Entre el Soviet y la Semana Trágica
Lo que el independentismo pretende es que la población catalana y los foros internacionales acaben pidiendo al Estado que ceda a cambio de un apaciguamiento
La semana trágica, en 1909, terminó con decenas de muertos y con el presidente del Gobierno, Antonio Maura, dimitiendo. Esperemos que haya diferencias entre esa semana y la de ahora, en especial que no haya víctimas.
Si podemos saber que hay dos diferencias entre ese momento de agitación y el actual: el primero es que Pedro Sánchez, a diferencia de Maura, no dimitirá dado que el 10-N hay elecciones. Será el conjunto de la población, la catalana incluida, la que dictará sentencia política sobre Sánchez. La segunda es que la Semana Trágica fue un imprevisto y, en cambio, lo que estamos viviendo en Cataluña estos días está absolutamente planificado desde hace mucho tiempo.
El contenido de la sentencia no tiene influencia alguna sobre el vandalismo violento desatado en Cataluña. Los líderes independentistas, tanto de las organizaciones sociales como los políticos que ocupan instituciones –lo habían anunciado y han trabajo en su planificación durante mucho tiempo al igual que planificaron el intento de separación unilateral de 2017–.
Fuera cual fuera la pena a los políticos sediciosos, en el momento en el que la sentencia se hiciera pública el alto mando separatista tenía decidido que era el instante adecuado para crear un clima de terror que forzara al Estado a sentarse a una mesa y ceder a su pretensión de un falso referéndum que solo puede tener como resultado la separación.
Fuera cual fuera la pena a los políticos sediciosos, en el momento en el que la sentencia se hiciera pública el alto mando separatista tenía decidido que era el instante adecuado para crear un clima de terror que forzara al Estado a sentarse a una mesa
Desde los inicios del ‘procés’, si se repasa las declaraciones de los líderes separatistas, tanto desde Junts per Catalunya (JxCat), como de ERC, o de la CUP, el objetivo es crear un Maidan a la catalana. Una ocupación del Paseo de Gracia que enquiste la situación y cree una tensión insostenible.
El objetivo es claro: lo que no se ha conseguido por las urnas, conseguirlo en la calle, el Soviet a la catalana. Para alcanzar el objetivo de la separación ya no hacen falta manifestaciones masivas, hace falta violencia.
Lo que el independentismo pretende es que la misma población catalana y también los foros internacionales acaben pidiendo al Estado que ceda a cambio de un presunto apaciguamiento de la situación que en realidad en poco tiempo acabaría en la creación de un nuevo estado no democrático, la soñada República catalana.
Como sería el futuro en caso de que la violencia obtuviera el rédito de la cesión no es una opinión, las leyes de desconexión y transitoriedad dibujan ese estado no democrático de forma indisimulada: nueva constitución impulsada por asambleas populares y magistrados nombrados por el poder político. Una vez más el Soviet.
Lo que el independentismo pretende es que la misma población catalana y también los foros internacionales acaben pidiendo al Estado que cede a cambio de un presunto apaciguamiento de la situación
Este clima de violencia –terror para los vecinos de las zonas donde cada noche Barcelona se convierte en un plató de Mad Max– puede llevarse a cabo hoy porque durante muchísimo tiempo, décadas, y de forma creciente, se ha creado desde todas las instancias nacionalistas, en especial los medios de comunicación y el ámbito educativo, un relato que presenta a España como hostil para los catalanes.
Sin que este relato hubiera arraigado en infinidad de catalanes, los violentos no podrían actuar en un contexto de amparo, justificación y apoyo de parte de la sociedad catalana. Tenemos que tener claro que nuestro anhelo, al que tenemos derecho, choca contra las pretensiones de nuestros vecinos –conocidos y saludados separatistas– así como de las autoridades autonómicas y autoridades locales de centeneras de municipios catalanes.
El gobierno de la Nación no puede hacer dejación de funciones abandonando a su suerte a millones de españoles residentes en Cataluña ni en gran parte de su territorio. Si lo hace, Sánchez perderá las elecciones como tras la revolución del ’68 en París, donde Pompidou fue elegido Presidente de la República francesa.