En nada estuvo que riñésemos
Viendo la reacción de los periódicos y los articulistas unionistas ante el acuerdo de última hora entre Junts pel Sí y la CUP, está claro que alguna virtud debe tener. Los unionistas deberían estar contentos y no lo están. ¿Qué es lo que no gusta a los unionistas de lo que acaba de pasar en Cataluña? ¿Por qué están exaltados y no se alegran de la renuncia de Artur Mas? ¿Por qué explican lo acontecido con historias de presuntas conspiraciones palaciegas?
Lo primero que no les cuadra a los unionistas es, claro está, la renuncia de Mas a la presidencia de la Generalitat. ¿Cómo puede ser que ese ególatra, según ellos, se vaya y nos deje sin el muñeco al que zumbar todos los días? Ahora, además, quedará demostrado que el proceso secesionista no es cosa de Mas, lo que ellos ya sabían pero no querían reconocer. Al nuevo presidente, Carles Puigdemont, lo tildaran de pelele o incluso de cosas peores. Lluís Rabell, el fracasado candidato de Catalunya Sí Que es Pot el 27S, le llamó «testaferro de Mas» en un programa de radio, dándole al mote el sentido negativo y oscuro que tiene para el conjunto de los mortales. En la política catalana sobran los que sólo saben insultar y no aportan nada.
La rabia con la que escriben los unionistas contrasta con la felicidad del mundo soberanista. Una felicidad agridulce, digámoslo todo. Incluso los escépticos, entre los que me encuentro, aprobamos este acuerdo que, siendo tan acrobático y raro, tiene sus ventajas aunque conlleve grandes sacrificios. Lo dijo Artur Mas cuando lo anuncio en rueda de prensa: «yo tomé una decisión política pudiendo no tomarla, podría haber ido a las elecciones». Mas podría haber decidido firmar la convocatoria de elecciones, que es lo que pedíamos muchos opinadores, y optó por lo contrario cuando tuvo asegurado lo más importante, que es empezar a trabajar sin los condicionantes que han aflorado durante los tres meses de negociaciones. El entorno soberanista pedía acuerdo pero éste sólo podía ser posible con condiciones de estabilidad que no se veían por ningún lado hasta el pacto de este fin de semana.
La renuncia de Mas era una posibilidad que contemplaron sus colaboradores después de los resultados del 27S y ante los primeros indicios de que la CUP se mantendría inflexible en su postura contraria a darle la investidura. Mas sospesó todo tipo de alternativas y una de las que se puso sobre la mesa, casi como una broma macabra, fue la que finalmente se acordó el viernes por la noche. «Do ut des» es la expresión latina que significa «doy para que me des», y eso es lo que ha pactado Artur Mas. Él cede lo que en Cataluña sólo los tontos no saben que es más importante que la mayoría parlamentaria, que es la presidencia de la Generalitat, a cambio de llevarse por delante a la CUP. Aunque se queden en el Parlamento sus dirigentes más nefastos, el golpe asestado a la CUP es descomunal. Primera línea de bingo.
Con el pacto firmado entre Junts pel Sí y la CUP, la extrema izquierda queda desactivada por lo que queda de legislatura, lo que regocija a la izquierda federal unionista. En este sentido, Carles Puigdemont recibe de Mas el mayor regalo que pudiera recibir un presidente que debe afrontar el reto de la secesión. Y ese regalo es la estabilidad parlamentaria. No van a ser 72 diputados, porque la CUP siempre será la CUP, pero Junts pel Sí se asegura los 65 diputados necesarios para contrarrestar a los 63 que suman los contrarios al Gobierno. No es poca cosa. Por lo tanto, el temor que teníamos algunos sobre la posibilidad de que se produjese una investidura sin estabilidad, con esta fórmula los desplantes cuperos son imposibles. Segunda línea de bingo.
La salida de Artur Mas del juego institucional sin renunciar a la política tiene otro efecto colateral, en este caso partidista, que beneficia a CDC. Como escribí en esta misma sección, CDC es un partido es estado catatónico que debe morir para que nazca algo nuevo. El centro soberanista necesita un nuevo instrumento que permita la agrupación de personas que tienen un historial muy distinto al de aquellos convergentes que se criaron en la JNC y fueron subiendo en el escalafón.
Los antiguos socialistas que vieron en Mas al líder que encarnaba la moderación y el cambio deberían poder encontrar su sitio en este nuevo espacio político. Si Artur Mas lo logra en el encargo que se ha autoimpuesto, habrá conseguido la tercera línea de bingo. El soberanismo moderado es mucho más de lo que hoy está integrado en CDC. Si Mas logra esta renovación, estará en condiciones de derrotar a ERC y a su dirigente, Oriol Junqueras, que creyó que saldría vencedor del lío negociador y del empeño de la CUP de asar a fuego lento al Presidente en funciones.
En nada estuvo que riñésemos, pero Artur Mas lo evitó con una de sus famosas astucias. Nadie queda satisfecho del todo, aunque creo que unos salen muy maltrechos de una negociación que estuvo mal planteada desde el principio. Eso ya no tiene remedio. La hecho, hecho está. Ahora empieza el futuro y estoy seguro de que la reacción de los partidos españolistas será brutal.
La diferencia entre ellos, los patriotas constitucionales españoles, y los soberanistas catalanes es que los primeros se niegan a reconocer el pluralismo nacional de España, lo que incluso se podría interpretar en esa Constitución, y los segundos, en cambio, saben que Cataluña es un país plural, multilingüe y con apegos identitarios muy variados entre sus ciudadanos. Los que puede unir a la mayoría de los catalanes es el proyecto soberanista que este domingo se ha puesto en marcha.
Esa es la eficacia del acuerdo entre Junts pel Sí y la CUP que se substancia con la elección de Carles Puigdemont como el 130 presidente de la Generalitat de Cataluña. El nuevo presidente de Cataluña concluyó su discurso de investidura con una frase que lo resume todo: «Deixem l’orgull, agafem dignitat» («dejémos de lado el orgullo, tomemos la dignidad»). El soberanismo ha quedado herido en un diabólico proceso de negociación, pero sigue vivo. Muy vivo y aliviado con lo acordado. Démosle los cien días de gracia.