En busca del Pujol perdido

Francesc-Marc Álvaro es un periodista de ideas. Incisivo, agudo, provocador, Álvaro es seguramente uno de los mejores articulistas de su generación. Su capacidad para pensar el presente en clave histórica está probada y no voy a ser yo quien lo desmienta. Al contrario, como historiador que soy disfruto con sus artículos, digamos, historicistas.

Hasta aquí los merecidos elogios a mi amigo Álvaro. Hoy, sin embargo, voy a discrepar de lo que expuso en su último artículo, «El nuevo Pujol se llama Colau«.

Álvaro sostiene esa afirmación tan rotunda en una premisa que no comparto en absoluto: «La autoridad que tenía Pujol en 1980 —escribe—, al ser investido presidente, provenía de aquel momento de 1960 en que se rebeló, cuando hacerlo salía muy caro». 1960 no creo que influyera para nada en la elección de Pujol como presidente de la Generalitat en 1980.

No tengo muy claro que la autoridad de Colau cuando llegó a la alcaldía en mayo de 2015 provenga de su faceta como activista, como también dice Álvaro, porque, al fin y al cabo, Barcelona en Comú «sólo» obtuvo 11 concejales y 176.612 votos frente a los 10 de CiU, sostenidos por 159.393 votos.

Lo que sí que está claro es que su acceso a la alcaldía, aunque fuera por los pelos y por una mala gestión de Trias de esa pírrica victoria ante todos los demás partidos, va a consolidarla en su puesto. En eso es en lo que Colau se parece a Pujol.

No me interesa tanto si Colau será o no el nuevo Pujol, puesto que nunca he sido populista en ningún sentido, como el relato que Álvaro reproduce sobre cómo accedió Pujol al poder. Ahí es donde discrepo con él.

A mi modo de ver, la imprevista victoria de Pujol en 1980, imponiéndose a socialistas y comunistas, fue posible debido a la baja participación en aquellos comicios de los votantes tradicionales de la izquierda.

Votaron 2.718.888 de catalanes y catalanas, lo que representaba entonces el 61,34% del censo. Así como después quedó desmentido el famoso voto dual, pienso que entonces, y durante un cierto tiempo, funcionó.

Ese desinterés del votante de izquierda por las elecciones autonómicas cabe atribuirlo a la propia izquierda y no a los nacionalistas. Y, sin embargo, si observamos la distribución del voto entre los distintos partidos, nos damos cuenta enseguida de que la victoria de Pujol fue bastante ajustada, independientemente de la distribución de escaños, que es lo que le permitió acceder a la presidencia.

CiU obtuvo 752.943 votos, mientras que el PSC-PSOE 606.717 y el PSUC 507.753. Pujol fue elegido presidente con los votos de los diputados de su coalición, sumados a los de ERC (240.871 votos) y CC-UCD (286.922 votos).

O sea que el bloque de izquierdas, al que debemos sumar el Partido Socialista de Andalucía-Partido Andaluz de Cataluña, que cosechó 71.841 votos y 2 diputados, obtuvo un sostén social, de 1.186.311 votos, mayor a los 993.814 votos del bloque nacionalista. Descuento los votos de CC-UCD porque el suarismo catalán no puede ser considerado nacionalista. Apoyó a Pujol por cuestiones ideológicas e impedir un gobierno de izquierdas.

El bloque de izquierdas de 1980 se amplía si tenemos en cuenta los votos de las dos coaliciones independentistas, Nacionalistes d’Esquerra (44.798 votos) y BEAN (14.077 votos), y los 33.086 votos que obtuvo la CUPS y los 12.963 votos de los pro soviéticos del PCOC, que nunca hubiesen investido Pujol en caso de obtener representación parlamentaria.

Dicho de otra manera, la izquierda en Cataluña era mayoritaria pero no tanto y Pujol se benefició de esa flojera. Su antiguo pedigrí antifranquista influyó poco en su elección. Le sirvió tan poco como al PSUC la hegemonía comunista en el movimiento antifranquista. Los socialistas les arrebataron el segundo puesto.    

Pujol se consolidó en el poder por el cúmulo de errores de las izquierda. El primero, y más evidente, fue el rechazo del PSC de participar en un gobierno de coalición. Fue un error tan grave como el que cometió Xavier Trias la noche electoral, cuando sorprendido por su derrota frente a Colau, no supo reaccionar ante la debilidad de la victoria de la antigua activista.

En 2015 Trias se convirtió en el nuevo Joan Reventós, quien dolido por la derrota de 1980 tomó una decisión que marginó al PSC de la gobernación de Cataluña por muchos años.

Lo que puede consolidar a Colau en el poder es haber accedido a él. Les voy a poner un ejemplo. El 14 de abril, el mismo día que Álvaro publicó su artículo, asistí a la conmemoración del 85 aniversario de la proclamación de la República.

Tanto Colau, como Pisarello, el ideólogo de la alcaldesa, como Ricard Vinyes, el substituto de Xavier Domènech al frente del comisariado de Memoria del consistorio barcelonés, se esforzaron en presentar su presencia allí como la victoria de lo que no pudo ser en 1980. Claro que no lo dijeron de esa manera, pero estaba implícito.  

Los discursos me parecieron bastante rancios y tramposos, porque intentar convertir a Carles Pi i Sunyer, el antiguo alcalde de ERC, en un referente de la izquierda actual es un fraude, puesto que su manera de ser de izquierdas en el contexto republicano no ligaba para nada con el marxismo populista que rezumaba en el salón del Concejo de Ciento durante el acto de afirmación republicana.

Carles Pi i Sunyer era un liberal de izquierdas frente a los marxistas como Andreu Nin o Joan Comorera. Supongo que también fue por eso que al historiador que exaltó su vida se le olvidó de explicar que Pi i Sunyer fue, en el exilio, el presidente del Consell Nacional de Catalunya, cuyo secretario era Josep Maria Batista i Roca, bestia negra de los izquierdistas de los años 30, con Josep Trueta, Ramon Perera y Fermí Vergés actuando de vocales. Allí no estaban presentes los comunistas.

Los relatos son, a menudo, tan importantes como los hechos, pero la obligación de los historiadores es devanar la madeja. Por eso me atrevo a asegurar que Pujol se consolidó en el poder porque en sus primeros años como presidente supo liderar una política de reconstrucción nacional con la participación de gentes procedentes de diversos ámbito ideológicos.

Su declive empezó, en cambio, cuando dejó a un lado esa política «nacional» que le sostuvo en el poder para convertirse en líder de la derecha catalana.