Encuestas: armas de destrucción política

Las empresas demoscópicas, como otras que alimentan a la opinión pública, no son ajenas a servidumbres de toda índole. Los sondeos de los últimos meses, y en particular los de las recientes semanas, han alimentado la irrupción desmedida de Podemos. Aunque es cierto que las denostadas encuestas en Andalucía no han ofrecido un panorama muy distinto al que han reflejado las urnas, también lo es que se han concentrado en inflamar la expectativa del voto morado que, finalmente, ha dado gatillazo.

Los empresarios andan aliviados: aunque la mayoría, como Ana Botín o Francisco González, dicen que lo único que les preocupa es que el próximo gobierno de España tenga estabilidad, en la ligereza verbal que brota de un Macallan 18, admiten la preocupación que les genera la imberbe experiencia de la troupe de Pablo Iglesias. Este lunes andaban más eufóricos de lo recomendable por los 15 diputados de la formación de extrema izquierda (o la del voto rural, como se ha visto en AndaluDíaz). Se preveían más de 20 y, por tanto, el certificado de las elecciones se interpreta como una derrota, incluso por Íñigo Errejón.

Las encuestas son el arma de destrucción política a la que recurren los partidos cuando quieren hacer juego sucio. Y con Podemos lo ha habido. Albert Rivera debería tomar precauciones por si alguien en Moncloa decide actuar a partir de ahora igual con Ciudadanos. Como ejemplo, sólo cabe repasar el último CIS y el más reciente trabajo de Metroscopia. El estudio gubernamental da una presencia modesta (un 3%) a la formación liberal; mientras que el sondeo que habitualmente publica El País da hasta un 12% de intención de voto en las próximas generales. Es evidente que alguien miente.

Con detenerse en esa comparativa, cualquier observador calmado (probablemente inglés, ya saben el famoso aplomo) diría que es un auténtico disparate no querer ver la realidad del sonoro resultado de Iglesias. De cero a 15, clamarían los fans de Fast and furious. Sus votos se han multiplicado por dos en un año. Esos escaños son un éxito sin ambages. La nueva formación ha migrado del estado de ánimo colectivo a las instituciones públicas andaluzas con fortaleza, aunque PSOE, PP y sus respectivas órbitas tienen la tentación de minimizar los resultados.

En la volatilidad política que nos rodea, los círculos económicos, empresariales e institucionales excluyen del análisis que Podemos se ha plantado como tercera fuerza política en la comunidad con un entorno y calendario desfavorable y con una candidata cuyo mayor mérito es repetir consignas. No «tomará el cielo por asalto» ni cambiará nada sustancial, como pretendía Iglesias pero su formación se quedará. Denostarla en base a unas expectativas demoscópicas creadas en los diarios es un error, o una finísima estrategia para anularles.

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