Enrique Lacalle: el último mandarín
Son tiempos difíciles, pero vive de lleno su auténtica vocación: el metro cuadrado. No son únicamente anotaciones en cuenta lo que mueve; se trata de crédito, liquidez y garantías tangibles. Esto último lo pone China
Cuando en 1996 asumió el cargo de delegado en el Consorcio de la Zona Franca (CZF), Enrique Lacalle se preguntó: ¿raqueta o despacho? El puesto lo requería. Al fin y al cabo, las pistas de tenis y los frontones, igual que los greens de La Ricarda, han servido de acomodo para los buenos negocios. Él eligió el despacho. Empezó a probar el swing muy de tarde en tarde y después de sufrir una hernia discal de caballo que le obligó a reblandecer el músculo. Los mejores hándicaps catalanes no corresponden precisamente a los obsesos del trabajo. En un país sin té ni apenas merienda, el pitch and putt es cosa de rentistas y entronques de postín. No está pensado para un hombre como él que, tras la muerte de su padre en 1971, se pasó de la universidad diurna a la nocturna y tuvo que afrontar el mundo del trabajo. Tenía entonces 21 años.
Lacalle es un vitalista hecho a la medida de los buenos intermediarios; ha convertido su carácter en profesión. La supremacía asiática en la actual edición del Meeting Point es obra suya, como lo fue el toque de inversión rusa en anteriores certámenes. Es un experto de la bilateralidad, sea entre instituciones o entre mercados. A estas alturas del partido, los bancos han tenido que recomprar activos para hacer frente al impago de los promotores. Y, sin embargo, el inmobiliario arranca. Como es bien sabido, las nuevas inversiones vienen de China, el país adocenado por el modo de producción asiático y el partido único; un tumulto que, pese a todo, admira el estilo de vida español.
La evolución de la bolsa anticipa el movimiento de los fondos internacionales que siguen este riguroso orden: primero, el capital mobiliario y después, el inmobiliario. La economía real recuperará bien pronto el resuello. El dinero del que habla este especialista en ferias internacionales no está hecho sólo de apuntes contables, que también. No son únicamente anotaciones en cuenta lo que se mueve; se trata de crédito, liquidez y garantías tangibles. Esto último lo pone China. La fiebre de la inversión amarilla se desparrama por el litoral mediterráneo, bajo el perfil de Lacalle, en el papel de mandarín.
Si los negocios vuelven a sonreír, la política será hija de un Dios menor. En otro tiempo, Lacalle militó activamente en el PP, cuando apenas languidecía la Alianza Popular de Fraga Iribarne. En aquella refundación de la derecha, desempeñó el cargo de concejal en el consistorio de Pasqual Maragall. Fue tres veces cabeza de lista del PP por Barcelona y diputado en el Congreso. Vivió de lleno el apogeo de los Juegos del 92, como consejero del COOB, y desempeñó la vicepresidencia de la Diputación de Barcelona durante un gobierno provincial de PSC e Iniciativa. Lo suyo es el pacto. Su mesa es la de un hombre que, sin renunciar a sus principios, ha entablado relaciones duraderas con nacionalistas, socialistas y eurocomunistas tardíos. Lacalle es un vitalista; un conversador incansable que ha hecho de la amistad un estilo de vida; un pragmático que rehúye la retórica del discurso y gana en la distancia corta.
Su papel de asesor le ha proporcionado algún susto, como ocurrió cuando un juzgado investigó una operación tangencial al caso Pretoria en la que Enrique Lacalle había actuado como intermediario. Junto a Fernando Conde, fue asesor de las familias Giró y Godó (Grupo Godó), antiguas propietarias de varios solares situados en los aledaños a la plaza Europa. Los Valet de Hoteles Catalonia fueron los compradores y, precisamente, en uno de los solares adquiridos levantaron después el Hotel Catalonia Fira, obra de Jean Nouvel. Otro solar del mismo lote fue comprado finalmente por Espais, la conocida empresa vinculada al affaire Pretoria. La investigación concluyó que la transacción de los solares había sido una compra-venta legal.
