Empresarios italianos
Con motivo de la entrega de la medalla de oro de la ciudad de Barcelona a la Cámara Italiana de Comercio, su presidenta Emanuela Carmenati me encargó redactar la glosa de su entidad. Cien años de la existencia de la Cámara valían una pincelada de las tradicionales relaciones humanas y comerciales que han unido Barcelona y Cataluña con todos los territorios de Italia.
Ya hace mil años, las repúblicas y ducados italianos mantenían una relación de colaboración y competencia con Barcelona. La capital catalana y Génova intercambiaban, entre otros cosas, esclavos sarracenos. Pero a la vez este pueblo situado en las Baleares actuaba como corsario, y esto explica la campaña para conquistar Mallorca y proteger el comercio, que reunió naves y gente de Pisa, Luca, Pistoia, Florencia, Siena, Roma, Volterra, Córcega, Cerdeña, de los condados catalanes y de Provenza, bajo la dirección del conde Ramón Berenguer III de Barcelona. En el año 1233 se crea el consulado catalán en Génova y el genovès en Barcelona. Y después con Pisa (1279) se llega a tener hasta 40 consulados en tierras italianas.
Con la expansión de la monarquía catalano-aragonesa por las islas y el sur italiano podríamos decir que con Alfonso el Magnánimo se iniciaba un periodo que se alargó hasta medios del siglo XVIII, donde el occidente mediterráneo era un mercado interior catalano-italiano. Porque en los siglos XVI y XVII, a pesar del tópico de la decadencia catalana, continúa también la relación con las repúblicas italianas. Y con la expansión del imperio de Habsburgo por todo Europa y por buena parte de Italia todavía más.
En este mercado interior circulaban tejidos de Cataluña, vidrio de Venecia, dinero genoveses y granos de Sicilia. Y en los astilleros de Barcelona se construyen sin cesar barcos para la guerra contra los otomanos. En el cuadro de la batalla de Lepanto que se encuentra en la Sala del Maggior Consiglio, del Palacio Ducal de Venecia, se ven algunas naves que portan las cuatro barras de la corona de Aragón.
Permítanme ahora tres anécdotas de personajes de la época que muestran estas relaciones. Una es el papel de Ignacio de Loyola (del cual el actual papa Francisco es seguidor) que construye buena parte de su acción y teoría entre Barcelona y Roma de 1523 a 1560. De Barcelona le venían algunas influencias erasmistas y místicas y la esponsorización de su misión. Y en Roma se movía en los círculos eclesiásticos de la Corona de Aragón: se refugiaba en el Palacio del duque de Gandía, Francesc de Borja, predicaba en la iglesia de Montserrat, capilla oficial de la Corona de Aragón y tenía amistades con Gaspar Contarini -embajador de Venecia en Barcelona (1520-25)-, con el cardenal Enric de Borja, o con Jeroni Nadal, jesuita mallorquín.
La otra es del principal bandolero catalán, Perot Rocaguinarda, el único personaje real citado por Cervantes en El Quijote, que fue amnistiado a cambio de ir a Nápoles como capitán de los tercios que combatían, oh paradoja, al brigantaggio en la Campania.
Y la tercera anécdota se explica en alguna guía veneciana. En el barrio del Cannaregio junto al Gran Canal, donde reside hoy la sede de la RAI en Venecia, se encuentra el Palacio Labia, construido a principios del siglo XVIII por los ricos comerciantes catalanes Labia. El estado veneciano los acogió a cambio de una fuerte suma de dinero para financiar la guerra de Candia. La leyenda dice que Gian Francesco Labia, con fama de chulo, invitó a los patricios a un gran banquete, donde usó un juego de vajilla de oro, que después tiró en el canal diciendo: «Le abbia o non le abbia, sarò siempre Labia». Pero las malas lenguas y los tópicos sobre los catalanes afirman haberlo visto después tratando de rescatar la vajilla del agua.
Si saltamos de golpe al siglo XIX nos encontramos una creciente y numerosa emigración de italianos hacia Barcelona, algunos huyendo de los disturbios provocados por las insurrecciones piamontesa y napolitana. Los italianos establecidos en Barcelona se dedicaban principalmente a la hostelería, a la restauración, a la música, al teatro, a la confección, y a la fabricación de pianos y otros instrumentos musicales.
El sector hotelero destacaba especialmente: el hotel Cuatro Naciones, la Fonda de las Cuatro Partes del Mundo, el hotel Oriente, el mítico café Suizo de la Plaza Real, o la fonda del Beco del Racó, desde donde se introdujeron los canelones en Barcelona. Y otros oficios como los de los Pantaleonni, fundadores de la sastrería Modelo; o los Fancelli, sombrereros de Sant Andreu del Palomar.
