Empezando a pensar en el 10-N
A la hora de escribir estas líneas, sólo hay consenso en Cataluña respecto de una cosa: los próximos días serán decisivos. No parece muy claro para qué, y lo que es peor: tampoco ninguna confianza de que sirvan para mejorar el enrarecido y paralizante ambiente que se vive en esta comunidad, pero sí hay una cierta unanimidad en que se producirán novedades que exigirán reposicionarse a la mayoría de fuerzas políticas y clases dirigentes del país.
Una incertidumbre, al fin y al cabo, lógica, aunque peligrosa. Los ciudadanos esperan muchas cosas de sus gobernantes, pero sobre todo quieren claridad y estabilidad. No es el caso. En lo que más parece haber acertado el president Mas es cuando dijo aquello de que entrábamos en una situación impredecible, un escenario desconocido, sobre el que no se le podían demandar muchas seguridades. Entonces, me sonó a excusas de perdedor. Hoy, también a una irresponsabilidad difícil de soportar.
El dirigente nacionalista haría bien en repasar sus intervenciones cuando fue elegido por primera vez como presidente de la Generalitat de Catalunya. No hace mucho tiempo, ni cuatro años siquiera. Fue el 20 de diciembre del 2010. Como creo en su honradez intelectual, estoy convencido de que sentiría un vértigo terrible y un cierto desánimo al comprobar la distancia que hay entre entonces y ahora.
El Mas de finales de 2010 hablaba de un gobierno de los mejores y hoy su gestión es ampliamente denostada. La última semana es un ejemplo más de la demostración de su aparente incapacidad para liderar una acción de gobierno. No sólo es que ha incumplido, otra vez, el plazo para presentar los presupuestos de la Generalitat, los cimientos básicos de cualquier administración y el compromiso más firme con los ciudadanos, sino que tampoco ha podido respetar lo que él mismo se marcó hace un mes al hacer aprobar la ley de consultas hoy paralizada por el Tribunal Constitucional. Su ejecutivo no ha publicado el censo provisional base del referéndum, algo que sólo dependía de él.
Con todo, finalmente se convoque o no la consulta, se llame a elecciones anticipadas o no, se deje pasar el tiempo confiando en la Misericordia o se opte por sacar un conejo de alguna chistera que hoy no se adivina donde puede estar, creo que tal y como publiqué la semana pasada, Mas está agotando no ya los plazos de leyes impulsadas por él mismo o heredadas sino sus propias salidas, hasta el punto de que la dimisión parecería en estos momentos una alternativa que debería considerar.
En cualquier caso, la solución a esos acertijos parece inmediata. Lo urgente, pues, es pensar ya en el día después, en el 10-N. El bloque soberanista (una parte de CiU, ERC, las CUP, algunos segmentos de Iniciativa y posiciones minoritarias del PSC) tiene claro el 9-N, pero, salvo la formación que dirige Oriol Junqueras y seguramente las CUP, el resto no parece que tenga clara su estrategia para ese futuro tan cercano.
Para los no soberanistas la respuesta a qué hacer es en principio mucho más etérea si existe. Y es que el problema no es ya si la Constitución recoge o no esa tramposa reclamación del derecho a decidir, sino cómo reconducir el malestar y/o frustración que se está generando en una mayoría de los catalanes en relación con España, sus instituciones y las propias en muchos casos.
El PP se ha apoyado hasta ahora en la letra de la Constitución, pero debe decir algo más. No puede limitarse a decir no y deberá ofrecer algún discurso algo más ilusionante para que las personas que no tienen ningún interés es participar en un proceso secesionista puedan salir a la calle con argumentos y un relato sobre España con el que se sientan seguros y con posibilidades de convencer a sus conciudadanos. Para ello quizás tenga que sacrificar algunas piezas, como su poco creíble líder en Cataluña, pero sobre todo debe pensar, debe proponer y ejecutar líneas positivas de acción política que devuelvan la confianza y la credibilidad del proyecto España.
Rajoy debe empezar a decir algo más que ofertas de diálogo que hoy no son más que puros brindis al sol. Su declaración de amor a Cataluña debe serlo también para España y los españoles, y empezar a entender por qué una parte importante del territorio catalán se siente desencantada, que tiene mucho que ver, si lo piensa, con las razones que impulsan hoy formaciones como Podemos.
Los problemas del PP son en este sentido muy parecidos a los del PSOE. Pregúntense tanto Rajoy como Sánchez por qué sus partidos son casi residuales en la autonomía catalana. Si ellos, que son las fuerzas mayoritarias de la política española y las únicas hoy por hoy capaces de gobernar en La Moncloa, están en un declive aparentemente imparable en Cataluña, ¿qué referencia política tienen los sectores sociales que se sientes identificados con el proyecto español?
Para ellos, para populares y socialistas, aún hay un rendija de esperanza si hacen las cosas bien. Para CiU, el escenario futuro es más complicado. Han llevado a la sociedad catalana a una división en torno a la independencia y en ese camino el pal de paller que defendía Pujol ya no tiene sentido. Sólo les queda pensar a quién y como dan el relevo, y si es posible pensando no sólo en ellos sino también en todas las capas sociales que se sintieron representadas por su propuesta transversal.