En dirección contraria pero echando el freno

Después de ganar dos elecciones consecutivas, Pedro Sánchez ha aprendido a reconocer el terreno que pisa: minado, pero con las minas a la vista

Precisamente eso es lo que se propone Pedro Sánchez. Tomar la dirección contraria de la política española, que gira a la derecha y a la recentralización, pero sin acelerar lo más mínimo.

Al contrario, lo que hace, lo que no dejará de hacer, es presentarse como el gobernante prudente que echa el freno a fin de que sus díscolos socios no avancen en la dirección que él mismo ha emprendido.

Ha sido Sánchez, no el PP, quien ha enganchado el carro gubernamental primero a Unidas Podemos y luego, a poco que la suerte le acompañe, a ERC, si no es que JxCat consigue impedir que Oriol Junqueras haga lo que haría la propia JxCat si hubiera ganado en las últimas elecciones.

Imaginemos que Sánchez ya tiene enganchados los dos caballos. ¿Cuál pasará a ser entonces su cometido? Procurar que anden lo más despacio posible, ofrecerse como garante de que nada esencial se pone en riesgo porque él, en tanto que presidente del gobierno y cochero mayor del reino, ya se ocupa de tirar de las riendas, o sea lo contrario de soltarlas.

Si algo ha aprendido Sánchez en el corto tiempo que va de verse defenestrado por sus compañeros de partido a ganar dos elecciones consecutivas, es a reconocer el terreno que pisa. Un terreno minado, sin duda, pero con las minas a la vista.

Pongamos como ejemplo la reforma laboral. Seguro que Pablo Iglesias va intentar revertir sus peores efectos, empezando por el despido justificado por bajas justificadas. Su jefe de filas va a hacerse el remolón, de manera que todo lo que consiga será poco en relación a lo que sin el freno de Sánchez hubiera aprobado.

Nadie antes ha llevado a cabo mayores equilibrios en la cuerda floja que Pedro Sánchez

Lo que no hará Sánchez en un caso como este es planificar un incremento de la productividad e incentivar mayores tasas de empleo. Eso, que es lo que conviene, lo que es esencial para que España puede competir con mayores posibilidades de éxito, quedará en el alero.

Como a sus antecesores, a Sánchez le interesa sentarse ahí arriba, figurar, presidir, no cambiar, reformar y mejorar el país cuyas riendas empuña.

En las cuestiones sociales, Podemos y ERC van a ir del brazo, igual que en el resto. Ambos corceles se necesitan; ambos son de izquierdas, ERC moderadas y UP en vías de moderación; ambos pretenden buscar, no hablemos de encontrar, una vía para enfocar el problema catalán.

Pero van en dirección contraria, no a sus propuestas, intereses, objetivos, naturaleza o razón de ser, sino a la corriente general de la política española, que apuesta como hemos visto por la recentralización más o menos encubierta, así como por aumentar la desigualdad en vez de revertirla en alguna medida.

La gran especialidad de Sánchez es el funambulismo. Él sabe muy bien, más que nadie, que su figura resulta incómoda a los poderes fácticos, empezando por los de su partido. Nadie antes, y puede que después, ha llevado a cabo mayores equilibrios en la cuerda floja. Ahora, una vez llegado al otro extremo de la maroma, instalado en La Moncloa, su principal objetivo es perdurar.

Tras su primera victoria pretendía mandar, pero después de la segunda se conforma con perdurar. Probablemente por eso, y no por lo que decía y decían los suyos de que la amenaza de Vox imposibilitaba el apoyo de Pablo Casado, escogió enseguida el giro a la izquierda.

Navidad, época propicia para un acuerdo sorpresa que levante menos ampollas de las habituales

Porque la derecha hubiera sido apoyo y alternativa a la par. De modo que el PP le hubiera debilitado más que apoyado, hasta que, al encontrarle suficientemente desgastado, dejara de apoyarle, en el momento que se viera capaz de vencer en tanto que alternativa.

No es pues por preferencia ideológica o inclinación de corazón que escogió a Podemos (para empezar), sino porque siempre es mejor apoyarse en formaciones que no pueden aspirar a derribarte, y menos a suplantarte, como Podemos, ERC o el PNV que en fuerzas capaces de hacer ambas cosas.

Con este planteamiento, si llega a enganchar el imprescindible caballo de ERC al tiro, la legislatura puede resultarle un poco menos incómoda de los que algunos prevén. Siempre es mejor sentarse en los mullidos y aterciopelados almohadones de la cabina y sacar la cabeza de vez en cuando dando órdenes que ir sentado en el pescante.

Pero el pescante es lo que hay y no hay otra. A tirar de las riendas o perecer. Por lo que el próximo paso será llegar, racaneando, jurando, negando y renegando como un cochero, al mínimo imprescindible para que ERC salve la cara ante sus votantes menos inclinados a facilitar las cosas al ‘opresor’.

Tiene tiempo. Las circunstancias de hoy son adversas pero se acercan las vacaciones navideñas, época propicia para un acuerdo sorpresa que levante menos ampollas de las habituales.

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