En nombre de dios
Me gustaría hablar una semana más de economía, pero lo que está pasando en París cuando escribo estas líneas, es un síntoma de una cuestión de fondo que afecta a todo el mundo. Sin poder ser exhaustivo les expondré mi opinión sobre varios elementos que confluyen en el fenómeno del terrorismo islámico.
El hecho en sí es injustificable. En nombre de las ideas o de las creencias no es justificable ningún asesinato. El ejercicio de la violencia legal en manos de democracias contrastadas, se justifica, en todo caso, como defensa frente a otras violencias o vulneraciones masivas de los derechos humanos. Hay dos constataciones perfectamente complementarias. No se puede acusar al Islam de terrorista. Pero el Islam es la única religión en nombre de la cual, en este momento en el mundo, se están justificando vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos; y que genera episodios minoritarios, pero muy sanguinarios de violencia. Las principales víctimas de ésta son gentes islámicas. Por lo tanto, primero convendría que el Islam moderado mayoritario se organice globalmente y elija una voz autorizada que sistemáticamente haga de cortafuegos a los ultras.
En segundo lugar, el occidente cristiano tiene que ir con mucha prudencia en su discurso porque hasta hace cuatro días no tenía ninguna autoridad moral en esta materia. La jerarquía eclesiástica española bendijo como «cruzada» una rebelión contra la legalidad republicana y aún es hora de que haya una petición de disculpa. Y en una buena parte de estados europeos se persiguió y exterminó a millones de personas por el simple hecho de ser de confesión judía.
En tercer lugar, el pragmatismo occidental respecto a los regímenes autocráticos islámicos a los que se ríen todas las gracias mientras suministren petróleo y financien inversiones, debería experimentar un giro. A mí no me vale que incluso se demuestre que tal o cual régimen no ha financiado ninguno de los grupúsculos terroristas que asolan, ante todo, los territorios rivales de Oriente medio, o que dejen de financiar la apertura de mezquitas controladas por los sectores más fundamentalistas. Lo que me vale es que son regímenes no democráticos, donde no se respetan muchos de los derechos humanos, empezando por los de la igualdad hombre-mujer y la libertad de expresión; como se hacía, hasta bien entrado el siglo pasado, en las dictaduras europeas adornadas con la pintura de la defensa de la civilización cristiana y occidental.
Las contradicciones actuales de los estados occidentales no ayudan a tener una posición contundente contra las teocracias islámicas. ¿Cómo se puede boicotear el comunismo de Cuba y no hacerlo con el de China ni con la dictadura de Arabia Saudita? ¿Cómo se puede salir a favor de la libertad de expresión en la pancarta Je suis Charlie, desde el PP y sus corifeos mediáticos, que apoyan la Ley mordaza y que no dejan ejercer la libertad de expresión? ¿Como se puede hacer la ola a las dictaduras que controlan la clave de la energía fósil y que ahora mismo están especulando con los precios del petróleo para hacer inviables las energías alternativas?
En cuarto lugar, volverá a haber un debate agrio sobre políticas de inmigración e incorporación. Por lo visto, ni los estados que aplican el multiculturalismo, ni los que practican la igualación republicana, se escapan del fenómeno de la radicalización minoritaria de los islamistas. Los movimientos antiislámicos en Europa han recibido un aliento impresionante gracias a los atentados de París. Razón de más para que se encuentre un marco europeo de laicidad que es el único terreno neutro alejado del confesionalismo al que tienden las jerarquías religiosas, sean cristianas, hoy de forma civilizada, sean islámicas, que afectan al comportamiento social de sus seguidores. Laicidad alejada también del laicismo, del que Francia a veces hace bandera y pretende anular cualquier representación pública de las creencias (cuestión contraria por cierto en la Declaración Universal de los Derechos de las Personas).
Quinto, el ruido de fondo con el que algunos quieren justificar la rabia del islamismo violento es, o bien la intervención bélica en Oriente o la pervivencia del conflicto judío-palestino. No lo comparto. Lo encuentro maniqueo. También hay intervencionismo neocolonial en otros lugares del mundo y la reacción no es de violencia indiscriminada y sectaria. El principal conflicto que esconden, incluso los islamistas moderados es interno: entre sus oligarquías estatales por el reparto del pastel; entre las oligarquías y las bases sociales empobrecidas; entre las minorías o mayorías nacionales, religiosas o étnicas que se imponen de forma despótica contra la diversidad en el seno de la mayoría de estados islámicos. Esta última causa, por cierto no tan lejana de la que estados jacobinos residuales europeos practican, ahora sin el uso de las armas, contra sus propias minorías nacionales.
Quinto, bis. En cuanto a Israel, es un Estado fruto de la persecución europea a los judíos, no lo olvidemos. Cuando desde alguna izquierda sólo se ve la paja del ojo israelita y no se ve la viga ni en el propio ojo, ni en el de las dictaduras árabes, quiere decir que sufrimos de estrabismo. Ahora bien, también es cierto que el contexto está llevando a Israel hacia una arabización identitaria, fruto de la derechización de las políticas de Estado predominantes. La reciente iniciativa de crear un Estado confesional va en la dirección de los estados vecinos arabo-islámicos. Por otra parte, la sistemática ocupación de territorio palestino llevará a la inviabilidad de éste y por lo tanto, por razones demográficas en la transformación de Israel en un Estado binacional. O sea, el tiro por la culata.
Por hoy lo dejo aquí. Me temo que iremos hablando.
MACEDONIA
Esta semana, continúa embarrancado el proceso catalán. Prefiero no decir todo lo que pienso sobre los errores propios. Y, sobre todo, sobre las maniobras de entorpecimiento que bien vestidas mediáticamente sólo se explican por el miedo de parte de la dirección y de las bases del centroderecha autonomista al proceso; miedo legítimo y comprensible, si fuera transparente; y por la voluntad de reconstruir una coalición en horas bajas: objetivo comprensible, pero ilegítimo si se quiere camuflar bajo objetivos de país.
Y no lo digo porque no quiero contribuir a enrarecer el ambiente; y porque, aunque sea en el momento que toque la campana, espero que por el bien de la democracia, en Cataluña haya un acuerdo.