Empequeñecer al gigante

La lección norteamericana es que solo se puede detener al gigante si los ciudadanos prefieren la democracia a los salvadores de la patria

La tendencia del líder político actual es aspirar a ser gigante. No pretende ser gigante para ser más grande, más fuerte, sino para que aumente la distancia entre él y sus conciudadanos.

Si observamos el gigantismo de Vladimir Putin, vemos que no se basa en promover el culto a su figura política con grandes manifestaciones que alaben a su persona sino en asociar el futuro de la nación a su futuro. Es la misma lógica con la que opera Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, donde incluso pretende apropiarse de la defensa del Islam. Erdogan no busca someterse a Dios, sino apropiarse de la religión para someter a sus críticos.

Donald Trump también entraría en esta categoría de políticos que padecen gigantismo, al centrar su política en dividir el país para luego apropiarse de él, esperando el hartazgo de sus contrincantes políticos. En todos los casos, la estrategia se reduce a dominar la agenda política con declaraciones que buscan siempre romper el consenso.

La derrota del gigante Trump nos permite observar que, mientras que hay países como EEUU que disponen de resortes legales para discrepar, que garantizan su constitución, hay otros países que no disponen de dichos mecanismos de corrección.

Lo significativo es constatar que disponemos de un sistema, la democracia, que permite de derrotar al gigante en las urnas. La democracia es, pues, la poción mágica/legal que permite volver a convertir al gigante en una persona normal que paga los impuestos, es detenida si comete fraude y no dispone de privilegios.

Solo los países que pervierten el sistema democrático están expuestos a que triunfe el gigante sobre la población.

La victoria de Joe Biden no es la victoria de un candidato contra otro, sino la puesta en marcha de un proceso legal, cimentado en votar, para desalojar del poder a aquel que pretende controlarlo más allá de las normas políticas legales. Ya los antiguos romanos preferirían una república corrupta a una dictadura sin libertades.

Una parte de la población apoya, en definitiva, al líder que convierte la servidumbre en su razón de ser

El aviso a los gigantes del mundo y a aquellos que pretenden hacerlo es que no podrán alcanzar ni, sobre todo, consolidar su tamaño bajo un sistema de democrático basado en la alternancia del poder. Llevamos muchos años donde la fascinación por un poder alejado de las normas formales y sustanciales de una democracia son aplaudidos por una parte de la población que cae seducida.

Es una población que apoya al líder fuerte, a aquel que dice las cosas por su nombre aunque no crea en ellas, que se ve a sí mismo como alguien que no forma parte de las élites políticas sin percatarse de que forma parte de aquello que pretende erradicar, incluso con más voracidad; apoya, en definitiva, al líder que convierte la servidumbre en su razón de ser.

La lección norteamericana es que solo se puede detener al gigante si los ciudadanos prefieren la democracia a los salvadores de la patria

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