Entender al PNV: el aleteo de la mariposa que desató el huracán
El único debate institucional sobre un nuevo modelo de Estado se desarrolla actualmente en Euskadi con todos los partidos en la mesa
No conviene pronosticar la ruina del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y del Partido Nacionalista Vasco (PNV) por haber precipitado la jubilación de Mariano Rajoy. El PSOE tiene 139 años de historia y el PNV, 123. El término resiliencia, que la política ha tomado prestado de la física de materiales, parece inventado para describirles.
Dada esa propiedad, es más prudente observar hasta dónde es capaz de llegar Pedro Sánchez con su nuevo Gobierno, que tan poca pinta de provisional tiene. Y tampoco está de más entender al PNV, un partido singular. Tanto, que ha sido la mariposa que, con el aleteo de sus cinco diputados, desató el huracán que se llevó por delante al Gobierno del Partido Popular (PP).
Los cinco diputados vascos adquirieron todo su valor en Madrid cuando los 17 catalanes dejaron de contar en cuestiones de Estado
La aritmética de la XII Legislatura obligó al PP a ejercitar su habilidad menos desarrollada: pactar. El Grupo Vasco adquirió un valor crítico cuando los 17 diputados catalanes de ERC y Pdecat dejaron de contar. Por elección propia, se convirtieron en votos basura para cualquier cuestión de estado… hasta que ellos también dejaron caer –et tu, Brute?– a Rajoy.
Dilema, pero ¿cuál?
Se sabía que en algún momento surgiría un dilema que dependería del PNV. Ese día iba a ser el 23 de mayo, cuando –in extremis y con el 155 aún vigente– los vascos facilitaron la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Nadie imaginaba el impacto del cisne negro de la Gürtel, que lo cambió todo 24 horas después.
Ocho días más tarde, en cuanto Sánchez se comprometió con los presupuestos, se resolvió el dilema realmente importante: Aitor Esteban sentenció al presidente. En medio de los murmullos, una garganta anónima gritó: “¡traidor!”. Sonó como un eco del pasado; una vieja acusación: “¡Quieren romper España!”.
Las resonancias de una larga historia de maniqueísmo y frentismo perduran en el ADN político español. La cultura popular, más audiovisual que literaria, las equipara a las tramas de Juego de Tronos: el PNV sería el clan Lannister, y Esteban, el Matarreyes, el infame Kingslayer.
El PNV no puede arriesgarse a ceder su liderazgo moral como exponente del ‘sentimiento nacional’ a la izquierda abertzale
La realidad es más prosaica. El partido decano del nacionalismo vasco se ha ido despojando de su propia mitología para hacerse cada vez más pragmático. Se desligó del supremacismo de Sabino Arana; se hizo europeísta y atlantista en el exilio; tras la llegada de la democracia, le costó, pero los desmanes terroristas acabaron eliminando su ambigüedad frente al ETA.
Vacunados contra aventuras
Tiene un doble objetivo: ser partido de gobierno en Euskadi y ser la fuerza política más imbricada en el tejido profundo de la sociedad vasca. Las dos cosas están íntimamente relacionadas, pero ni son lo mismo ni se manifiestan siempre simultáneamente.
Ha tenido que gobernar en coalición en varias ocasiones (actualmente con el PSE-PSOE) y sabe lo que es perder el poder, como durante el ejecutivo monocolor de Patxi López. Pero no puede permitirse ceder la condición de principal expresión del sentimiento nacional vasco, que abarca desde un nacionalismo moderado hasta un soberanismo explícito.
El Plan Ibarretxe entre 2003 y 2005 vacunó a la actual generación de burukides (dirigentes) contra aventuras como la que luego emprendió el independentismo catalán. Ese episodio estuvo a punto de costarle su liderazgo moral a favor del abertzalismo (patriotismo) más radical, que estaba teledirigido por ETA y, aún hoy, es su heredero con Arnaldo Otegi al frente.
Pragmáticos y esencialistas
Tras su fracaso, se hizo con el mando la facción más moderada. El actual Euskadi Buru Batzar (dirección colegiada del PNV) procura que el gobierno de Iñigo Urkullu, separado del partido por una muralla china, se ejerza con moderación y pragmatismo.
Pero, al mismo tiempo, debe atender las exigencias de la facción esencialista, atenuada pero no extinguida –no se elimina una parte del la propia naturaleza– desde que Juan José Ibarretxe salió de Ajuria Enea.
Cuando se mencionan los paralelismos entre el vasco y el catalán se cae en ocasiones en la paradoja de avalar una tesis y, al tiempo, apoyar la contraria. Por ejemplo, afirmar la vigencia del independentismo y, simultáneamente, señalar su fracaso como estrategia de futuro.