El optimismo es la divisa de un hombre al que José María Aznar estuvo a punto de nombrarle embajador en París. El motorista de la Cancillería nunca llegó con el nombramiento bajo el brazo y, a cambio, el circunspecto ex presidente le ofreció una manzana dura de roer: le nombró delegado del Consorcio de la Zona Franca, un oficio prosaico que ahora desempeña Jordi Cornet. Durante sus ocho años al frente del CZF, Lacalle impulsó el Polígono Industrial (seis millones de metros cuadrados) y la mayor zona franca aduanera de Europa. El consorcio contribuyó a levantar el parque industrial del Poblenou dentro del 22@, el Nexus de la Politécnica, el Parque de Investigación Biomédica, la city metropolitana de l’Hospitalet o el edificio de oficinas del Fórum 2004.
Vodka o agua mineral en ristre, el creador del Meeting Point es un hombre de trato fácil. Fundó la Tertulia Barcelona 93 y fue miembro de la Academia Catalana de Gastronomía. Hoy practica el sedentario dominó, como su buen amigo Josep Maria Minguella, rescoldo de La Barberia, el inolvidable programa futbolero de Pitu Abril. Es un buen cinéfilo; realizó incluso sus pinitos en un cameo secundario durante el rodaje de Un submarí a les estovalles, dirigida por Ignasi Ferré, sobre la novela de Joan Barril.
A parte de presidir el certamen inmobiliario y el Salón de la Logística, Lacalle ocupa una vocalía presidenciable en el consejo de Fira Barcelona, un objetivo inconfesable sólo digno de aspirantes silenciosos. Es el impulsor del Salón del Automóvil. Contra viento y marea, el sector ha combatido la crisis a base de puentes con el exterior. No conviene olvidar que su padre, Enrique Lacalle Bernadas, fundó el mismo salón durante la segunda autarquía del motor, cuando el Circuito de Montjuic quiso ser el banco de pruebas de Le Mans con un ramillete de pilotos locales dispuestos a lucir mérito y linaje. En aquellos años, Chico Godia, Rubín de Celis o Juncadella, entre otros, siguieron la estela de Fon de Portago, el romántico marqués que murió al volante de un Ferrari en la Mille Miglia de 1957.
La saga Lacalle representa un puente entre el mundo institucional y el mercado abierto. Lacalle padre fue concejal del ayuntamiento de Barcelona, tesorero de Fira y diputado provincial por los tercios familiares durante el otoño del General y en pleno “contraste de pareceres”. Así resume Enrique su herencia inesperada: “Cuando murió mi padre, sus amigos me nombraron miembro de los comités del Salón del Automóvil y del Salón Náutico, que entonces presidía Juan Antonio Samaranch”. En 2003, recuperó parte de su pasado. Fue nombrado presidente del Automóvil por el consejo de administración de Fira Barcelona (en plena transición entre Jaume Tomás y Josep Lluis Bonet) en un intento por recuperar la atmósfera amable de la Barcelona automovilística y de su sello cenital: la fábrica de motores Elizalde. Lacalle refundó el Automóvil hasta el punto de que, pocos años más tarde, en la edición de 2009 y coincidiendo con el momento más agudo de la crisis, el salón albergó en Montjuic a 54 marcas, su récord de expositores.
A Lacalle le va la maniobra. Lleva el intercambio en los genes; luce más como lobista que como emprendedor. Hace apenas dos años, contribuyó al nacimiento del archiconocido foro Puente Aéreo, una instancia de 34 empresarios dispuesta a unir el gotha catalán con los intereses de la España radial. Aunque el diálogo Barcelona-Madrid parece hoy imposible, el Foro ha despertado la curiosidad de decenas de personalidades de la economía que engrosan su lista de espera. Son tiempos difíciles, pero Lacalle vive de lleno su auténtica vocación: el metro cuadrado.