En 1864 se funda la Casa de los Italianos la más antigua del mundo, junto con la Buenos Aires, el mismo año que se estrenaba la primera obra de Serafín Pitarra, «El esquella de la Torratxa», el autor teatral clave de la Renaixença que conspiraba con republicanos y carbonarios de influencia italiana en la trastienda de su relojería. Uno de los conspiradores, Anselm Clavé, fue un agitador coral de la clase obrera siguiendo las huellas de Verdi. Renaixença y Rissorgimento juntos.
El año 1899 se editan en Barcelona dos diarios de información en italiano: el Italiano y La Giustizia. La Cronaca de Arte era una revista bilingüe (italiano y castellano), editada entre 1901 y 1910. Años más tarde, el 1916, se fundó la revista semanal «Italia».
En 1882 se funda la Escuela Italiana de Barcelona que se añadirá a la tradición escolar eclesiástica procedente de Italia a través de las órdenes de los salesianos y los escolapios. Más tarde, en la época de la Mancomunidad, esta enviará maestras a Italia a formarse en el método Montessori, que se expandirá rápidamente en Barcelona. En 1910 se crea la Società Dante Alighieri, el mismo año que la primera entidad financiera, la Banca di Roma.
A principios del siglo XX los italianos continúan llegando a Barcelona, mayoritariamente por vía marítima. La comunicación desde el puerto de Génova al puerto de Barcelona se hará a través de dos compañías italianas: la «Navigazione Generale Italiana» y la «Veloce». En aquel momento, los italianos constituían la segunda colonia extranjera de Barcelona, detrás de la francesa.
Finalmente en 1914, nace la Camera Italiana di Comercio de Barcelona, que tiene por ámbito la corona de Aragón, aquella que hemos visto que desde el siglo XIV al XVIII había controlado el mercado interior del Mediterráneo occidental.
La Camera se instala en Barcelona porque es donde se encontraba la comunidad italiana más grande de la península: el 40%. El primer presidente fue Ignazio Villavecchia Sagnier, descendente de Ignacio Villavecchia de Ferrari, que en 1774 llegó a Barcelona.
Llegan años de radicalización política: fascismos y comunismos; y encontramos en Barcelona a italianos de uno y otro bando. En 1924 se produce la visita del rey Víctor Manuel a Pirelli en Vilanova. Como jerarcas de las dos dictaduras, entre ellos el hijo de Mussolini, oficiaron la inauguración del Pabellón Italiano y de las Torres Venecianas en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929.
En los años 30 continúa la actividad económica en Barcelona. Se instala la Hispano Olivetti. Y también como anécdota en un archivo de diario, que me ha facilitado la Camera, se ve un anuncio de 1932 donde el transatlántico Conte di Saboya hacía publicidad como «El barco que no marea», para viajar de Gibraltar a Nueva York.
En agosto del 1936 en la Vanguardia, en la misma página donde se informa que Companys se ha reunido con el Gobierno, para liquidar tanto pronto como fuera posible las consecuencias de la situación excepcional que ha creado la insurrección, aparece una relación de más de 50 empresas italianas radicadas en Barcelona que el consulado ha facilitado.
Superando el drama humano de las dos guerras relacionadas, la española y la mundial; y con el deshielo que las potencias occidentales hacen de las relaciones con la dictadura franquista, en 1947 se retoman las relaciones comerciales entre Italia y España, acuerdo comercial revisado en 1952.
Mirando la prensa de la época encontramos actividades sociales de la Camera, como los bailes de los italianos de 1954. O la apertura de la oficina de turismo en los 60.
Finalmente, el acercamiento de España al Mercado Común con la llegada de la democracia multiplica las relaciones económicas; y los programas europeos universitarios y el turismo acaban de disparar las relaciones entre Barcelona/Cataluña e Italia y por lo tanto se multiplica el trabajo de la Camera. Supongo que con este volumen de trabajo y de relaciones llega el 18 noviembre 2001, lo que La Vanguardia titula el ‘Fin de la supeditación de la Cámara italiana de Barcelona a la de Madrid’.
Hoy, la Camera tiene más de 150 socios de importantes empresas multinacionales y pymes; y un potencial de crecimiento entre las 300 empresas de matriz italiana que se calculan que hay en Cataluña. Ha abierto varias líneas de apoyo a los empresarios italianos, como la certificación de restaurantes italianos de calidad, el programa de mediación, la promoción de la marca Made in Italy, la presentación de productos propios como los gastronómicos, etc.
En definitiva, la geografía y la cultura han unido a Cataluña y las regiones italianas, y se han sobrepuesto a las divisiones políticas creadas por los estados jacobinos. Y en todo caso, la historia tiene gracia. De los tres imperios no propios a los que ha sido sometida la gente de Cataluña sólo dos, el Carolingio y el Romano, con la Vía Augusta – precoz corredor mediterráneo- nos unieron a Europa. El imperio español, en cambio, y sus derivadas actuales, sólo nos aleja.