¿En que se parece el Barça a una caja de ahorros?

¿Recuerdan ustedes el modelo de las cajas de ahorro españolas? Sí, hombre, hagan memoria, que tampoco ha pasado tanto tiempo. ¿Recuerdan esas instituciones que, en teoría, pertenecían con todos sus derechos a unas entidades fundadoras, aunque éstas en realidad ya no fueran más que apenas unos nombres de archivo o todo un ejemplo de autismo, como el caso de la Diputación de Barcelona y otras? ¿Recuerdan como aseguraban pertenecer a esos dueños y a sus impositores y que para que esto funcionase tenían unas asambleas y unos órganos de gobierno en los que, en teoría también se plasmaba esa estructura de poder?

¿Recuerdan también, supongo, como en realidad esos órganos de gobierno no se enteraban de nada –les reto a que intenten decirme una sola ocasión en que las asambleas de las cajas tumbaran alguna propuesta que se les remitiera– y que, en realidad y no en teoría, los que tenían la sartén por el mango, y el mango también, eran sus directivos, directores generales y presidentes, que hacían y deshacían a su antojo y se autoaprobaban retribuciones obscenas, siempre en línea con los banqueros mejor pagados, aunque con una diferencia: éstos respondían directamente ante los propietarios de su negocio –con matices, cierto–, mientras que aquellos, los directivos de las cajas, no debían reportar más que ante esa nebulosa de entidades casi inexistentes u obsoletas, que no se enteraban o no querían enterarse de nada más que de reclamar los favores personales a que hubiera lugar?

¿Y recuerdan por qué esa antigualla en el moderno capitalismo pudo ir engordando y engordando y acaparar más de la mitad del sistema financiero español hasta que explotó con las consecuencias conocidas..? Sí, efectivamente, porque contaron con la connivencia del poder político que a cambio de utilizarlas para su estrategia clientelar y unos cuantos puestos en los respectivos consejos les dio todo el cobijo legal y apoyo que necesitaron.

Pues bien, ese mismo modelo caduco, de propiedad difusa y gerencia firme, autoritaria, despótica y preñada de nepotismo, en manos del presidente de turno es el mismo que el de los clubs de fútbol que renunciaron a su privatización para “seguir perteneciendo a sus socios”.

Repasen la actualidad culé de estos días. En el Real Madrid encontraran casos similares. Ojeen de nuevo las declaraciones de Rosell, sus reacciones ante la información exigida por el socio Jordi Cases. Lean, si no lo han hecho ya, el estupendo artículo de Juan Carlos Pasamontes sobre la crisis en la presidencia del Barça y verán esos mismos tics, ese despotismo poco ilustrado sin cuya cobertura es difícil entender la interminable sarta de mentiras en que fue incurriendo Sandro Rosell hasta su dimisión: cláusulas de confidencialidad inexistentes o impuestas por el propio Rosell, contratos desorbitados ocultados a los verdaderos “dueños”del club, sus socios, etc., etc…

Actitudes, modelos de negocio, en los que el riesgo lo sufren socios, accionistas minoritarios, ciudadanía en general… mientras que los beneficios del palco o del consejo correspondiente lo disfrutan los presidentes ocasionales y sus colegas. Capitalismo de amiguetes, que diría el brillante Luis Garicano. Todo ello muy propio de una sociedad donde las instituciones comunes se deterioran y se impone el networking sobre la meritocracia, donde hasta el lenguaje y las ideas se pervierten para dar cabida a esa estructura social donde medran no los mejores ni los más preparados sino los mejor relacionados. Vean, por ejemplo, cómo los diputados del PSC que votaron contra las resoluciones de la dirección se siguen reivindicando como diputados socialistas, atribuyéndose supongo la capacidad para decidir quién tiene derecho a llevar esa etiqueta. Ellos, que se negaban a las listas abiertas “para que no predominaran los intereses personales espurios sobre la ideología”, que fueron elegidos en las faldas del líder, ahora reclaman la propiedad del cargo.

Si alguien pensaba que esa democracia fake de las cajas o de los clubs, que no son sociedades anónimas, se extinguía estaba equivocado. Sigue siendo la aspiración de una buena parte de las élites económicas de este país en estrecha colaboración, claro, con la actual clase política. Las ya famosas élites extractivas.