Enseñanzas francesas sobre el cordón sanitario español
Francia volverá a asomarse al abismo electoral, y a pesar de que en esta ocasión vuelvan a ganar las fuerzas democráticas, de continuar con este juego perverso e irresponsable llegará el día en el que un pequeño golpe de viento lleve al palacio del Elíseo al nacionalpopulismo
Cuando llegan momentos de crisis, y el resultado de la primera vuelta de las elecciones francesas es una crisis de primera magnitud para toda Europa, no debemos quedarnos con la espuma de los resultados, conviene bucear en las razones, en las primeras causas que han llevado a nuestros vecinos del norte, un país otrora modélico, a estar a punto de caer en las garras del nacionalpopulismo. De otra forma cometeremos inevitablemente sus mismos errores.
Y es que más allá de la comprobación empírica de que dos de los tres candidatos más votados en la primera primera vuelta de elecciones francesas, y me refiero a Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, pertenecen a la ganadería nacional-bolchevique pastoreada por Vladimir Putin y han sido apoyados de forma tan evidente como grosera por Moscú durante los últimos años, estamos ante un fracaso de todo el establishment francés, de unas élites que se han abandonado a la autocomplacencia permitiendo que antes robusta estructura republicana nacida en 1958 de las manos de Charles De Gaulle haya degenerado en un país políticamente endeble, flácido, inestable, menor; un estado sin sistema de partidos ni estructura de voto al que agarrarse, una democracia susceptible de ser tomada al asalto con facilidad por las hordas populistas al menor contratiempo.
Una arquitectura institucional que ha sido derribada ladrillo a ladrillo desde que en el año 2002 y contra todo pronóstico, Jean-Marie Le Pen, máximo accionista de un Frente Nacional notablemente más antipático que su evolución, la RN capitaneada por su hija Marine, llegó a disputarle la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a una fuerza de la naturaleza como Jacques Chirac sin que nadie hiciera demasiado por recomponer la una carpintería política que ya comenzaba a mostrar los efectos de una incipiente carcoma.
Yerra por tanto quien piense que el origen de los males franceses está en la crisis de 2008, o en la pandemia, o la actual crisis económica, o en la guerra ucraniana; el origen del tsunami se produjo hace nada más y nada menos que veinte años, un periodo de tiempo en el que la ni intelligentsia política francesa ni su academia pródiga en lustrosos tratados politológicos ni los partidos tradicionales ni los sindicatos de clase ni su bien alimentada sociedad civil de plantilla han sido capaz de proponer diques eficientes a un marea alimentada por causas mucho más sistémicas y complejas que las distintas coyunturas políticas y económicas por las que todos los países hemos atravesado.
Sin duda el momento político actual de miedo y cabreo, dos de las emociones en las que mejor se mueve y de las que más réditos saca el nacionalpopulismo no han ayudado, pero desde mi punto de vista la influencia de estos factores ha sido menor que otro elemento que considero está en el origen de la explosión de la extrema derecha: El cordón sanitario.
Me refiero al frente republicano contra la extrema derecha que elección tras elección ha unido en el imaginario colectivo francés a todos los partidos tradicionales frente a la amenaza parda, permitiendo que se identificase al FN/RN como la única alternativa posible a un conglomerado de siglas que lejos de presentarse cada una con el plumaje ideológico que le haría reconocible, ha convergido en lo que a ojos de votante medio, ese que dedica dos minutos a la política al día (y eso cuando hay elecciones cerca), no es otra cosa que una amalgama informe y viejuna solo representativa de un nuevo Ancien Régime a punto de ser derrotado por las fuerzas de la historia.
Así las cosas, el próximo 24 de Abril Francia volverá a asomarse al abismo electoral, y a pesar de que en esta ocasión vuelvan a ganar aunque sea por los pelos las fuerzas democráticas, de continuar con este juego perverso e irresponsable llegará el día en el que un pequeño golpe de viento derribará al funambulista de turno llevando al palacio del Elíseo al nacionalpopulismo.
Y eso es algo que ni los franceses ni el resto de los europeos podemos permitirnos.