con más detenimiento las entrañas de una encuesta que cada tres meses revela nuestro más terrible déficit. Grave error.
Y es que hay casi un millón de personas (940.000) en España que llevan más de dos años buscando un empleo sin conseguirlo, un millón de personas que va a ser muy difícil que lo encuentre. Casi la mitad (42%) de los jóvenes menores de 25 años está en paro. Hay más de 1,3 millones de hogares donde nadie trabaja. En Canarias o Andalucía, el número de desempleados ronda el 30%…
Las cifras en Catalunya no son mucho mejores y convierten en un auténtico desafío la visión del flamante conseller de Trabajo, entre otras cosas, Francesc Xavier Mena, de que se sentirá frustrado si no consigue en el 2014 reducir a la mitad el paro. ¿Lo pensaba respecto a las cifras del tercer trimestre de la EPA o las del cuarto que se conocieron este viernes? La pregunta no es baladí porque en esos tres meses de diferencia 43.700 catalanes han engrosado las cifras del desempleo.
En este escenario, el gradual endurecimiento pactado entre Gobierno y sindicatos para acceder a la pensión de jubilación no parece tener mucha más virtud que el que Pilar Almagro le atribuía la otra noche en La plaza: acabar con algunos tabúes, que como tales parecían intocables hasta la semana pasada. Porque si no somos capaces de generar empleo, alargar el período en que la gente deberá permanecer en el trabajo si quiere acceder a un retiro digno puede parecer hasta un poco cínico.
Con las cifras de la EPA sobre la mesa parece mucho más urgente un gran pacto sobre el empleo que atacar el denominador de las pensiones (los gastos del sistema) cuando el numerador (los ingresos provenientes de la población activa) se deteriora, como haría un ejecutivo mediocre. Y ese imprescindible gran acuerdo sobre cómo frenar la sangría económica, moral, generacional… que supone un paro del 20,3% en el país debe poder poner todo el andamiaje del mercado laboral bajo el bisturí de los representantes sociales y el Gobierno: desde las políticas de formación hasta el Inem, desde la economía sumergida hasta las indemnizaciones por despido, desde el funcionamiento de la magistratura laboral hasta las subvenciones o las cotizaciones sociales vigentes, desde las prestaciones por desempleo hasta la negociación colectiva.
Evidentemente, resulta utópico pensar en que ese gran pacto pueda ser viable en las actuales circunstancias, pero no lo es tanto en que si hay un gobierno que sabe adonde quiere ir y se comparte una voluntad profundamente reformista, tal y como exige la gravedad de las cifras, se puedan dar pasos importantes para acabar con esa desgraciada particularidad que nos distingue en Europa.
Hay que hacer ya bastantes más cosas que la cosmética reforma laboral aprobada el año pasado. En caso contrario, solo nos quedará encomendarnos a que una nueva ola de crecimiento nos eche una mano y reduzca el drama que muestra la EPA publicada el viernes. Pero ésa es una muy mala táctica.
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