En el Reino de España

Todos los partidos han tenido la tentación de debatir la Constitución y ninguno ha sido capaz de encontrar el momento para avanzar en la reforma

Conviene acercarse a la Constitución, no como si fuera un libro sagrado arrebatado a los dioses, sino como un texto hecho por hombres y mujeres que tuvieron la voluntad de cambiar la historia  trágica de España por otra donde fuera posible convivir.

Con la Constitución hicimos otra España, otra Cataluña y otro País Vasco. Cuando miramos atrás nos percatamos que supuso dar carpetazo a la historia de España para iniciar la historia de los españoles.

La carga simbólica de nuestra Constitución reside en su capacidad de orientar hacia el futuro a una sociedad sometida a largos litigios sociales, territoriales y culturales. Cuarenta años contemplan cómo los españoles han sido capaces de profundizar en una democracia parlamentaria.

Los partidos políticos tienen poca fe en la sociedad que representan

Hoy, la Constitución se encuentra asediada por múltiples conflictos que exigen modificarla para poder responder a los nuevos retos que vive la sociedad. El miedo a cambiarla es tan hondo como el vértigo que genera en aquellos que la quieren modificar.

La parálisis de los políticos españoles y sus partidos políticos demuestra la poca fe que tienen en la sociedad española que ellos representan. En poco menos de diez años se ha pasado de venerar a la Constitución a convertirla en arma arrojadiza para apuntalar ideologías o para mostrar la falta de voluntad del Estado español para cambiar su forma actual.

Todos los partidos han tenido la tentación de abrir el debate de la Constitución y ninguno ha sido capaz de encontrar el momento para avanzar en propuestas de reforma. Partidos como Podemos, partidos independentistas, PSOE o Ciudadanos han expresado su deseo de reformarla; sin embargo, lo hacen por razones que conciernen más a sus estrategias políticas que al interés general.

Si no iniciamos un proceso de reforma, se debilitará paulatinamente el estado de derecho

La ruptura del consenso en el pasado, la falta de liderazgos políticos fuertes, la fragmentación política y el conflicto entre Cataluña y España aconsejan encontrar otro momento para iniciar un proceso de reforma que lleva parejo un referéndum para su ratificación.

La paradoja en la que nos encontramos es que, si bien el momento no es el más idóneo, no hacerlo implica la paulatina debilitación del estado de derecho que se sostiene en la medida en que resulte creíble para los ciudadanos.

¿Qué supone cambiar la Constitución?

Una paradoja/dilema que atenaza a la clase política, confunde a la opinión pública y provoca en muchos ciudadanos la sensación de que España vuelve a estar sometida a los fantasmas del pasado.

Para los nacionalistas e independentistas, cambiar la Constitución en estos momentos implica, más que un avance, un retroceso por el temor que despierta que los partidos denominados constitucionalistas decidan plantear una involución en materias tan sensibles como la territorial.

Para partidos como Podemos, cuanto más dure la actual Constitución más honda será la factura con la sociedad y saben que esta situación les beneficia.

En el caso del PP y el PSOE, iniciar un proceso de cambio de la Constitución conduciría probablemente a tener que debatir sobre la monarquía y redefinir su status, por lo que es mejor esperar a que la situación de la monarquía española mejore en Cataluña y en otros lugares de España.

Todo conduce a celebrar los cuarenta años de la Constitución como un acto de reivindicación del pasado. El peligro que conlleva no tocarla es actualmente el mismo que implicaría cambiarla, por lo que se ha convertido en un muro infranqueable para los cambios que debe afrontar España en el siglo XXI. El 6 de diciembre se celebra el día de la constitución con más nostalgia que futuro, con más temor que voluntad de cambio.

Una constitución, que cada día que pasa, es percibida como un texto sagrado al que sólo se le debe idolatrar.