En defensa del Eixample
Para lo que se está haciendo, doña Ada cuenta con fondos europeos. Para revertirlo, los barceloneses probablemente nos tendríamos que rascar el bolsillo a fondo
Escribo estas líneas a socaire de lo que acabo de escuchar en el debate que, con el mismo nombre de este artículo, ha tenido lugar en el Cercle d’Economia de Barcelona. Quiero dejar claro que he salido más pesimista de lo que entré.
Vayamos por partes. La asistencia ha colmado la capacidad del auditorio del Cercle que, por supuesto, no es nada desmesurada. Pero en los tiempos de desmovilización que corren, hay razones para darse con un canto en los dientes. Preocupante, ineludible decirlo, la elevada edad media de los asistentes.
La cosa iba de Colau y de su política de ejes verdes y super illes. La alcaldesa ha calado la bayoneta para llevar a cabo, deprisa y corriendo, un macroproyecto que retira de la circulación un tramo considerable de una de las principales calles transversales del Eixample, la del Consell de Cent. El entramado del diseño de Cerdà, hace, irrevocablemente, que el tráfico que deje de circular por esa calle se desvíe hacia alguna de las paralelas. En definitiva, la mejora en contaminación y ruido en una, revertirá en un aumento en otras. Esto ya se está viendo, ya que las obras en marcha han inutilizado la citada arteria.
Quiero remarcar que valoro positivamente el acto al que me refiero. El coloquio en el que han participado dos especialistas en urbanismo (J.A Acebillo y R. García-Bragado) y una periodista (A. Vinent) me ha permitido saber, entre otras cosas, los trapicheos de Colau y los suyos para imponer el proyecto como un trágala. Por ejemplo, adjudicarlo como unas simples obras, a pesar de su magnitud; o empezar la licitación antes de que se abriera el plazo de alegaciones.
Ante tamañas, digamos, irregularidades, por supuesto que se han presentado recursos contencioso-administrativos, pero como la justicia requiere su tiempo, habrá que decir aquello de “a lo hecho, pecho”. ¿Qué un próximo alcalde pueda revertir el desastre? Esta posibilidad ha tenido sus defensores, pero también los que la negaban, con los que me identifico. ¿Razón? De entrada, la puramente crematística. Para lo que se está haciendo, doña Ada cuenta con fondos europeos. Para revertirlo, los barceloneses probablemente nos tendríamos que rascar el bolsillo a fondo.
¿Sorprendente la táctica que emplea la alcaldesa? En absoluto. Colau tiene una vena autoritaria más que evidente. Está convencida de su superioridad moral (prefiero no opinar sobre ello) y de su misión mesiánica. Y no solo ella. El tinglado político neoperonista que ha montado, hecho a su imagen y semejanza, acostumbra a actuar por la vía del hecho consumado, buscando la irreversabilidad, con total desprecio de las opiniones discrepantes.
Justo es decir que, de la situación que me ocupa, no toda la culpa es suya. La mayoría gobernante es de coalición entre los suyos y el PSC. Solamente ahora, en el último momento, el líder municipal socialista, Jaume Collboni, ha hecho amagos de desmarcarse del proyecto de super illes: pero lo cierto es que se aprobó con los votos socialistas. Y eso que poco le tiene que agradecer Collboni a Colau, teniendo en cuenta que, en la anterior legislatura municipal, ella rompió la coalición de malos modos (expresión suave de lo ocurrido) por el apoyo socialista a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Tampoco salen bien parados los otros grupos del consistorio: muchos aspavientos, pero ninguna reacción efectiva al desaguisado. O a los muchos desaguisados, porque en los casi ocho años de gobierno de la alcaldesa, su gestión destructiva para la ciudad es comparable a la de los dieciséis años de porciolismo.
Es probable que la señora Colau no pueda volver a gobernar Barcelona, pero su partido, En Comú Podem, podría obtener los ediles suficientes para condicionar la próxima mayoría que, dada la fragmentación, deberá ser de coalición. No veo a ninguno de los otros dos partidos mayoritarios (ERC y PSC) haciendo ascos a pactar con los comunes. Es más, a no ser que los neoconvergentes, con Xavier Trias, obtengan un buen resultado, el tripartito parece cantado. En cuanto a ella, siempre encontrará alguna puerta giratoria, de esas de las que los suyos denostan.
Ada Colau, por muy hacedora de ministros de universidades que sea ahora, llegada a primera edil de Barcelona por azares de la política, ha actuado y actúa de acuerdo a su curriculum de agitadora casi profesional, despreciando todos los procedimientos de diálogo y consenso que deberían tenerse en cuenta en una transformación urbana de esa magnitud. Es triste constatarlo, pero la evidencia es que solo se arruga cuando la ciudadanía le hace frente con las armas de las que ella usó y abusó: movilización y agitación: Como ocurrió en el barrio de Sant Andreu, a propósito del problema de la recogida selectiva de basuras, que creó graves problemas de salubridad. Es más, ahora sabemos que encima el sistema actuaba como un “Gran Hermano” chapucero, que violaba la intimidad de los depositarios, gracias a las bolsas semitrasparentes obligatorias. Ante la imposibilidad de dialogar, los vecinos no tuvieron otra que pasar a la, digamos, acción directa.
Hace cuarenta años la movilización vecinal estaría también en marcha para impedir el despropósito urbanístico que se desarrolla. Bastarían unas interrupciones puntuales y repetitivas de las obras, para retrasar, e impedir a la postre, la consumación de la alcaldada. Pero Colau puede dormir tranquila. Para eso haría falta una ciudadanía concienciada y movilizada y hace muchos años que la barcelonesa no responde a esos calificativos. De todo lo dicho procede mi pesimismo. Del acto de hoy he salido con la impresión que los asistentes éramos los restos del naufragio de la sociedad civil barcelonesa.