Enfermedad social o renacimiento social

Es cierto que la COVID 19 ha provocado unos niveles considerables de ansiedad e inseguridad. Pero las visiones apocalípticas de una amenazadora crisis sanitaria y social pueden ser erróneamente alarmistas.

En los últimos meses, han cundido las predicciones más pesimistas acerca de la salud mental global debido a la pandemia de la COVID 19. Estas predicciones se han expresado con un lenguaje apocalíptico, hablando de una amenazadora «crisis de salud mental», «bomba de relojería de depresión» o incluso una «epidemia de suicidios». Estas previsiones anticipan un desastre de salud mental inminente incluso peor que la propia pandemia del coronavirus, agravada por factores como el aislamiento social, la ansiedad existencial y el aumento del desempleo debido a la COVID-19.

¿Pero todas estas estas visiones distópicas de enfermedad social están basadas en evidencias científicas?

Las restricciones al movimiento significan que hay menos personas desplazándose para trabajar o yendo de vacaciones y más personas activas en el seno de sus propias comunidades. Esto puede incrementar el capital social y el espíritu comunitario locales, lo que puede mejorar la salud mental

Para responder a esta pregunta, debemos analizar las investigaciones publicadas a raíz de otras crisis socioeconómicas anteriores, ya que no disponemos de datos de salud mental a tiempo real. Resulta interesante que un considerable corpus de investigación ha analizado las consecuencias para la salud mental de la crisis financiera mundial de 2008 y los posteriores años de recesión. Como la mayor parte del campo de la epidemiología social, esta investigación ofrece un panorama complejo.

Por un lado, numerosos estudios apuntan a un aumento de los suicidios, sobre todo de varones, en los años posteriores a la crisis financiera mundial. Por ejemplo, un estudio paneuropeo halló un incremento del 4% en los suicidios durante 2009 en todo el continente, con mayores tasas en los países con tasas de paro más altas.

En España, un estudio indicó un incremento del 8% de los suicidios en el período de 2008-2010 (en comparación con el de 2005-2008), mientras que otro estudio encontró un incremento del 19% de las depresiones en 2010 (en comparación con el año 2006). Estas tasas tan elevadas afectaron  especialmente a los desempleados recientes y a aquellos con dificultades financieras.

Estas conclusiones son coherentes con la teoría sociológica de Emile Durkheim, quien planteaba que los trastornos socio-económicos pueden perturbar gravemente los niveles de integración social, debilitando así los vínculos sociales y empeorando la salud mental. ¿Puede esta «larga cuarentena» provocada por la COVID-19 tener efectos similares con un aumento del aislamiento social, la soledad, la alienación social, la ansiedad existencial y la inseguridad económica?

Por otro lado, son muchas las investigaciones que indican que las crisis socioeconómicas no son necesariamente malas para la salud mental, y pueden promover, en contra de lo que se podría intuir, aspectos de bienestar individual y social. Por ejemplo, el término «blitz spirit» es bien conocido en Reino Unido y se refiere a un período «semimítico» de la 2ª Guerra Mundial en el que los londinenses hicieron piña con resolución y actitud desafiante para resistir los estragos de los ataques aéreos nocturnos de la Luftwaffe. Este «blitz spirit» se representa en un famoso cartel bélico británico con la frase «Keep Calm and Carry On» (mantenga la calma y siga adelante).

Aunque hay quien cuestiona la realidad del «blitz spirit», ciertas investigaciones demuestran que los ingresos psiquiátricos efectivamente se redujeron durante la ofensiva sobre Londres. Es más, se cerró una red de clínicas psiquiátricas que se había abierto para atender a las víctimas de salud mental que se preveían debido a la falta de pacientes, lo que apunta a que los bombardeos de la Luftwaffe no desencadenaron una epidemia de enfermedades mentales o sociales. En su lugar, dieron lugar a mayores niveles de resiliencia, determinación y cohesión social.

Asimismo, otro estudio paneuropeo encontró una sorprendente disminución global de síntomas de depresión en el período 2006-2012 en los 21 países estudiados, salvo Chipre y España. Estas conclusiones implican que las repercusiones de la crisis financiera mundial no fueron negativas de forma uniforme y que las predicciones catastrofistas relativas a una cercana crisis sanitaria y social debido a la COVID-19 podrían no estar justificadas.

Todo esto plantea la siguiente pregunta: ¿qué factores promueven la salud mental y previenen las enfermedades sociales durante una crisis como la de la COVID-19? Las investigaciones apuntan algunas respuestas sorprendentes.

En primer lugar, para mucha gente el trabajo es fuente de propósitos y sentido, pero también puede engendrar cantidades considerables de estrés. Las políticas de «teletrabajo» asociadas con la COVID-19 habrán supuesto para muchos una agradable ruptura con un entorno estresante y habrá permitido disfrutar de más tiempo de calidad con los familiares más cercanos, todo lo cual está vinculado con una salud mental positiva.

En segundo lugar, la «prolongada cuarentena» puede promover otros comportamientos saludables, y las investigaciones indican que, durante las recesiones y las crisis, las personas tienden a reducir hábitos costosos como fumar, beber, consumir comida basura y conducir. Es probable que la gente haga más ejercicio a nivel local, coma de forma más saludable, camine más… Resulta interesante un estudio que concluyó que hubo menos contaminación acústica y atmosférica y una gran reducción en los accidentes de tráfico tras la crisis financiera global (todo ello vinculado a un menor tráfico), creando así un entorno local más agradable.

En tercer lugar, las crisis como la de la COVID-19 pueden engendrar su propio tipo de «blitz spirit», uniendo a las personas en una experiencia colectiva y una causa común. De hecho, las restricciones al movimiento significan que hay menos personas desplazándose para trabajar o yendo de vacaciones y más personas activas en el seno de sus propias comunidades. Esto puede incrementar el capital social y el espíritu comunitario locales, lo que puede mejorar la salud mental.

Es cierto que la COVID 19 ha provocado unos niveles considerables de ansiedad e inseguridad. Pero las visiones apocalípticas de una amenazadora crisis sanitaria y social pueden ser erróneamente alarmistas. Para algunos, especialmente los desempleados recientes, la crisis actual supondrá dificultades de salud mental. Pero para otros puede suponer un respiro muy necesario frente a la feroz competencia del mundo profesional y una oportunidad para replantearse las prioridades.

Solo el tiempo nos dirá cuál es el verdadero impacto sobre la sociedad en su conjunto. Pero puede que no todo sea fatalidad y desolación.