El nacionalismo vasco no ha sido moldeado por una influencia tan dominante como el ‘pujolismo’. El partido nunca ha sido de una sola persona.
Las comparaciones no sirven. El nacionalismo vasco moderno no ha sido moldeado por una influencia tan dominante como el pujolismo. Es cierto que todas las ramas del abertzalismo tienen un vinculo –remoto o más cercano– con alguna versión del PNV. Pero, por diseño y por filosofía, el partido siempre está en evolución y nunca ha sido de una sola persona.
El procés es una de las coyunturas externas que periódicamente alteran el equilibrio entre pragmáticos y maximalistas en el PNV. La moción de censura y el nuevo gobierno socialista es otra. El ala más soberanista querría aprovechar la crisis catalana para impulsar una vía parecida.
La facción más moderada, por el contrario, se esfuerza por limitar el contagio. Por eso se implicó el lehendakari Urkullu en mediar en Cataluña el pasado otoño.
Ahora, el poderoso presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortúzar, elogia la solidez del nuevo gobierno y asume la parte alícuota de su éxito futuro: “si fracasa, fracasamos todos los que apoyamos la moción de censura”.
La frase contrasta con la corajina de Pablo Iglesias. Desde que las nuevas ministras y ministros prometieron sus cargos, el líder de Podemos compite con Rafael Hernando en criticarlos.
Cuando Ortúzar dice que gabinete “está hecho para durar”, en realidad expresa un deseo: que las elecciones generales se retrasen todo lo posible para que Ciudadanos se desinfle. Esa fue la razón, además del dinero y la subida de las pensiones, para apoyar a Sánchez en lugar de arriesgar un adelanto electoral este otoño.
Ciudadanos, amenaza existencial
El contranacionalismo de Albert Rivera es la principal amenaza existencial para el PNV. No le inquietan los votos que logre en Euskadi (en las últimas autonómicas obtuvo el 2% y ningún escaño), sino lo que pueda hacer en Madrid contra el Concierto Económico, el Cupo y la revisión en ciernes de del Estatuto de Gernika.
Ciudadanos puede tener en Euskadi el mismo efecto que la pasividad de Rajoy en Cataluña: fabricar independentistas.
El único debate institucional sobre una nueva arquitectura territorial de España se desarrolla en Vitoria
Lo que más eficazmente puede convertir en independentistas a los vascos que hoy son partidarios permanecer en España son esos ataques contra el statu quo. El problema para el PNV es que los lanza en brazos de la izquierda abertzale.
La hostilidad de Ciudadanos tiene el mismo efecto que la pasividad de Rajoy ha tenido en Cataluña. ¿Radicalizar su discurso? La dirigencia peneuvista es como Bartleby el Escribiente. Como en el cuento de Melville, ‘preferiría no hacerlo’, pero si es necesario para retener su grey, lo hará.
Solo tiene que dar paso a su alma esencialista, como ya ha empezado a hacer en las primeras discusiones de la revisión del Estatuto.
¿Ensayo para Cataluña?
Euskadi es la prioridad del PNV, pero no se desentiende del Estado. A diferencia de los independentistas más radicalizados de Cataluña, que sencillamente quieren irse, que el estado evolucione es imprescindible para su visión de futuro. De hecho, el único debate institucional sobre una nueva arquitectura territorial de España se desarrolla actualmente en Vitoria.
La Ponencia de Autogobierno para revisar el Estatuto de Gernika que discute el Parlamento Vasco incluye conceptos como derecho a decidir, nación, modelo confederal, bilateralidad y presencia reforzada en la UE. Todo está sobre la mesa, incluso mecanismos inspirados en la Ley de Claridad de Québec. Todo lo que se reclama en Cataluña.
Las posturas están muy alejadas y llegar a acuerdos será muy difícil. Pero hay dos hechos que son dignos de atención: en la discusión participan todas las fuerzas parlamentarias (PNV, Bildu, PSE-PSOE, Podemos y PP) y el consenso es mantenerse dentro de la Constitución.
A falta de otra cosa, este es el único ejemplo cercano de algo que pudiera inspirar un modelo para abordar el problema catalán. La negociación sobre la ampliación del autogobierno en Euskadi puede dar en los próximos meses una idea de hasta dónde se puede llegar en torno a una mesa.
Si se alcanzara un consenso, ¿serviría para Cataluña? O seguiría enfrentado el maniqueísmo histórico de los que se oponen a romper España con el de los que no contemplan otra opción que salir de ella pitando.