Enrique Bañuelos: El Paquito Chocolatero que se lleva por delante el sueño de Artur Mas
Fundó Terra Canet, origen de Astroc (el primer gran pufo inmobiliario) y se enriqueció hasta las alturas de Forbes gracias al urbanismo de promotor tan típico del País Valencià. Es Enrique Bañuelos, autoproclamado rico oficial, con más espolones que las Koplowitz. Y me pregunto: ¿Qué hacía este caballero de dudoso tronío en la mesa de Artur Mas? ¿Quién le dio pie en BCN World, una inversión prometida en Tarragona de 4.500 millones de euros, de los que Bañuelos iba a poner de su bolsillo unos 800? ¿Fue una mentira programada o salió espontáneamente como la caspa de las solapas?
Recalificador contumaz, el tal Bañuelos era conocido como rey del ladrillo. Amagó sin cargo a su cartera; engañó a Nozaleda y al mismísimo Amancio Ortega; sembró cemento y recoge áridas deserciones. Algunos de sus manejos son tristes, como la falsa salvación de Amper. Otros suenan a Mares del Sur, como cuando anunció la venta de la minera australiana Gladiator, pero ni minerales ni tulipanes. Fue de órdago la que montó hace algunos años en Central Park: invitó a 20.000 personas a una paella para anunciar su fundación benéfica, dirigida por Carolina Espinosa de los Monteros, la hija Carlos Espinosa de los Monteros Sagaseta de Illurdoz, pomposo marqués de Valtierra y alto comisario de la Marca España. Una caricatura del capitalismo valenciano-pepero de falleras y lagarteranas Aquel día se armó la mundial con la presencia de Juan Cotino (ilustre implicado en Gürtel), casi nuncio pontificio en tiempos de Ratzinger. Todos a los acordes de El gato montés, amenizados con la voz de Francisco, galán de empavonados bucles.
Sus empresas agrandan el planeta y se sumergen en pantanos off shore. Bañuelos festonea en Londres los jardines de Kensington, junto a su vecino Alejandro Agag, el yerno de Aznar con el que fracasó en el negocio de la Fórmula E, los monoplazas eléctricos. Bañuelos diseña sus proyectos desde su empresa holding, Veremonte, la promesa de un mundo mejor para la Costa Dorada, donde ha acabado enterrando la ilusión de muchos operadores turísticos. Todo le sabe a poco a este hombre expansivo venido a menos. Su mirada se pierde en el horizonte sobre las torres de Bendinat (Bendinat Real Estate), un lujoso castillo mallorquín que se mantiene a base de bodas y bautizos. Tal es el destino del capitalismo español de apalancamiento y sobremesa.
Parece difícil perderse en el péndulo de Bañuelos, pero por lo visto este engañabobos engancha. Es un valenciano subsumido en el Madrid del pub y la farola, un mundo de ejecutivos con la franja merengue en la hebilla del cincho. Está baqueteado en el merchant bank, el desventurado arte de comprar, mantener y vender. Hasta que, de repente, un día los árboles dejan de crecer. Y cuando los fuertes han vendido sus títulos a los temerosos, ya es demasiado tarde.
Bañuelos vive del pelotazo, y de ahí que se haga extraña su aparición junto al president Mas el día que se presentó BCN World: seis parques temáticos, hoteles, casinos y todo tipo de atracciones turísticas, con el favor político de CiU, PSOE y PP. Cuando firmó el proyecto, Mas lucía su flamígera cabellera que, con el tiempo, se ha ido desluciendo con el desgaste de su apego soberanista. Y esta misma semana se han apago las luces de BCN World: Veremonte no tiene el dinero y se retira del proyecto. Un revés para el que Bañuelos tiene excusas de mal pagador: «Nosotros nos retiramos después de haber creado la expectativa y el mercado». El colmo.
Así acaban hoy los proyectos faraónicos de futuro. A la Generalitat ya se le vio el plumero con el caso de Spanair, la compañía de vuelo llamada a salvar el aeropuerto de Barcelona-El Prat. Spanair acabó en quiebra. Nos costó dinero en forma de créditos públicos del ICF y fondos de las cámaras de comercio. Al final, nada. El milagro de BCN World tendrá que esperar, y sus miles de puestos de trabajo quedan en el aire. Cuando Bañuelos salta del barco por la borda, la Generalitat dice que tiene un plan B para Salou-Port Aventura gracias a que La Caixa es la propietaria de los terrenos.
Los milagros público-privados se desvanecen. Bañuelos se aparta de los focos y, una vez más, se ha puesto la capa a los compases de Paquito el Chocolatero. Se lleva por delante el sueño de Artur Mas.